Capítulo I: Mira. Tu fe te ha salvado
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Comenzaremos nuestra formación por… El principio. ¿Parece que se trata de una perogrullada? ¡Para nada! Pero ya que Jesús, en su predicación, se refiere al principio, planteémonos esta pregunta:
¿Qué es el principio?
En las primeras líneas de este primer capítulo, intentaremos responder a esta cuestión. Haciéndolo, lograremos descubrir el punto clave de toda la revelación...
Entonces, cabalguemos en nuestra máquina del tiempo a través de los siglos para descubrir la época en que Jesús vivió en la tierra. Conoceremos también a algunas de las personas con las que nos topamos en los Evangelios.
Posteriormente, nos transportaremos a la época de San Francisco de Asís para descubrir y apreciar lo tormentosa y apasionante que era a la vez. Luego hablaremos de San Francisco y de lo que no debemos dudar en denominar “su conversión”.
Al fin, y visto que entramos en la Orden Francisca Seglar, nos haremos sencillamente esta pregunta: ¿qué es la Orden Franciscana Seglar?
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Al principio
El cómo y el por qué
Nuestros científicos intentan saber cómo surgió la vida humana. Así, sus investigaciones y descubrimientos, unidos al sentido común, nos permiten estar seguros de que el hombre apareció después del “nacimiento” de la propia Tierra. En el plano científico, tal vez algún día logremos conocer más sobre los primeros pasos de la humanidad. Sin embargo, existe algo que la ciencia no podrá explicar jamás, pues se encuentra fuera de su competencia; ese algo, es el por qué de la existencia de todas las cosas, y en particular del ser humano. Pongamos un ejemplo que nos permita comprender mejor esta declaración: imaginemos que tras una catástrofe (la explosión de una central nuclear, por decir algo), algunos científicos visitan una casa, completamente abandonada por sus ocupantes, cercana al lugar de la tragedia. Encuentran, sobre la mesa de la cocina, una tarta (las víctimas, con la prisa, la dejaron ahí). Los científicos la toman y la llevan a analizar. Gracias a sus instrumentos de investigación, descubren cómo se hizo la tarta (cantidades de harina, de huevos, origen de la harina, etc.). Maniobran, en ese plano, en la esfera de la física. Pero lo que no pueden y no podrán explicar nunca, es decir, explicar científicamente, es la razón por la que se hizo la tarta, porque se trata de algo diferente. La tarta se hizo porque la madre ama a su hijo con todo el corazón y, para festejar su quinto aniversario, para testimoniarle su amor, le hizo una tarta de cumpleaños.
Es por ello que nunca hay que contraponer las investigaciones científicas concernientes al origen de la humanidad con los primeros capítulos del Génesis. Cada uno responde a interrogantes propias de su campo. Unas intentan explicar el cómo; el otro explica el por qué.
Los dos primeros capítulos del Génesis nos narran los orígenes del mundo y de la humanidad. En esos dos primeros capítulos, el autor del Génesis evoca el “cómo pasó”, pero solamente de una manera poética: un mundo creado en siete días (o en seis, para ser más precisos), por citar un ejemplo. Por otra parte, ¿esos mismos capítulos nos dan la respuesta a la cuestión del por qué de la existencia humana? De hecho, se trata de un triple por qué: el por qué de su origen, el por qué de su actividad en el mundo, el por qué del objetivo que se le ha asignado. Pero no vayamos tan rápido, y detengámonos unos instantes en algunos aspectos que nos ayudarán a comprender ese por qué.
Antes de que Abraham fuera, Yo, Soy
«Al principio creó Dios...» Pero esta palabra Principio se emplea de varias maneras: cuando se dice que «Dios es el Alfa y el Omega, el principio y el fin...», significa que Dios es la explicación de todo lo que existe, desde el inicio hasta el final, pero que Él mismo no tiene ni principio ni fin. Al contrario, la creación, lo sabemos por la Revelación, tuvo un principio: y este principio forma parte del tiempo, aunque no se pueda hablar de un “antes” del principio. Ese “antes” no existe, nunca ha existido.
«Creemos (señala el Catecismo de la Iglesia Católica) que Dios no necesita nada preeexistente ni ninguna ayuda para crear. La creación tampoco es una emanación necesaria de la substancia divina. Dios crea libremente “de la nada”» * CIC, 296. (en latín: “de nihilo”, que significa “partir de la nada”). El mismo catecismo cita, tras esta formulación oficial, algunas líneas de Teófilo de Antioquía: «¿Qué tendría de extraordinario si Dios hubiera sacado el mundo de una materia preexistente? Un artífice humano, cuando se le da un material, hace de él todo lo que quiere. Mientras que el poder de Dios se muestra precisamente cuando parte de la nada para hacer todo lo que quiere». * Ibidem.
Vemos así que Dios ha sacado el mundo de la nada. Esto no significa que la nada sea algo que antecediera al mundo; quiere decir, por el contrario, que no ha existido ninguna materia anterior con la que Dios hubiera podido hacer o fabricar al mundo. “Hacer” y “crear” son dos palabras con sentidos totalmente opuestos. Los hombres pueden “hacer”, pueden “fabricar”: sólo Dios puede “crear”.
Al principio creó Dios
Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era una masa informe y caótica. Había tiniebla sobre la faz del abismo y el hálito de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas. Dios dijo: «Haya luz». Y hubo luz (...) Transcurrió la tarde y la mañana: el día primero.
Dijo Dios: « Haya una bóveda en medio de las aguas, que separe unas aguas de otras» (...) Y así fue (...) Y transcurrió la tarde y la mañana: el día segundo.
Dijo Dios: «Que se junten en un lugar las aguas de debajo de la bóveda y aparezca lo seco». Y así fue (...) «Produzca la tierra vegetación: plantas con semillas, árboles frutales que den fruto sobre la tierra según su especie, con su semilla dentro» (...) Y transcurrió la tarde y la mañana: el día tercero.
Dijo Dios: «Haya lumbreras en la bóveda celeste que separen el día de la noche, señalen las festividades, los días y los años y sirvan de lumbreras en el firmamento para alumbrar la tierra». Y así fue (...) Y transcurrió la tarde y la mañana: el día cuarto.
Dijo Dios: «Bullan las aguas en un hervidero de seres vivientes, y vuelen aves sobre la tierra bajo la bóveda celeste». Y así fue (...) «Sed fecundos y multiplicaos; llenad las aguas del mar, y que se multipliquen las aves sobre la tierra». Y transcurrió la tarde y la mañana: el día quinto.
Dijo Dios: «Produzca la tierra seres vivientes según su especie: ganados, reptiles y animales salvajes según su especie». Y así fue (...)
Dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, semejante a nosotros y domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados de la tierra y sobre todos los reptiles terrestres». Y creó Dios al hombre a imagen suya: a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (...) Y así fue. Contempló Dios toda su obra y estaba muy bien. Y transcurrió la tarde y la mañana: el día sexto.
Así fueron acabados el cielo y la tierra y todos sus moradores. Para el día séptimo dejó Dios acabada la obra que había hecho. El día séptimo descansó de todo cuanto había hecho. Bendijo Dios el día séptimo y lo santificó, porque en él descansó de toda su obra creadora. Así se originaron el cielo y la tierra cuando fueron creados. * Gn 1, 1-31, y Gn 2, 1-4.
Dios de Amor nos crea por amor, nos crea para amar
Leemos, en cualquier Biblia en español, al final del primer relato de la creación:
creó Dios al hombre a imagen suya:
a imagen de Dios lo creó;
varón y hembra los creó.
Nosotros, hombres y mujeres, hemos sido creados a imagen de Dios; sin embargo, esta imagen no debe ser considerada desde un punto de vista biológico, sino desde un punto de vista espiritual. Pues si el hombre presenta alguna semejanza con la imagen divina, es con respecto a su alma espiritual. Entonces, podemos preguntarnos: ¿cuál es el atributo divino que hace que entre todas las criaturas, sólo el hombre y la mujer hayan sido creados a imagen de Dios? La respuesta se halla en la siguiente página. Y verás que se puede conjugar en todos los idiomas.
Sí, Dios es amor(1 Jn 4 8; 16 * «Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de amor, Dios revela su secreto más íntimo; Él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él». CIC, 221.). Y esa es la razón por la cual existimos: por el Amor infinito de Dios nuestro Creador. El amor, efectivamente, necesita darse a sí mismo. ¿Hemos visto alguna vez un hombre y una mujer que se casen y que no deseen tener hijos nunca? ¡No! El amor fecunda, el amor da, el amor multiplica, el amor transforma. Y el acto creador sólo se explica porque el Creador es infinitamente Bueno. Esta verdad, la Bondad infinita de Dios, es la llave de la comprensión de toda tu existencia, de tu propia existencia, de tu propia razón de ser. Esta bondad explica la creación. Pero sobre todo, es una verdad que define a Dios, una verdad que toca las profundidades de Dios. Es por ello que, en la cima de la revelación, el evangelista San Juan define a Dios de esta manera, verdadera llave de toda la revelación: Dios es Amor.
El conocimiento de la esencia divina nos permite comprender estas verdades reveladas: Dios nos ha creado por Amor. Dios nos ha creado para amar. Cuando se entiende esto, se aclara todo: creó Dios (Amor) al hombre a imagen suya (Amor): a imagen de Dios lo creó (Amor); varón y hembra los creó (Amor). Nada biológico en todo esto, pero es nuestra razón de existir. Cuando se le hizo la pregunta: «¿cual es el mandamiento mayor de la Ley?» Jesús respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mandamiento mayor y el primero. El segundo es semejante a él. Amarás a tu prójimo como a tí mismo. De estos dos mandamientos pende toda la ley y los profetas». * Mt 22, 36-40. Subrayemos que si Jesús nos dice que el segundo mandamiento es parecido al primero, no significa que éste sea intercambiable con el segundo. Se le parece, es decir, el segundo mandamiento existe a semejanza del primero, a su imagen. Dos mandamientos y no uno solo. Dios y el prójimo no son iguales: todo emana de Dios y todo vuelve a Él. Pero estos dos mandamientos de amor están en dos planos diferentes: el primero afirma el objetivo y el segundo plantea uno de los medios privilegiados para lograrlo. En los dos casos, se trata de amar.
Una historia de amor
De este modo, nuestra existencia es ante todo una historia de amor con Aquél que nos ha creado y con nuestros semejantes.
En el jardín del Edén, Yahveh-Dios dio a Adán y a Eva, por amor, todo lo que necesitaban para la vida natural y para la vida sobrenatural, es decir, para su cuerpo y para su alma. A cambio, podemos decir que Yahveh-Dios pidió a Adán y a Eva una sola cosa, una suerte de testimonio de su propio amor hacia Él: obedecer este mandamiento: «Podrás comer de todos los árboles del jardín; pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, pues el día en que comas, morirás sin remedio»(Gn 2 16-17).
