A santa Inés de Praga (2)
A la hija del Rey de reyes, sierva del Señor de señores, esposa dignísima de Jesucristo y, por eso, reina nobilísima, señora Inés, Clara, sierva inútil e indigna de las Damas Pobres, le desea salud y que viva siempre en suma pobreza.
Doy gracias al espléndido dispensador de la gracia, de quien sabemos que procede toda dádiva óptima y todo don perfecto, porque te ha adornado con tantos títulos de virtud y te ha hecho brillar con las insignias de tanta perfección, para que, convertida en diligente imitadora del Padre perfecto, merezcas llegar a ser perfecta, a fin de que sus ojos no vean en ti nada imperfecto.
Ésta es la perfección por la que el mismo Rey te asociará a sí en el tálamo celestial, donde se asienta glorioso en el solio de estrellas, porque, menospreciando las grandezas de un reino terrenal y estimando poco dignas las ofertas de un matrimonio imperial, convertida en émula de la santísima pobreza en espíritu de gran humildad y de ardentísima caridad, te has adherido a las huellas de Aquel a quien has merecido unirte en matrimonio.
Como he sabido que estás colmada de virtudes, renuncio a ser prolija en la expresión y no quiero cargarte de palabras superfluas, aunque a ti no te parezca superfluo nada que pueda proporcionarte algún consuelo. Sin embargo, porque una sola cosa es necesaria, ésta sola te suplico y aconsejo por amor de Aquel a quien te ofreciste como hostia santa y agradable: que acordándote de tu propósito, como otra Raquel, y viendo siempre tu punto de partida, retengas lo que tienes, hagas lo que haces, y no lo dejes, sino que, con andar apresurado, con paso ligero, sin que tropiecen tus pies, para que tus pasos no recojan siquiera el polvo, segura, gozosa y alegre, marcha con prudencia por el camino de la felicidad, no creyendo ni consintiendo a nadie que quiera apartarte de este propósito o que te ponga algún obstáculo en el camino para que no cumplas tus votos al Altísimo en aquella perfección a la que te ha llamado el Espíritu del Señor.
Y en esto, para que recorras con mayor seguridad el camino de los mandamientos del Señor, sigue el consejo de nuestro venerable padre, nuestro hermano Elías, ministro general; antepónlo a los consejos de los demás y considéralo como más preciado para ti que cualquier otro don. Y si alguien te dijera otra cosa o te sugiriera otra cosa, que impida tu perfección o que parezca contraria a la vocación divina, aunque debas venerarlo, no quieras, sin embargo, seguir su consejo, sino, virgen pobre, abraza a Cristo pobre.
Míralo hecho despreciable por ti y síguelo, hecha tú despreciable por Él en este mundo. Reina nobilísima, mira atentamente, considera, contempla, deseando imitarlo, a tu Esposo, el más hermoso de los hijos de los hombres, que, por tu salvación, se ha hecho el más vil de los hombres, despreciado, golpeado y flagelado de múltiples formas en todo su cuerpo, muriendo en medio de las mismas angustias de la cruz.
Si sufres con Él, reinarás con Él; si lloras con Él, gozarás con Él; si mueres con Él en la cruz de la tribulación, poseerás con Él las mansiones celestes en el esplendor de los santos, y tu nombre será inscrito en el libro de la vida, y será glorioso entre los hombres. Por lo cual, participarás para siempre y por los siglos de los siglos, de la gloria del reino celestial a cambio de las cosas terrenas y transitorias, de los bienes eternos a cambio de los perecederos, y vivirás por los siglos de los siglos.
Que te vaya bien, carísima hermana y señora, por el Señor tu esposo; y procura encomendarnos al Señor en tus devotas oraciones, a mí y a mis hermanas, que nos alegramos de los bienes del Señor que Él obra en ti por su gracia. Recomiéndanos también, y mucho, a tus hermanas.