En el Edén, no eran necesarios sacrificios, ni oblaciones, ni holocaustos para agradar a Dios. Solamente un sencillo testimonio de amor. El resto, ya lo conoces. El único testimonio de amor pedido al hombre no supo ser cumplido. El hombre apartó su corazón del Creador y lo orientó en otra dirección, y a causa de esto tomó un mal camino, un camino de mentira y muerte.
Dios en busca del hombre
Desde aquellos tiempos, Yahveh-Dios, es decir, nuestro Padre celestial, no ha dejado de llamarnos: Hombre, «¿dónde estás» (Gn 3, 9), pues Dios, Él, nunca ha dejado de amarnos. Notemos que las palabras ¿dónde estás? son las primeras palabras que dirigió Dios al hombre tras su pecado. Estas palabras inician la historia de las relaciones entre Dios y el hombre pecador. Son también su compendio: tanto en el plano de la vida colectiva de los hombres como en el de la existencia personal de cada individuo, las relaciones entre Dios y el hombre conllevan, por parte de Dios, una constante petición de renovar el diálogo: «El señor dijo a Adán: ¿dónde estás?». Tú, que lees estas líneas, no olvides nunca que en todo momento de tu existencia, y especialmente en esos momentos en que piensas estar más alejado de Él, Dios te está buscando, hombre, su criatura creada a su imagen y semejanza. Todos los hombres le son caros pues tienen en ellos la imagen y la semejanza con el Padre eterno y el alma inmortal que “Él” les ha creado. Dios es el Gran Mendicante y te pide el óbolo más precioso: tu alma. Te llama, te invita, desea para tu alma todo el bien, pues te ama. Viene en tu búsqueda, pero tú debes ayudarlo con los otros hombres. Satisfagamos el hambre de su corazón que busca amor y no lo encuentra mas que en pocas personas. Pues aquellos que no tienden a la perfección son para Él tantos panes arrancados a su hambre espiritual. Demos nuestras almas a nuestro Maestro, afligido por no ser amado y por ser incomprendido.
Desde los orígenes, Dios pregunta a cada hombre: Adán, ¿dónde estás? Esta búsqueda divina, Dios la va a ejecutar en la historia de la Salvación que, tras la promesa de un salvador, va a continuar con la vocación de Abraham. Dios va a revelarse * La certidumbre de la existencia de Dios puede ser adquirida gracias a una reflexión sobre las criaturas. Pero esta certidumbre se facilita por medio de la Revelación. a los hombres, con los que concluirá alianzas. Y veremos que será siempre Dios quien tomará la iniciativa.
La Antigua Alianza
En la historia de la salvación, esa bondad gratuita de Dios se concretiza en lo que llamamos ahora la Antigua Alianza * Casi toda la parte referente a la Antigua Alianza ha sido tomada de la edición francesa La liturgie dans l’ancienne Aliance, de Dom Robert Le Gall, C.L.D., 1981, pp. 25-91..
Luego de la caída original, el hombre continúa alejándose de Dios. Cuando acontece una catástrofe natural que marca a todos los países del Medio Oriente, Dios intenta retomar su creación a partir de Noé, el justo que camina con Dios. Es la ocasión de una alianza, la primera tras la falta. Cuando las aguas del diluvio se retiran, Yahveh-Dios se compromete a respetar los ciclos naturales.
Con Abraham comienza verdaderamente la historia de la salvación. El relato de la vocación de Abraham es sucinto. Indica la iniciativa de Yahveh-Dios que invita a su interlocutor a dejarlo todo para obedecer a su voz. Mirando de cerca los términos utilizados, no es posible dejar de relacionarlos con Gn 2, 24: Abraham se compromete a dejar su país, su parentela y la casa de su padre, para cumplir la voluntad que Yahveh-Dios le ha manifestado. Al final del relato de la creación, el hombre se compromete a abandonar a su padre y a su madre para unirse a su mujer. La relación de Yahveh-Dios y de Abraham es de una naturaleza tan poderosa como la relación de los esposos entre ellos. Abraham no discute; lejos de rechazar las misteriosas propuestas de Aquél que se dirige a él, obedece, es decir, escucha y actúa. Es así como la fe de Abraham lo convierte en un hijo de Dios, pues es por medio de la fe como nos convertimos en hijos de Dios y en descendientes de Abraham. Desde el principio, Yahveh-Dios le hace una promesa: la de convertirse en un gran pueblo. Enseguida, la Alianza parece interesar no sólo a un individuo, sino a todo un pueblo.
El tiempo pasa pero Dios vela por su promesa. La descendencia de los Patriarcas es esclavizada en Egipto. Dios prepara a un hombre para la enorme misión de llevar al Pueblo-Esposa al lugar de la Alianza. Ese hombre, es Moisés. Existe sólo por elección de Dios, que lo ha salvado de las aguas del Nilo y lo ha criado en la corte del faraón. Cuando Moisés quiere redimir a sus hermanos hebreos matando a un egipcio, sobreviene el fracaso y la huida al país de Madián. Dios lo espera en el desierto. Lo llama por su nombre y se revela ante él como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El Dios de la promesa ha visto la miseria de esa gente que llama su pueblo, y “desciende” para liberarlo por medio de Moisés. El Pueblo será liberado de la esclavitud para honrar la voluntad divina; Yahveh-Dios se lo notificó enseguida a Moisés. A su vez, Moisés no dio otro motivo para la salida de Egipto que ese mismo tributo a Dios, según la fórmula que se repite como una constante, luego de cada plaga lanzada contra el faraón y su país: «Deja salir a mi pueblo, para que me rinda culto en el desierto» (Ex 7, 16; 7, 26; 8, 16; 9, 1; 9, 13; 10, 3; 10, 7; 10, 11; 10, 26). Tras la formidable intervención divina en pro de su pueblo, la alianza podrá ser concluida en el desierto entre Yahveh-Dios y aquél. Pero esta alianza tan cara a Dios fue inmediatamente marcada por la infidelidad del pueblo que se consagra al becerro de oro. Moisés debe rogar a Yahveh-Dios que no extermine ese pueblo que no se doblega para unirse a un pueblo más dócil a su acción amante. Desde entonces, una suerte de caducidad permea el pacto sinaítico. Pues el hombre no cesa de romper esta alianza, tal como una esposa infiel viola la alianza concluida el día de las nupcias. Sin embargo, Dios no cambia. Su plan persiste. Entonces Dios establecerá una alianza nueva y eterna * Mt 26, 26-29 (Jueves 6 y viernes 7 de abril del año 30 de la era cristiana). con el hombre.
La Nueva Alianza
La Encarnación
El deseo de reconciliación es tan fuerte por parte de nuestro creador que va a enviar a su propio hijo para construir y sellar esta reconciliación entre Él y nosotros; o dicho de otra forma: Dios se va a hacer hombre, va a encarnarse. Es lo que se denomina como Encarnación * Este hecho sin precedente (el misterio de la Encarnación) testimonia el inmenso amor que Dios nos procura. El misterio de la Pasión redentora de Jesucristo constituye el otro gran testimonio del amor de Dios por nosotros. San Francisco de Asís permanecerá, hasta su muerte, maravillado por estos dos misterios de amor.. Esta Encarnación, la profesamos en cada misa dominical: «Por nosotros los hombres y por nuestra salvación, Él descendió del cielo; por obra del Espíritu Santo, Él tomó la carne de la Virgen María y se hizo hombre». ¿Pero, por qué el Verbo se hizo hombre? El verbo se hizo carne para salvarnos reconciliándonos con Dios: «Él nos amó y envió a su Hijo como sacrificio de purificación por nuestros pecados» (1Jn 4, 10). El Verbo se hizo carne para que conozcamos así el amor divino: «Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que ninguno de los que creen en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16). El verbo se hizo carne para ser nuestro modelo de santidad: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12). El verbo se hizo carne para volvernos «participantes de la divina naturaleza» (2Pe 1, 4): «Para eso se hizo el Verbo hombre, y el Hijo de Dios Hijo del Hombre, para que el hombre, mezclándose con el Verbo y recibiendo la filiación divina, se hiciese hijo de Dios» * San Ireneo, Tratado contra los herejes, Libro III, 19,1..
Dios anuncia la Encarnación de su Hijo por boca del primero de los grandes profetas, Isaías (que vivió en el siglo VIII a.C.): «Pues bien, el Señor mismo os dará una señal: mirad: la doncella está encinta, va a dar a luz un hijo, y le pondrá el nombre de Emmanuel» (Is 7, 14). La doncella en cuestión es “María”, igualmente llamada “Virgen Santa”. Ella concibió por intermediación del Espíritu Santo * El Espíritu Santo es la tercera persona de la Divina Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es especialmente en razón de esta paternidad divina que podemos afirmar que Jesús es el Hijo de Dios. Así, Dios Padre revela en Jesucristo, Hijo de Dios, su Amor a los hombres por la acción del Espíritu Santo. y dio a luz a Jesús, «el Cristo, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16, 16). «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz (...) Porque nos ha nacido un niño, se nos ha dado un hijo, que lleva al hombro el principado y es su nombre: Consejero Portentoso, Héroe Divino, Padre Sempiterno, Príncipe de Paz» (Is 9, 1 y 5).
La Redención
En nuestras leyes humanas, si alguien comete un crimen, la justicia de los hombres dicta una sentencia contra él. Debe “pagar” por su falta. El “pago” se traduce frecuentemente por el encarcelamiento del culpable. A este pago se añade el imperativo de una buena conducta durante y después del cumplimiento de su pena. El criminal debe “redimirse” ante los ojos de la sociedad. Al término de la pena y de la redención ante los ojos de todos, el hombre recobra su libertad y recupera los derechos de un ciudadano libre. Se dice entonces que “ha pagado su deuda” a la sociedad.
En el caso del pecado humano, es decir, no solamente del pecado original, sino también de nuestros propios pecados * «La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos, no ha olvidado jamás que los pecadores mismos fueron los autores y los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor. Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo, la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos, con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos » (CIC 598). En una de sus admoniciones, San Francisco de Asís no vacila en afirmar: « Y los mismos demonios no lo crucificaron, sino que fuiste tú el que con ellos lo crucificaste, y lo sigues crucificando, deleitándote en vicios y pecados» (Adm 5, 3)., la redención ante Dios se hace a través de Jesucristo. Por su obediencia amante hacia el Padre, Jesús lleva a cabo esta redención «hasta su muerte en la Cruz», cumpliendo así la misión expiatoria del Servidor sufrido que justifica a la muchedumbre agobiándose él mismo con sus faltas. La muerte de Cristo es el sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva de los hombres por medio del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. La muerte de Cristo es, igualmente, «el sacrificio de la Nueva Alianza que devuelve al hombre a la comunión con Dios, reconciliándole con Él por la sangre derramada por muchos para remisión de los pecados». * CIC 613.
¡Así, Dios se hizo hombre! Habríamos podido pensar que este advenimiento se haría con gran pompa, a bombo y platillo, con una especie de “grandiosidad” hollywoodense que nos deslumbraría. En pocas palabras, a través de un acto que forzara nuestra creencia en Dios y que, tal vez en cierto modo, aniquilara nuestra libertad de creer y de amar. Los acontecimientos (no obstante anunciados desde siete siglos antes) fueron muy diferentes. Aunque Jesucristo, el Mesías tan esperado, haya pronunciado palabras extraordinarias, palabras que nos reconfortan, y haya llevado a cabo acciones igualmente excepcionales (los milagros), nuestro Redentor fue pobre y humilde. Se hizo hombre. Se adjudicó nuestros pecados. Crucificado, derramó su sangre para darnos la vida. Y resucitando, logró destruir a la muerte.
La fe, respuesta del hombre a Dios que se le revela y entrega
«Que se alegre el corazón de los que buscan al Señor» (Sal 105, 3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha. Esta es la meta máxima de nuestra existencia: vivir en la paz de Dios.
«Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un corazón recto”, y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios» * CIC 30.. La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela ante él y se le entrega.
Abraham, el padre de todos los creyentes, es el modelo de esta respuesta, de esta obediencia * Obedecer, es decir, escuchar y obrar. «Obedecer (ob-audire) en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma». CIC 144. en la fe. Abraham, al llamado de Dios, sin saber a dónde va, abandona su país por una tierra que debe recibir como herencia; a través de la fe, vive como extranjero y peregrino en la tierra prometida; a través de la fe, Sara recibe la gracia de concebir al hijo prometido; finalmente, a través de la fe, Abraham ofrece a su hijo único en sacrificio.
Pero si Abraham es el modelo de la obediencia a Dios, la Virgen María es su realización más perfecta. Con fe, María recibe el anuncio y la promesa llevados por el Arcángel Gabriel, creyendo que «nada hay imposible para Dios» (Lc 1, 37); y le da su consentimiento: «he aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Por su parte, Isabel la saluda así: «¡Bienaventurada tú, la que has creído; porque se cumplirán las palabras que se te han anunciado de parte del Señor!» (Lc 1, 45). Es gracias a la fe que todas las generaciones la proclaman bienaventurada.
San Francisco de Asís es un hombre en busca de Dios. Se sabe pobre, pequeño y pecador. En vísperas de su conversión, arrodillado ante el crucifijo de San Damián, humildemente dirige esta plegaria al Todopoderoso: «Sumo y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y veraz mandamiento» * OrSD. Lector de este manual de formación: ¿no crees que en tus oraciones diarias al Todopoderoso, podrías dirigirle la misma súplica?... ¿Acaso no nos ha dicho el Señor: «Pedid, y os darán»? (Mt 7, 7)..
Ahora, a mi vez, ruego que yo mismo sepa dejarme envolver por el amor de Dios. Que sepa humildemente abrirle mi corazón para que pueda “llenarlo”. Que no sienta ningún temor hacia Él, sino todo lo contrario, que confíe en Él con toda mi alma. Al igual que San Francisco, que mi fe sea dinámica para que el amor de Dios inunde toda mi vida, todos mis actos y todos mis pensamientos. Que no reduzca a Dios a un culto semanal fuera del cual no tendría cabida sino, a la inversa, que inunde toda mi vida interior y todas mis relaciones con las otras criaturas del universo.
Con esta oración de San Francisco ante el Cristo de San Damián, terminamos la verdadera introducción de este manual de formación. Es evidente que en estas páginas se han revelado las palabras más importantes que podremos encontrar a lo largo de este manual :
La continuación de este manual constituye, en parte, el desarrollo de estos tres términos. Referiremos así algunos pasajes de los Evangelios, de los tiempos en que Dios se hizo hombre. Pero antes de evocar estos relatos, parece conveniente describir de manera breve la vida en la época de Jesús, con el fin de “degustar” el Evangelio en su realidad histórica y, algunas veces, simplemente para comprender su sentido. Del mismo modo, la segunda parte de este sub-capítulo nos presentará algunos grupos de personas que Jesús conoció en el transcurso de su vida pública.
En tiempos de Jesús de Nazaret
El primer advenimiento de Cristo se sitúa en un momento histórico bien determinado. Pero comencemos por descubrir la tierra que lo vio nacer.
Un poco de geografía
Jesucristo nació hace cerca de 2000 años, en una región del mundo llamada Palestina. Cuando tomamos un mapa, es difícil distinguir dónde se encuentra Palestina. Pequeño país situado en la costa este del mar Mediterráneo, de 200 km de largo y entre 40 y 65 km de ancho, antiguamente se componía de diversas provincias. Las tres principales provincias a las que Jesús se desplazó son: Judea, Galilea y Samaria.
Judea: la frontera oeste de Judea es “el gran mar” (el mar Mediterráneo) y la frontera este “el mar de la Sal” (el mar Muerto). Este último se sitúa a una altitud de 300 metros sobre el nivel del mar y la capital de Judea (Jerusalén) se encuentra sobre una meseta cuya altitud oscila entre los 640 y 770 m sobre el nivel del mar. Conociendo la frágil superficie de Judea, es fácil adivinar lo escarpado de la región.
Judea verá nacer * Sobre el nacimiento de Jesús en Belén, Judea, cfr. Lc 2, 1-7. y morir a Jesús * Muerte de Jesús en Jerusalén (Mt 27, 33-56) el viernes 7 de abril del año 30 de la era cristiana.. Constituye una de las dos provincias donde Jesús ejercerá lo esencial de su ministerio público.
En fin, la gran mayoría de sus habitantes profesan el judaísmo, a excepción del ocupante romano del que trataremos más adelante.
Galilea: es la provincia judía del norte, aunque esta región tiene fama de no haber dado jamás ningún profeta (Jn 7, 52). Esta zona presenta, como Judea, un relieve particularmente pronunciado. Galilea es llamada «la Galilea de los gentiles» (Is 8, 23), expresión que se explica por su situación geográfica propicia a los intercambios comerciales y por su población miscelánea. Los habitantes de Galilea se reconocen por su particular acento (Mt 26, 73). Esta provincia no sufrirá invasiones romanas.
Galilea verá crecer a Jesús. Efectivamente, allí pasará la fase oculta de su vida (infancia e inicio de la edad adulta), en el pueblo de Nazaret, pueblo de José * José es el padre adoptivo de Jesús. Se hará cargo del niño y se entregará a esta tarea con una devoción y una santidad que lo convierten en un ejemplo de coraje y humildad. y de María, su madre. Según la cronología de los sinópticos, Jesús ejerce la primera parte de su ministerio en Galilea.
-S Samaria S-: Samaria es la región central de Palestina. Separa Judea y Galilea. Pero sus habitantes, si bien esperan la venida del Mesías, no profesan la pura fe judía. Esto se debe a múltiples razones: deportación de sus ancestros fuera de la provincia; llegada de nuevos colonos con sus propios ritos, etc. La hostilidad entre judíos y samaritanos * Los samaritanos son los habitantes de Samaria. es recíproca. En la época de Jesús, los judíos no frecuentan a los samaritanos y, por otro lado, para los judíos, la misma palabra “samaritano” es una injuria (Jn 8, 48). Por su parte, los samaritanos no dudan en molestar a los peregrinos judíos que suben a Jerusalén. Es por ello que habitualmente se rodea Samaria para pasar de Galilea a Judea.
El ocupante romano y Herodes
En la época de Jesús, no todo es miel sobre hojuelas. Judea, desde el año 63 a.C., está bajo ocupación romana, y merece la pena analizar el motivo de esta anexión.
En el año 64 a.C., dos hermanos se disputan el poder de Jerusalén: Hircán II y su hermano Aristóbulo II. Los dos piden ayuda militar al general romano Pompeyo, que acaba de conquistar Siria. Pompeyo opta por el partido de Hircán II y toma Jerusalén. Los romanos “se instalan” entonces en Judea, aunque dejan a Hircán II como soberano pontífice, es decir, con el cargo de sumo sacerdote y etnarca. A pesar de esta aparente libertad política y religiosa, los hechos demuestran que Palestina se convierte en un verdadero protectorado romano que debe pagar tributo al emperador. Además, Roma hace y deshace a su antojo en Palestina:
- Hircán II obtiene el poder gracias a la armada romana (63 a.C.);
- Roma “adjunta” a Hircán II un procurador idumeo llamado Antípater (47 a.C.);
- Debido a los desórdenes ocasionados por las guerras civiles en Palestina, provocadas por los partidarios de Hircán II y de Aristóbulo II, el senado romano nombra como rey a uno de los hijos del procurador Antípater, un tal... Herodes I el Grande (40 a.C.).
Hábil político, Herodes I el Grande contrae matrimonio con una princesa de la antigua familia real, con el fin de legitimar su posición política ante los habitantes de Palestina.
Intenta ganarse el favor del pueblo judío reconstruyendo el templo de Jerusalén, que había sido destruido en 587 a.C., aunque en realidad no le interesa ninguna religión, sea o no judía.
A pesar de estas estratagemas, es detestado por los judíos. Sus verdaderos “dioses” son el dinero y el poder. Para conservar ambas cosas, aplica simultáneamente tanto la política más conciliadora como la más dura:
- La política más conciliadora: Herodes permanece estrechamente sometido a César Augusto en su política exterior. Se sabe mostrar como hábil cortesano, suficientemente servil a los intereses de Roma como para obtener substanciosos favores. Logra reinar sobre un territorio que puede calificarse de considerable para la época: Idumea, Judea, Samaria, Galilea, Gaulanítide, Batanea, Traconítide, Auranítide y Perea.
- La política más dura: se dice que no dudó en ejecutar a su mujer y a varios de sus hijos, sospechosos de intrigas. Herodes I el Grande está tan ligado a su corona que, cuando se presentan ante él los Reyes Magos que van a adorar al rey-Mesías esperado por Israel, tan sólo ve en este Mesías un competidor por el poder. Entonces intenta conocer el lugar preciso donde se encuentra el pequeño * «Id e informaos puntualmente acerca de ese niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para que también yo vaya a adorarlo». Mt 2, 8..Finalmente sin lograrlo, «Herodes, furioso al verse burlado por los magos, envió a que mataran a todos los niños que había en Belén y en toda su comarca menores de dos años» (Mt 2, 16), orden que fue ejecutada en el acto.
Como podemos constatar, el pueblo judío sufre, una vez más en su historia, múltiples tormentos con este invasor romano presente en su territorio nacional, y con ese rey que ni siquiera pertenece a la comunidad judía.
Pero entonces, ¿cuál es la fe que anima a este pueblo, y que le permite sufrir y volver a levantarse?
El judaísmo y la espera del Mesías
Integrémonos bien en el contexto. Desde Moisés, el pueblo judío constituye el pueblo elegido por Dios para acoger sus mandamientos y ponerlos en práctica. Son mandamientos de amor y de fidelidad. En contrapartida, Dios les concede múltiples dones. Yahveh-Dios concluye una alianza con su pueblo (Dt 5, 1-22) que se traduce en los Diez Mandamientos. Estos Diez Mandamientos que Yahveh-Dios da a su gente abarcan todo el campo de la vida religiosa y moral del pueblo elegido, aunque en el judaísmo, política y religión conforman un conjunto difícilmente disociable.
Desafortunadamente, el pueblo elegido, seguro de su elección, se instala en un “quietismo” de mala ley y cae con frecuencia en una profunda decadencia moral.
Los profetas anuncian múltiples veces los castigos de Yahveh-Dios y, cuando estos llegan, el pueblo espera con más impaciencia todavía la venida del Mesías anunciada en las Sagradas Escrituras. Así, la concepción del Mesías más extendida en la época de Jesús aparece como la de un poderoso soberano que protege al pueblo (traduzcamos: un Mesías que echaría a los romanos de sus tierras; un Mesías real que se sentaría en el trono de su padre David en lugar del... rey Herodes, etc.) y que, por supuesto, someterá a todos los otros pueblos del mundo a su dominio con el fin de asegurar una paz universal (traduzcamos nuevamente: una paz conquistada por las armas si es necesario. Ya no sería la paz romana, sino la paz judía, la que solucionaría todos los problemas del globo). En resumen, el Mesías tan esperado sólo puede poseer el perfil de un rey guerrero, dominante y poderoso. Entonces, el mundo tendría sólo dos alternativas: someterse o morir.
No es imaginable un Cristo sufrido, un humilde servidor venido a liberar a los hombres de la esclavitud del pecado y no del yugo romano. Un Mesías que se da a sí mismo el calificativo de sembrador y que deja a cada uno su propia libertad de recibir o rechazar la palabra de Dios. ¡Y lo que tal vez es peor!: los rabinos de la época tienden a mantener al Mesías fuera de la esfera de la divinidad. ¿Un hombre que sea el Hijo de Dios? ¡Inconcebible! * La realidad de Dios hecho hombre sigue siendo un obstáculo muy importante en la mutua comprensión de las diferentes comunidades monoteístas.
Jesús, a pesar de sus palabras y de las obras que lleva a cabo públicamente, tropieza con la incomprensión y la oposición encarnizada de las personas más cultas del pueblo hebreo. Las sombras persisten en la espera de la llegada de Cristo; se obstinan en permanecer con los ojos cerrados para no ver la luz que se derrama en el mundo. Entre los principales oponentes se cuentan a los fariseos, los saduceos y los escribas.
Los fariseos
Los fariseos constituyen una de las agrupaciones judías de la época de Cristo, que se ilustra esencialmente a través del estudio y la interpretación de las Sagradas Escrituras.
Los fariseos, deseosos de elaborar un marco preciso que permitiera la observancia exacta de la Torá, redactaron 613 reglas (248 preceptos y 365 prohibiciones). Enseguida se adivina el peligro de querer gestionar todo según ciertas reglas precisas para cada acto vital: el peligro de olvidar lo esencial, de olvidar el núcleo de la fe enfocándose al respeto estricto de múltiples prácticas. Jesús los increpará acremente a este respecto (Mt 23, 23).
Contrariamente a una creencia bastante extendida, los fariseos se reclutan entre las capas sociales más humildes. Por regla general, su vida rigurosa les confiere la atención de una gran parte del populacho. Sin embargo, la predicación de Jesús desvía la atención de este mismo populacho en su dirección.
Los fariseos se cuentan entre los principales detractores de Cristo. Empero, sería erróneo generalizar, ya que Jesús encuentra también algunos amigos entre ellos: ahí está Nicodemo, que defenderá a Jesús (Jn 7, 50-52) durante una discusión entre fariseos y que, para su sepultura, aportará cien libras de mirra y áloe (Jn 19, 39). Este notable fariseo va una noche al encuentro de Jesús y le rinde una verdadera profesión de fe en razón de las señales que Jesús ejecuta (Jn 3, 2); Nicodemo intenta comprender las misteriosas palabras de Jesús, aunque hay que reconocer que le cuesta cierto trabajo, no obstante su conocimiento de las Santas Escrituras (Jn 3,10).
Los saduceos
Los saduceos, por su parte, constituyen otro grupo de la época de Cristo. Forman una facción político-religiosa del judaísmo, y sus adherentes pertenecen sobre todo a las grandes familias sacerdotales y a la aristocracia laica. Frente a la estrecha observancia de los fariseos, los saduceos adoptan una actitud más laica. Además, los saduceos se entienden bastante bien con el ocupante romano, no obstante su pertenencia a la ortodoxia judía. Preconizan un cierto materialismo y niegan la resurrección de los muertos (ver Lc 20, 27).
Los saduceos no son muy numerosos y, al contrario de los fariseos, están muy alejados del pueblo, al que desprecian. Sin embargo, ambos bandos concuerdan en su odio común hacia Jesús.
Los saduceos aman el poder y el dinero. Caifás, el sumo sacerdote * Caifás juega un papel de capital importancia en el proceso de Jesús., pertenece a este grupo de los saduceos y, gracias a su cargo de sumo sacerdote, preside el tribunal del sanedrín * El sanedrín es el gran tribunal del pueblo judío ante el cual comparecerá Jesús. Se compone de 71 miembros repartidos en tres categorías: 1. Los ancianos, representantes de la aristocracia laica (se habla de la posibilidad de que José de Arimatea, discípulo de Jesús, perteneciera a esta categoría del sanedrín); 2. los sacerdotes (en función y honorarios) y los miembros de las cuatro familias en las que generalmente se escogen a los sumos sacerdotes; 3. los escribas o doctores de la ley, quienes pertenecen con frecuencia al bando de los fariseos., el mismo que posteriormente juzgará y condenará a Jesús.
Los escribas
Desde siempre, el mundo conoció la necesidad de la escritura. Si, algunas veces, la religión judía carga con el sobrenombre de “religión del libro”, es porque debemos reconocer que legó una obra escrita considerable: la Biblia. Los escribas son los vehículos de esta difusión escrita de los textos bíblicos. En tiempos de Jesús, los escriban gozan de la más alta estima y la gente toma la costumbre de llamarlos “rabbí”, es decir, “Maestro”. Estos especialistas de los textos sagrados copian, traducen, ejercen funciones de consejeros en los tribunales, de jueces y de profesores. Pero algunas veces, la ciencia desemboca en el orgullo y la autosuficiencia. Los escribas desprecian a Jesús, a ese hombre ¡que pretende enseñar con autoridad cuando ni siquiera ha estudiado! (Mc 11, 27-28). ¿Cómo podría poseer la competencia doctrinal, la cual no podía ser adquirida más que tras haber leído y escrutado las Sagradas Escrituras? (cfr. Mt 12, 2; 19, 1-9).
Podemos apreciar así las numerosas dificultades con las que tropieza Jesús. Y la palabra que proclama provoca una curiosa consecuencia: la de lograr ser comprendido por la gente sencilla y no por lo sabios * «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra ; porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla». Mt 11, 25.. ¿Cómo puede ser posible algo semejante? Es posible porque la palabra de Dios no se dirige solamente a la inteligencia, sino al corazón. Recordemos el mensaje esencial que San Juan Bautista nos lanza: «Cambiad vuestros corazones».
Pero Jesús no conoce solamente enemigos. Hemos visto que entre aquellos que se cuentan entre sus más temibles adversarios se encuentran algunos amigos * Podemos mencionar a Nicodemo, el fariseo, y a José de Arimatea, miembro del sanedrín, un hombre rico, recto y justo (Lc 23, 50). . Sin embargo, curiosamente, Jesús orienta la elección de sus apóstoles hacia las personas del pueblo, no porque sean fácilmente crédulos * La reacción de los apóstoles ante el anuncio de la resurrección por boca de las santas mujeres lo demuestra. Cfr. Lc 24, 11. al primer gurú que se aparezca, sino porque ante todo, esas personas sencillas acogen la palabra de Cristo y sus señales con el corazón.
Veamos entonces a algunas de esas personas que lo acompañaron por los caminos de Palestina. Precisemos desde ahora que la primera persona que deberíamos mencionar es la Virgen María. Sin embargo, no hablaremos de ella aquí. Pero tranquilízate, no ha quedado olvidada, ya que podrás encontrar, más adelante, todo un capítulo que le consagra este manual.
Los apóstoles
Jesús llama a doce discípulos que se constituyen en los doce apóstoles. Etimológicamente, la palabra apóstol significa “enviado”, “mensajero”, es decir, “comisionado”. En otro capítulo trataremos sobre este aspecto misionero. Por el momento, simplemente trabemos conocimiento con sus apóstoles:
-S Simón-Pedro S-: el primero de los doce apóstoles. Natural de Galilea, ejerce el oficio de pescador. Es su hermano Andrés quien lo lleva ante Jesús. «Jesús, fijando en él su mirada, le dijo: “Tú eres Simón, el hijo de Juan; pues tu te llamarás Cefas, que significa Pedro”» (Jn 1, 42). Jesús lo designa primer Papa de la Iglesia: «Ahora yo también te digo que tú eres Pedro; sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...» (Mt 16, 18).
Andrés: hermano de Pedro. Igualmente galileo y pescador. Ante todo, Andrés es discípulo de San Juan Bautista, el precursor. Una vez que San Juan Baustista designa a Jesús como cordero de Dios, Andrés y otro discípulo corren a su encuentro. «Jesús entonces se volvió y, al ver que le seguían, les pregunta: “¿Qué deseáis?”. Ellos le contestaron: “Rabbí –que quiere decir ‘Maestro’-, ¿dónde vives?”. Él les responde: “Venid y lo veréis”...» (Jn 1, 38-39). Andrés, como se ha mencionado, lleva a Pedro ante Jesús.
-S Santiago el Mayor (hijo de Zebedeo) S-: también es de Galilea y ejerce el oficio de pescador. Jesús lo llama cuando está en plena actividad: «Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos: Santiago, el de Zebedeo, y su hermano Juan, que remendaban sus redes en la barca, con Zebedeo, su padre; y los llamó. Ellos al momento dejaron la barca y a su padre y lo siguieron» (Mt 4, 21-22).
Juan: galileo y pescador, como su padre Zebedeo y su hermano Santiago. Probablemente, Juan es el segundo personaje al que Juan el Baustista indica quién es el cordero de Dios (los Evangelios no lo señalan claramente). Andrés y él son los primeros discípulos llamados por Jesús. La tradición cuenta que Juan es el más joven del grupo, «aquel a quien Jesús amaba» (Jn 13, 23). Juan es el autor del cuarto Evangelio: «Éste es el discípulo que da fe de estas cosas y el que las escribió, y sabemos que su testimonio es verdadero» (Jn 21, 24).
Felipe: galileo. Al día siguiente de la llamada a Pedro, Jesús se propone partir a Galilea; se encuentra con Felipe y le dice: «“Sígueme”. Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro» (Jn 1, 43-44). Felipe irá en busca de Bartolomé (Natanael) para llevarlo ante Jesús.
Bartolomé (Natanael): galileo. Felipe se encuentra con Natanael y le dice: «“Hemos encontrado a aquel de quien escribieron Moisés, en la ley, y los profetas: a Jesús, hijo de José, el de Nazaret”. Y Natanael le contestó: “Pero ¿es que de Nazaret puede salir algo bueno?”. Felipe le responde: “Pues ven y verás”. Jesús vio a Natanael, que se le acercaba, y dice de él: “Éste es un auténtico israelita, en quien no hay doblez”. Dícele Natanael: “¿De dónde me conoces?”. Jesús le contestó: “Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, ya te vi”. Natanael le respondió: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el rey de Israel”. Jesús le contestó: “¿Porque te he dicho que te vi debajo de la higuera, ya crees? Mayores cosas que éstas has de ver”. Y le añade: “De verdad os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre”». (Jn 1, 45-51).
Mateo (Leví): también galileo, pero no es pescador, aunque tal vez pecador. En efecto, Mateo es publicano, específicamente recaudador de impuestos en beneficio de los poderes opresores (los romanos y el rey Herodes). Hay que decir que los publicanos no despiertan la consideración y, por otra parte, los Evangelios asocian frecuentemente un término poco elogioso a la palabra publicano: «publicanos y pecadores» (Mt 9, 10), o incluso «los publicanos y las prostitutas» (Mt 21, 32). Sin embargo, es a un publicano a quien llama Jesús: «Después de esto, al salir, vio a un publicano, llamado Leví, en su despacho de cobrador de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Y él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió» (Lc 5, 27-28). Mateo será el redactor del primero de los cuatro Evangelios.
Tomás (apodado Dídimo, que significa “mellizo” en griego): ignoramos si Tomás, como todos aquellos que acabamos de describir, es o no galileo. Los Evangelios nos lo presentan como aquel que, a pesar de su generosidad, duda y pide señales: «Señor, si no sabemos adónde vas ¿cómo vamos a conocer el camino?» (Jn 14, 5); y más adelante, tras la resurrección: «Pero Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les respondió: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto mis dedos en el lugar de los clavos y mi mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y Tomás con ellos. Estando bien cerradas las puertas, llega Jesús, se pone delante y les dice: “Paz a vosotros”. Luego dice a Tomás: “Trae aquí tu dedo y mira mis manos, trae tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino creyente”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Dícele Jesús: “¿Porque me has visto has creído? ¡Bienaventurados los que creen sin haber visto!”» (Jn 20, 24-29).
-S Santiago S- (hijo de Alfeo): se sabe muy poco sobre Santiago (hijo de Alfeo). El Nuevo Testamento sólo señala su nombre (Mt 10, 3, y Hch 1, 13).
Judas Tadeo (o Judas el de Santiago): galileo y originario de Nazaret, es uno de los primos de Jesús. Sus padres fueron Cleofás y María –concuñada o prima de la Virgen María- (Jn 19, 25), y sus hermanos Santiago el Menor, Simón y José (Mc 6, 3).
-S Simón (el Zelote) S-: los Evangelios nos dicen poco sobre él, salvo que formaba parte de los doce apóstoles (Lc 6, 15), y que antes de recibir el llamado de Cristo debió ser zelote. Los zelotes constituían un grupo religioso judío cercano a los fariseos, pero que agregaba a su fe un nacionalismo militante y fanático.
Judas Iscariote: Judas es siempre citado en último término en la lista de los doce apóstoles. Parece que es originario de Judea * El término «Iscariote» es generalmente interpretado como «hijo u hombre de Queriyot» (ciudad de Judá).. Los evangelistas insisten en su calidad de apóstol en el sentido estricto del término: Judas es «uno de los Doce» (Mt 26, 14). La insistencia sobre su calidad de apóstol anticipa otra: Judas es «aquel mismo que lo ha entregado». Esta última precisión se repite sin cesar. Efectivamente, Judas es el apóstol que entregó a Jesús a cambio de treinta monedas de plata (Mt 26, 14-16). El carácter sórdido de su engaño culmina cuando, en el huerto de Getsemaní, Judas trastoca un signo de amor en acto de traición: «El que lo iba a entregar les había dado una contraseña: “Aquel a quien yo bese, ése es, prendedlo y llevadlo bien seguro”. Y, apenas llegado, se acerca a él y le dice: “¡Rabbí!”. Y lo besó» (Mt 14, 44-45). «Jesús le dijo: “Judas ¿con un beso entregas al hijo del Hombre?”» (Lc 22, 48).
El evangelista Mateo nos dice que, tras la condena de Jesús, Judas se sintió atacado por los remordimientos y se ahorcó (Mt 27, 3-5). A pesar de las apariencias, es tal vez este último pecado el más grande que Judas pudo cometer. Judas, a causa de su falta de fe, dudó de la misericordia de Dios, del amor de Dios * «Si alguien dice una palabra en contra del Hijo del hombre, se le perdonará; pero el que la diga en contra del Espíritu Santo no tendrá perdón ni en este mundo ni en el futuro » (Mt 12, 32). Es excusable que el hombre se confunda en lo tocante a la dignidad divina de Jesús, velada por su humilde apariencia de “Hijo del hombre”; pero « quien voluntariamente cierra los ojos a las obras y señales del Espíritu Santo a favor de Cristo, rechaza la fe y la salvación que Dios le ofrece y, en tal estado, jamás conseguirá conversión y perdón», citado en la versión castellana de La Biblia del P. Serafín de Ausejo, revisada y actualizada por Marciano Villanueva, pról. de Josep M. Soler, aprobada por la Conferencia Episcopal Española, Herder, Barcelona, 2005, nota 12,32, p.1498.. Judas pensó que nuestro Padre no podría perdonar su traición. Judas habría podido arrepentirse. Pero sólo sintió remordimientos y se ahorcó.
Pero volvamos a nuestra máquina del tiempo. Como verás, luego de haber conocido los primeros días de la humanidad, hemos viajado para detenernos en el comienzo de la era cristiana. Sigamos ahora nuestro viaje temporal para aprender, aunque sea un poco, sobre la época en la que vivió San Francisco de Asís, es decir, hacia el final del siglo XII d.C.
En tiempos de San Francisco de Asís
En una ciudad de Italia, un tal Juan Bernardone abre los ojos a la vida a fines del año 1181 o principios de 1182. Su padre, Pedro Bernardone y de Pica, no está presente en la cabecera de su esposa para escuchar el primer llanto de su hijo. En el momento de su nacimiento, Pedro Bernardone, rico comerciante de telas, está en Francia en viaje de negocios. Esperando su vuelta, la mamá, la señora de Pica, da al recién nacido el nombre de Juan, pero a su regreso, el padre decide que se llame Francesco (Francisco), que quiere decir “pequeño francés”. Ese será su nombre de bautismo. Este niño crecerá en su ciudad natal, ahí vivirá la mayor parte de su vida y morirá también allí. La ciudad ostenta el nombre Asís. Es por ello que aquel niño, después de su muerte, será llamado “Francisco de Asís” * Utilizaremos indistintamente a lo largo de este manual alguna de las cuatro denominaciones siguientes: Francisco, Francisco de Asís, San Francisco o San Francisco de Asís..
Asís
Esplendorosa pequeña ciudad italiana, situada en la región de Umbría, a una distancia de alrededor de doscientos kilómetros al norte de Roma. Esta ciudad, bañada por el sol de Italia, se encuentra situada a media cuesta del Monte Subasio, a una altitud aproximada de 505 m sobre el nivel del mar. Es una ciudad romana muy antigua. Crucero de caminos que llevan de Foligno a Perugia, o que descienden hasta Espoleto, su ubicación geográfica tuvo una gran importancia estratégica en la Edad Media.
Desde que Francisco de Asís murió (la noche del 3 al 4 de octubre de 1226), esta ciudad no ha sufrido destrucciones ocasionadas por las guerras, por lo que paseándonos hoy en día por sus calles estrechas, subiendo por sus escaleras, tomando el sol en sus plazas, podemos descubrir la ciudad tal como Francisco la conoció en vida.
Pero antes de avanzar más en el conocimiento de la vida de Francisco, echemos una rápida ojeada a la época que lo precedió y a aquella que lo vio nacer. Veremos que los siglos XI y XII se caracterizan por múltiples mutaciones que transformaron a la sociedad de su tiempo. ¡Claro! Nosotros, hombres del siglo XXI, podemos pensar orgullosamente que la humanidad comenzó a “moverse” por fin en nuestra época, con nuestra cultura muy pronto universal, nuestras tecnologías, nuestras ciencias médicas, nuestros fabulosos medios de comunicación. Conservemos a un mismo tiempo la mente despejada y la cabeza sobre los hombros. El mundo no nació ayer. Veremos que en los tiempos de Francisco se “movía” ya de manera extraordinaria. Veamos entonces, muy brevemente, “al antes” de Francisco de Asís.
La Alta Edad Media y el monaquismo
La Alta Edad Media comienza a principios del siglo V y se continúa hasta el siglo XI. Este largo periodo tiene algo a la vez único y fascinante. En efecto, el fin de la antigüedad en Occidente se materializa en un tremendo caos. Más de veinte pueblos bárbaros se abaten sobre Europa, destruyendo, pillando, asesinando; algunos regresan a sus lugares de origen y otros se instalan en los sitios conquistados. Uno de los mejores factores de la pacificación de esta Europa en llamas será el monaquismo, es decir, el universo de los monjes.
Son los monjes quienes construirán Europa. La atribución a San Benito del título de patrono de Europa se justificará así plenamente. Los monjes van a pacificar; los monjes van a evangelizar; los monjes van a terminar por poseer prácticamente un monopolio en el terreno cultural, al menos en lo concerniente a la expresión escrita del saber y de la experiencia.
Sin embargo, la expansión del cristianismo conocerá momentos sombríos al comienzo de la Baja Edad Media.
La Iglesia en el siglo XII
Los historiadores concuerdan en que el siglo XII representa una de las épocas más tensas y tormentosas de la historia de la Iglesia en Occidente. Efectivamente, a lo largo de este periodo encontraremos numerosos problemas en todos los niveles de la vida eclesiástica.
En las altas esferas de la jerarquía de la Iglesia, durante el periodo comprendido entre la elección de Calixto II (1119) y la de Inocencio III * Inocencio III será el papa que aprobará la forma de vida de Francisco y de sus frailes. (1198), es decir, en escasos 79 años, se ve pasar la elección de trece papas y seis antipapas, estos últimos elegidos en el curso de dos largas series de cismas cuya duración suma 40 años.
Hay también una parte de los hombres de la Iglesia que no siempre se muestra como ejemplo de la vida evangélica o, sencillamente, del debido respeto a los votos pronunciados. Numerosos sacerdotes y monjes se resisten todavía a respetar el voto de celibato. Además, la lucha por las prebendas, e incluso su acumulación, es moneda corriente en la Iglesia de la época. En fin, numerosas contradicciones aparecen entre el discurso de la Iglesia sobre la pobreza, y las riquezas que las abadías y obispados no dejan de acumular. Las consecuencias ligadas a estos contraejemplos de la vida evangélica y a estas contradicciones son tanto más temibles en los fieles, porque la clericalización progresiva de los miembros del clero emprendida durante el siglo XI vuelve a los hombres de la Iglesia más visibles ante los ojos del pueblo.
Así, y aunque se encuentren en la Iglesia del siglo XII auténticas santidades (citemos a Santa Hildegarda, San Bernardo, San Norberto, San Alberto, San Pedro Nolasco y varios más...), no es menos cierto que permanece la constante de una Iglesia traspasada por profundas inquietudes. Por tanto ¿se ha perdido la fe? ¡No, al contrario! Hay que recordar que la Iglesia no comporta solamente a los miembros del clero. Efectivamente, el cuerpo místico de Cristo cuenta con todo el pueblo de los bautizados. Por ello, el amor de Dios y su conocimiento no son de ninguna manera privilegio de los clérigos. Los laicos del siglo XII expresarán su hambre y su sed de divinidad * «El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar», CIC, 27., algunas veces en un profundo respeto y comunión con las enseñanzas, como los Humilladosy las reclusas, y otras en perfecta contradicción con ellas, por ejemplo las sectas.
Los Humillados y las reclusas
Durante este siglo veremos nacer movimientos como el de los Humillados. Se trata de artesanos laneros, reunidos no solamente por las exigencias técnicas de su oficio, sino sobre todo por el deseo de consagrar su trabajo de tejedores. Así, se reúnen, sean o no personas casadas, para orar en conjunto e intercambiar exhortaciones. Dos hechos caracterizan a los Humillados: primero, el uso común de los beneficios de su trabajo, para que todos tengan por partes iguales lo que necesitan para vivir (a ejemplo de lo que había hecho la primera comunidad cristiana de Jerusalén). Y segundo, la exclusiva realización de telas de bajo costo, de calidad muy modesta, para que los más pobres puedan vestirse.
También veremos aparecer a las mulieres religiosae * Mulieres religiosae : término genérico por el cual, en los documentos de la época, son designadas las mujeres que, aunque no hayan hecho una verdadera profesión monástica, viven de manera religiosa. , es decir, mujeres que con frecuencia escogen vivir en comunidad permaneciendo en sus propias casas, castamente, trabajando con sus manos y consagrándose a obras de misericordia * Cfr. Bartoli, Marco, Claire d’Assise, Le Sarment Fayard, 1993, p. 134. (Versión castellana: Bartoli, Marco, Clara de Asís, Ed. Franciscanas, Arantzazu, 1992.). Esta nueva forma de vida comunitaria es también el fruto de un profundo cambio de mentalidades. Ahora, la vida religiosa busca expresarse en el seno mismo de las ciudades. Es una novedad pues, hasta entonces, la vida religiosa se expresaba de manera casi sistemática en los monasterios separados del mundo urbano. Existen también otras mujeres que escogen una vida eremítica urbana. Son las reclusas. Desde que existió el monaquismo, hubo eremitas, es decir, mujeres que escogían una vida de soledad y de oración en las proximidades de un monasterio. Como acabamos de señalar, los monasterios estaban alejados de las ciudades. Las reclusas, por el contrario, viven en un reclusorium (penitenciario), en un eremus (ermita) o incluso en una carcerem (prisión), situados generalmente en el interior de las ciudades o muy cercanos de un centro de población. Además, estas reclusas mantenían intensas relaciones con el medio que las rodeaba * Ibidem..
Al lado de estos fenómenos espirituales vividos en armonía con el Evangelio, otras comunidades verán también la luz. Intentan responder igualmente al fervor y a la intensidad de vida religiosa que surgen entre los laicos. Pero se oponen de manera radical al cuerpo místico de Cristo.
Las sectas
Las sectas van a nacer de hombres que, casi todos, se remitían a los Evangelios. Frecuentemente, llevaban una vida pobre, casta y austera. ¿Cómo se presentaban estos misioneros reformadores? «Su técnica fue rápidamente conocida y conservó su eficacia durante al menos dos siglos. Comenzaban por poner en evidencia las frecuentes e innegables faltas del clero, a las cuales oponían su propia vida ruda y austera: el punto de comparación era, evidentemente, la vida miserable, atormentada y perseguida de Cristo, hijo de un carpintero, odiado por los escribas y los fariseos, obligado a huir de región en región, y, finalmente, crucificado. ¿Quién estaba más próximo de Él, el sacerdote rico o el hereje pobre? La respuesta era sencilla, como era sencillo sacar en conclusión que entonces el hereje era el poseedor de la verdad, guardada durante siglos por algunos elegidos y ahora revelada; una verdad salvadora, única vía posible de redención» * Manselli, Raoul, Saint François d’Assise, Ed. Franciscaines, 1981, p. 11. (Versión castellana: Manselli, Raoul, Vida de San Francisco de Asís, Ed. Franciscanas, Arantzazu, 1997.).
Es evidente que la crítica al clero, todo lo desagradable que pueda ser, no basta para convertir a un hombre en hereje. Esta crítica se acompañaba de una visión de Dios y del mundo muy particular. Citaremos, por ejemplo, la más temible de las sectas de la época, temible tanto para la Iglesia como para la sociedad: la secta cátara * La herejía cátara se propagó sobre todo por el sur de Francia y el norte de Italia. En tiempos de Francisco, la ciudad de Espoleto, situada a 40 km de Asís, era un importante centro cátaro. En otras partes de Europa, el catarismo no había podido extenderse a causa de la “eliminación” sistemática de los cátaros a manos de los poderes civiles locales..
Los cátaros tenían una concepción dualista del mundo, según la cual existen dos principios iguales y claramente opuestos: Dios, a la cabeza del reino espiritual, y Satanás, a la cabeza del reino material. Entonces, ya que nuestro cuerpo es materia, todo nacimiento provoca una proliferación del imperio de Satanás. Por ello, es necesario alentar todo acto que dañe a esta vida material, como el aborto, el infanticidio o incluso el suicidio. Esta teoría negaba, evidentemente, la divinidad de Dios hecho hombre, así como varios puntos esenciales de la vida cristiana, tales como el amor vivido en el matrimonio. Respecto al más allá, y más precisamente a lo que concierne a nuestra vida después de la muerte, la seguridad del paraíso se adquiría si se podía matar al propio cuerpo y recibir, justo antes de morir, la bendición de un cátaro. Tal concepción eliminaba completamente la caridad del fiel y excluía toda misericordia divina.
Hoy en día es difícil imaginar la fascinación que pudo suscitar la herejía cátara (así como otras sectas) entre la población. La austeridad de los cátaros, es decir, de los puros, constituía un elemento de respeto, y por lo tanto, de admiración * No perdamos de vista la afirmación indicada al principio de este apartado: «Los hombres tienen hambre y sed de divinidad». Esto era cierto y será siempre naturalmente cierto, incluso de manera inconsciente.. Además, la predicación se hizo en un lenguaje común y corriente, de tono sencillo, accesible finalmente a todos. Por otra parte, numerosos señores feudales y burgueses encontraban más bien agradable la fórmula cátara, a saber: puedo vivir como un descreído toda mi vida; lo único que necesito para acceder al paraíso, es acortar la duración de mi vida cuando sienta que llega a su término y recibir, previamente a mi suicidio, la bendición de un cátaro.
Simultáneamente a estas manifestaciones de energía y de fe que se expresaban, es verdad, en las direcciones más diversas, aparece también un nuevo elemento: el nacimiento y la expansión de las ciudades.
Las ciudades y el movimiento comunal
Lo esencial del sistema económico y social de la Alta Edad Media reposa en el campo. Por el contrario, posteriormente al año mil, diversos factores dan a las ciudades una importancia hasta entonces desconocida y conllevan cambios muy profundos en las relaciones sociales.
Durante cuatro siglos, el mundo vivió bajo el sistema feudal, es decir, en un mundo caracterizado por relaciones hiper-jerarquizadas en el plano social. En lo alto de la pirámide jerárquica, encontramos al emperador o al rey. En el nivel inmediatamente inferior, encontramos a los príncipes y a los duques, que prestan juramento de fidelidad a su soberano. Después, más abajo, a los señores, que hacen lo mismo. Finalmente, en el último peldaño de la clase social, encontramos al siervo que presta juramento de vasallaje económico y social. «Esta sociedad se sitúa ante todo bajo el signo de la estabilidad. A decir verdad, echa raíces en el suelo. Nadie puede dejar la tierra a la que está ligado: el siervo no tiene derecho de abandonarla, el señor no tiene derecho de venderla». * Leclerc, Eloi, François d’Assise. Le retour à l’Evangile, Desclée de Brouwer, 1986, p. 13. (Versión castellana : Leclerc, Eloi, El retorno al Evangelio, Ed. Franciscanas, Arantzazu, 2001.)
El crecimiento demográfico posterior al año mil provoca el nacimiento de ciudades o la expansión de las ya existentes. Se ve entonces a los habitantes de una misma ciudad unirse para administrar la vida de la villa y para conseguir su autonomía respecto a la suprema autoridad, el Imperio, autoridad por otra parte completamente ausente de la vida italiana durante más de un cuarto de siglo (entre 1125 y 1152). Los habitantes eligen periódicamente a algunos de entre ellos para dirigir la villa. Empero, no hay que ver en este aspecto selectivo, que abandona completamente el carácter del derecho divino a la autoridad, los inicios de una democracia cualquiera. Pero hay, de hecho, una pronunciada voluntad que cuestiona todo privilegio nobiliario. Los burgueses * Aquí, el sentido de la palabra burgués difiere del actual: entonces significaba “habitante de un mismo burgo”. quieren administrarse ellos mismos sin tener que rendir cuentas a nadie. Esta determinación logrará su objetivo, algunas veces al cabo de terribles enfrentamientos entre nobles y burgueses. A partir de la independencia comunal adquirida, la villa buscará extender su territorio de influencia y, por ello, entrará en conflicto con villas vecinas que persiguen frecuentemente los mismos objetivos.
El joven Francisco Bernardone vivirá todos esos acontecimientos. Francisco tiene 16 años cuando los habitantes de Asís asedian y destruyen la fortaleza feudal e imperial que domina la ciudad. La villa es proclamada cuando tiene 18 años. A los 20 años, junto con muchos compañeros más, parte a la guerra contra Perugia, la vecina ciudad que dista a unos 20 km de Asís. Caerá prisionero y su detención durará un año.
Pero no vayamos tan rápido. Nos queda por descubrir un aspecto importante de los tiempos de Francisco. Si efectivamente las ciudades emprenden la guerra contra sus vecinos, necesitan, para financiar sus conflictos, capitales que encuentran gracias a los habitantes más adinerados de la villa: los mercaderes.
Los mercaderes
Bajo la denominación de mercaderes encontramos principalmente cuatro categorías de burgueses: los artesanos, que producen ellos mismo los bienes y los venden; los pequeños comerciantes, que compran los productos y los revenden sin aportar transformaciones; los industriales de la época, que hacen trabajar a toda una parte de la población de la ciudad; y finalmente, los grandes comerciantes, entre los cuales se sitúan en primer lugar (en términos de rentabilidad) los comerciantes de telas de lujo. Francisco era el hijo de un hombre que pertenecía a esta última categoría * «Todas las fuentes, de cualquier origen, carácter o procedencia, concuerdan en este punto: Francisco de Asís provenía de una familia rica, incluso muy rica, que pertenecía al nivel más alto de la clase mercantil de la ciudad», Manselli, Raoul, Saint François d’Assise, op. cit. p. 33.. Hay que subrayar tres elementos principales con respecto a los mercaderes, elementos que nos permitirán percibir más claramente ciertas elecciones de vida o ciertos comportamientos de Francisco.
El primer elemento que merece resaltarse se llama “dinero”. Los hombres de esta época van a sacrificar muchas cosas –y la palabra “sacrificar” no resulta exagerada- para tener dinero y más dinero. Los testimonios de cronistas nos revelan las abominables condiciones laborales inflingidas a las personas que trabajan para los mercaderes. Tanto más que estos últimos acumulan muy frecuentemente la gestión de salarios, de alquileres y de precios, aunque no den a sus empleados más que lo estrictamente necesario para no morir. Este capitalismo desmedido será severamente condenado por la Iglesia: «Casi en todas partes se ha insinuado el crimen de la usura, a tal punto que muchos descuidan otros negocios para librarse a la usura como si fuera lícita, sin hacer el menor caso de las condenas que le atañen en los dos Testamentos. Establecemos en consecuencia que los usureros notorios no podrán ser admitidos en el sacramento del altar y que, si mueren en este pecado, no recibirán cristiana sepultura» * III Concilio de Letrán, Canon 25..
El segundo elemento a subrayar emana directamente del primero: la monopolización de los cargos municipales en beneficio de los más ricos. No hay que soñar. Aunque todo el pueblo se une para derrocar a los antiguos poderes políticos, con la esperanza de una mejor vida, más fraternal y más justa, esta derrota no beneficia más que a unos cuantos, y la esperanza de una vida mejor y más fraternal se transforma en dura y amarga realidad para los otros. Así, aquellos que dirigen la vida económica se arrogan nuevos derechos monopolizando la vida de la ciudad. Esta monopolización se facilita en algunas villas donde ciertos burgomaestres y regidores no dudan en utilizar el sistema de cooptación en lugar de la elección para renovar a sus miembros. Esto permite a muchos padres de familia acariciar la esperanza de ver a sus hijos ocupar puestos de jefes de la ciudad en el futuro. Comprendemos mejor la cólera del mercader de Asís, Pedro Bernardone, cuando ve a su primogénito Francisco “echarse a perder” así. ¡Qué decepción para el mercader! ¡Qué estruendosa humillación pública para un hombre de la ciudad! ¡Qué nefastas consecuencias en perspectiva para el porvenir de la familia en el seno de la comunidad! En especial porque en ciertos dominios, y tal vez de forma más marcada en esta época, la sensibilidad hacia la opinión pública es extrema.
El tercer aspecto relativo al mundo mercantil concierne al deseo de rivalizar con la nobleza. Negociante en productos de lujo, el comerciante de telas encuentra una buena parte de su clientela entre los nobles y termina por fascinarse con el estilo de vida propio de esa clase social. Es verdad que desde cierto punto de vista, los burgueses se aproximan ya a la nobleza con respecto a las posibilidades financieras, en primer término, pero también por la cultura. En esta época los mercaderes, por razones de negocios, necesitan saber leer y escribir, tanto en lengua vulgar como en latín, ya que todas las actas notariales están escritas en esta última lengua. Y los mercaderes intentarán identificarse con los nobles en dominios que hasta entonces estaban reservados a estos últimos: la vida cortesana y las armas.
La vida cortesana: el tema esencial de la vida cortesana era el amor cortés, esa devoción total y absoluta a la dama que se había elegido. Se trataba de un profundo lazo, pero espiritual, del cual aquel que amaba obtenía toda dicha, y que llegaba a su cúspide si la amada correspondía a ese amor. Este amor cortés no bastaba para volverse cortesano. Debía acompañarse de toda una serie de otras cualidades que lo enriquecían y lo complementaban. La primera de todas, era que el amante debía ser joven, es decir, que debía poseer las características de elegancia, de fineza, de valentía, de espontaneidad osada de un joven de espíritu. Igualmente, era necesaria otra cualidad, la largueza, es decir la liberalidad, la generosidad en las dádivas, no solamente hacia la dama sino también hacia los otros. La cortesía se coronaba en el arte de saber declarar, de la manera más elegante posible, sus propios sentimientos a la dama, por medio del canto acompañado de música * Manselli, Raoul, op. cit..
Las armas: hasta entonces, la sociedad estaba rigurosamente repartida en tres ordines * Los tres ordines constituían una de las estructuras pilares de la sociedad medieval. o estamentos, sacerdotes, guerreros, y los otros. Los mercaderes, intentando siempre asimilarse a la nobleza, querrán acceder al privilegio que representa el manejo de las armas. Es evidente que esto no podía agradar a todo el mundo. Un obispo del siglo XII, Otón de Freising, ofrece una famosa descripcion de las villas italianas, llena de altivo desprecio. Allí revela el hecho, que considera escandaloso, de que los mercaderes tengan la audacia de ceñir el tahalí de los caballeros.
Francisco Bernardone, hijo de mercader, se atreverá a desear ser cortesano y hacerse caballero. Si ejerció el oficio de su padre, lo hizo de una forma muy diferente, pues era más alegre y más generoso que él * TC 2.. Amigo de los juegos y las canciones, recorría la ciudad de Asís, tanto de día como de noche, en compañía de jóvenes de su edad. Se mostraba sumamente generoso para gastar todo lo que podía tener o ganar, y lo dilapidaba en banquetes o en otros derroches de la misma especie. Sin embargo, sabía mostarse cortés en sus actos y en sus palabras. Un día que estaba en la tienda de su padre vendiendo una sábana, entró un pobre y le pidió una limosna por el amor de Dios. Contenido por la promesa de las ganancias y por la dirección del negocio (en la cual, por otra parte, se mostraba muy hábil), le negó la limosna. Luego que el mendigo se fue, se reprochó el haber sido grosero: «Si, se dijo, este pobre te hubiera pedido algo en nombre de un gran conde o de un barón, seguramente le habrías dado lo que te pedía. Con mucha mayor razón, por el Rey de Reyes y el Señor de todos, habrías debido hacerlo». Algunos años más tarde, un noble de Asís preparaba sus fornituras para marchar a Pouillé y ganar ahí más dinero y honor. Sabiéndolo, Francisco quiso partir con él y, con la esperanza de hacerse caballero, preparó las más preciosas vestimentas posibles. Inferior a su conciudadano en el plano de la riqueza, intentó superarle en la pompa. Pero en el camino se encontró con un caballero pobre, es decir, con un auténtico caballero, pero cuyo ridículo atavío era lamentable a causa de la falta de dinero. Cuando este caballero vio a nuestro Francisco, su propia situación lo avergonzó. Ni siquiera tenía un caballo. Entonces, curiosamente, la vergüenza se invirtió. Francisco se dio cuenta de la molestia que su aplastante riqueza provocaba en el verdadero caballero y le dio su equipo. Le dio todo.
Tenemos entonces a este joven, Francisco, cuya personalidad, al mismo tiempo, se busca y se afirma. Persigue la vana gloria y, simultáneamente, se muestra desbordante de generosidad. Aunque es hábil en los negocios, su amor por Dios lo incita a un profundo respeto por el prójimo. Y cierto acontecimiento, o más bien encuentro, va a provocar un cambio radical en su vida y en su visión del mundo. El encuentro con un leproso.
La conversión
Sumerjámonos bien en el contexto de la época en todo lo concerniente a la lepra. La mayor parte de las normas del judaísmo relativas al comportamiento de la sociedad respecto a los leprosos pasaron al cristianismo. Encontramos en el Antiguo Testamento (cfr. Lv 13, 1-17; 45-46; 14, 1-32) descripciones relativas a la impureza de los leprosos, que se dice han amalgamado la lepra del cuerpo y la lepra del alma. El leproso era forzosamente un gran pecador, cuyo pecado se manifestaba a todos a través de la visibilidad de la lepra. Al lado de este destierro religioso reinaba un verdadero destierro civil. Éste consistía en excluir al enfermo del grupo social. Se le imponía un “arresto domiciliario”, forzosamente en algún sitio muy aislado. El leproso no podía entrar más en las ciudades. Si se desplazaba, era menester que pusiera atención en recorrer solamente las vías o caminos menos transitados y, en todo momento, debía advertir su presencia sonando una campanilla o cualquier otro instrumento. Se trataba de un verdadero destierro * El destierro era una pena política criminal, infame, que consistía en prohibir a alguien la permanencia en su tierra o en cualquier lugar. impuesto a personas que no habían cometido ningún crimen, salvo el ser leprosos.
Hasta entonces * Este episodio de la vida de Francisco transcurre durante el verano de 1205. Francisco tiene 23 años., la visión que Francisco tenía de los leprosos era penosa al extremo de rehusar mirarlos, e incluso de aproximarse a los lugares donde vivían. Si, en los vericuetos de un camino, llegaba a verlos, o se veía obligado a pasar cerca de sus residencias, giraba la cabeza para no soportar esa visión inmunda y se tapaba la nariz. Comprended: el olor, y el miedo al contagio. Si alguna vez Francisco daba una limosna, digámoslo sin tapujos, lo hacía siempre a través de un intermediario.
Pero un día en que Francisco cabalga en las inmediaciones de Asís, un leproso viene a su encuentro. El pobre miserable, viendo al hermoso caballero, grita: «Leproso, leproso... Tenga piedad de un pobre leproso». Normalmente, Francisco habría dado media vuelta y partido a galope para alejarse lo más rápido posible de ese horror. Pero esta vez, Francisco desmonta. Se aproxima al leproso y le da una moneda de plata. Su mirada cruza la del pobre enfermo. En la mirada del leproso, se puede leer a la vez la esperanza de la limosna y el deseo de recibir una mirada afectuosa, una sonrisa, que le permitan existir. Entonces Francisco se aproxima. Se aproxima más y más. Toma la mano del leproso y la besa. Durante algunos segundos, las miradas se cruzan. En silencio, se esbozan sonrisas. Francisco vuelve a su montura, abandonada a unos cuantos pasos. Lo hace reculando, conservando sus ojos fijos en los del leproso. En su pecho, Francisco escucha el latido de su propio corazón. Tiene un nudo en la garganta, no tanto por el acto que acaba de ejecutar como por el descubrimiento que el Señor acaba de ofrecerle. En ese momento, el leproso hace un gesto de agradecimiento. Un gesto que sólo compete a los hombres. Se lleva los dedos a los labios, y envía un beso de paz al caballero desconocido. Francisco monta su caballo y sigue su camino. Francisco no esperará demasiado, tan sólo algunos días, nos precisa la Leyenda de los tres compañeros * TC 4, 11., para proveerse de muchas monedas y dirigirse al hospital de los leprosos para darles limosna y cuidarlos.
En el ocaso de su vida, Francisco resumirá en las primeras líneas de su testamento el peso decisivo de este episodio en su existencia: «El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar de este modo a hacer penitencia: pues, como estaba en pecados, me parecía extremadamente amargo ver a los leprosos; pero el Señor mismo me llevó entre ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y, después de un poco de tiempo, salí del mundo» * Test 1-3..
El propio testimonio de Francisco, siempre conciso y sintético, expresa el hecho al origen de su conversión. Este acontecimiento es el encuentro con los leprosos. La consecuencia de este encuentro es su propia conversión. ¿Era entonces Francisco hasta tal punto pagano que necesitaba convertirse? ¡Porque Francisco estaba bautizado, y ya hemos visto que era capaz de hacer buenas obras! La conversión de Francisco reside en la inversión de valores, en la inversión de la visión del mundo, definida por él mismo en la antítesis amargura-dolor. No ve las cosas o los seres de la misma manera. En el episodio del encuentro con el leproso, el leproso es siempre leproso. No lo es en menor grado que aquellos que Francisco ha visto hasta el momento. Y tras el episodio del encuentro, el leproso sigue siendo tan leproso como antes. Lo que ha cambiado, es la mirada de Francisco sobre el prójimo. Es esta inversión de valores lo que se denomina como conversión. Podríamos concluir precisando que Francisco comenzó por responder al llamado de su Creador: «¿Dónde estás?» * Gn 3, 9. Señalemos que esta pregunta que Dios hace al hombre en el Génesis es la primera frase que le dirige: «¿Dónde estás?». Es una pregunta que hace a cada uno de nosotros. Francisco, retrospectivamente en su testamento, respondió: «...estaba en pecados... ».. Enseguida, obedeció a la firme invitación de Cristo: «Convertíos; porque el reino de los cielos está cerca» * Mt 4, 17. Esta invitación expresada en imperativo y en plural (se dirige a la humanidad entera) representa las primeras palabras que Cristo dirige al hombre y es referida en el evangelio de San Mateo. Francisco atribuye de manera muy justa su conversión al Señor: «Pero el Señor me condujo entre ellos (los leprosos); los cuidé con todo mi corazón». Pues se trata precisamente de una cuestión de sentimiento. No basta con dar limosna. No basta con cuidar. Es necesario hacerlo con todo el corazón.. Finalmente, dijo “sí” a la acuciante llamada de Cristo: «Venid conmigo» * Mt 4, 19. Segunda frase que Cristo dirige al hombre en el Evangelio. Entonces, cambiar su corazón es el requisito indispensable para seguir a Cristo. Así, cuando se obedece a este imperativo, se puede seguirle. Es lo que hará Francisco y encontrará el mundo transformado: «Y, al separarme de ellos, lo que me parecía amargo se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo; y, después de un poco de tiempo, salí del mundo»..
Muchas personas, desde hace siglos, han tratado de responder a esta pregunta y a estas apremiantes invitaciones * A estas invitaciones, el hombre responde por medio de la Fe. «La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida». CIC 26. viviendo el ideal evangélico a la manera en que Francisco intentó vivirlo. Pero antes de trabar conocimiento con la regla de la Orden Franciscana Seglar, veamos cómo nació esta Orden.
La Orden Franciscana Seglar
Los orígenes
Como tal vez ya lo sabes, es durante el año 1208 que Francisco vio la llegada de los primeros hermanos ante él. Luego de que el Señor le haya enviado a esos hermanos, Francisco fundó la Orden de los Hermanos Menores.
Poco tiempo después, en la noche del Domingo de Ramos del año 1211 (ó 1212), una joven de la nobleza de Asís se fuga de su hogar y va a buscarlo. Se trata de Clara Offreduccio, quien se convertirá en Clara de Asís, y con ella fundará la Orden de las Damas Pobres (las clarisas).
En 1212 * O, como lo revelan los estudios más recientes, en 1213 ó 1214., Francisco se interroga. ¿Debe entregarse solamente a la oración, o debe dedicarse algunas veces a la predicación? Entonces, pide a Clara y al hermano Silvestre, en quien Francisco tiene gran confianza, que le indiquen cuál de los dos caminos debe adoptar. Santa Clara y fray Silvestre, tras haber orado juntos, le dan la misma respuesta: «La voluntad de Dios es que vayas a predicar por el mundo, pues Él no te ha elegido para tí solo, sino también para el bienestar de los demás». Inmediatamente, Francisco sale a predicar por los caminos de Umbría. Un día, cuando está predicando en el pueblito de Cannara, situado a doce km de Asís, los hombres y las mujeres del lugar, conmovidos por el fervor del Poverello, manifiestan el deseo de abandonar su tierra, su cónyuge y sus hijos para seguirlo. Pero, aunque Francisco llama a todo el mundo a la santidad, no desea que las familias se desintegren y que los hijos sean abandonados. Francisco frena sus ardores alentándolos al mismo tiempo a conservar su deseo de una vida que siga las vías del Señor: «No tengáis prisa, no os vayáis de aquí; ya os indicaré lo que debéis hacer para la salvación de vuestras almas» * Flor 16.. A partir de ese instante, «Francisco reflexiona con más insistencia sobre el medio de conciliar ambos preceptos, igualmente imperiosos: el del deber que retiene al cristiano en el mundo y la llamada del Maestro que le pide salir para seguirlo, llevando su cruz» * Péano, Pierre, Histoire du Tiers-Ordre, O.F.M., Ed. Franciscaines, 1943.. Entonces se le ocurre la idea de fundar una Orden * La Leyenda de los tres compañeros precisa: «De esta manera, por medio del bienaventurado Francisco, devotísimo de la santa Trinidad, se renueva la Iglesia de Dios a través de tres Órdenes, como quedó significado en la reparación de tres iglesias que llevó a cabo anteriormente». TC 14, 60. para los laicos o, más precisamente, para las personas que no pertenecen a las dos primeras órdenes ya fundadas * Es por ello que la Orden Tercera cuenta entre sus miembros a numerosos curas. . Esta innovación en la materia será concretizada hacia 1221, tras su retorno de Siria.
Esta tercera Orden se llamará primero “Orden de los penitentes”, luego “Orden Tercera” y finalmente “Orden Franciscana Seglar”. Si el significado de la segunda y tercera denominación se adivina fácilmente, la primera, por su parte, merece una explicación.
La Orden de los Penitentes
La palabra “penitencia” proviene del latín paenitentia, término con que los sacerdotes de la Iglesia tradujeron la palabra griega metanoïa que encontraron en el Nuevo Testamento. Metanoïa significa cambio, conversión. No fue más que de forma tardía que la palabra “penitencia” designó las prácticas ascéticas a través de las cuales se manifiesta la voluntad de conversión.
Por otra parte, a principios del siglo XIII, las palabras “penitente” y “penitencia” tomaron un sentido técnico cuyo origen se remonta a mil años atrás. Desde el siglo III, cuando los pecadores públicos solicitaban su readmisión en el seno de la comunidad cristiana, la Iglesia les imponía un cierto número de obligaciones. Estas obligaciones, siempre muy estrictas, debían, a un mismo tiempo, mantener en ellos el espíritu de la verdadera conversión y manifestarse ante los ojos de la comunidad. Entonces se les llamaba “penitentes”, y se consideraba que, desde un cierto ángulo, la Iglesia comportaba tres órdenes: la de los catecúmenos, la de los penitentes y la de los bautizados.
Durante el siglo XII y a principios del siglo XIII, cuando los cristianos deseaban expresar su fe por medio de una vida cristiana más ferviente, adoptaban con frecuencia, pero esta vez voluntariamente, el espíritu de conversión evangélica que la Iglesia deseaba que existiera en los penitentes públicos y las obligaciones que había definido para ellos. Para designar a estos cristianos fervientes, se utilizaba de manera corriente la expresión “penitentes residentes en sus propias casas”.
Es por ello que, hacia 1221, Francisco redacta una carta destinada a todos los fieles que comporta dos capítulos que se oponen vigorosamente: «Los que hacen penitencia» y «Los que no hacen penitencia». Esta carta constituye en cierta forma el preámbulo y el inicio de la regla de la Orden Franciscana Seglar. Te invito a que conozcas esta carta, cuyo texto puedes encontrar en las recopilaciones de los escritos de San Francisco. Descubrirás en esta carta todo lo relativo a San Francisco y a su teología, y a la dinámica de su conversión.Tras esta breve presentación de la Orden de los Penitentes, ten presente que si el tiempo pasa y las palabras cambian, el espíritu inicial señalado por Francisco permanece invariable. Y podremos así responder a la siguiente pregunta:
¿Qué es la Orden Franciscana Seglar?
La Orden Franciscana Seglar es una orden * Una orden es una agrupación ordenada y disciplinada a quien la Iglesia confiere ese título y esa calidad. religiosa * No se trata de una Orden DE RELIGIOSOS. Efectivamente, esta denominación, Religiosos, queda estrictamente reservada a aquellos que, habiendo abandonado el mundo exterior, viven en comunidad y hacen votos de pobreza, de castidad y de obediencia. Ahora, los que entran en la Orden Franciscana Seglar no dejan el mundo exterior ni hacen ningún voto. Es el papa Benedicto XV († 1922), él mismo terciario de San Francisco, quien, en su encíclica Sacra Propediem, utilizó el término Religiosa refiriéndose a la Orden Tercera: «El primero, Francisco de Asís, imaginó y realizó, con la ayuda de Dios, lo que hasta entonces no había pensado ningún otro fundador de Orden regular: volver la vida religiosa accesible a todos». El papa Pío XII retomará esta expresión en su encíclica Rite expiatis: «…Orden religiosa que gracias a una innovación no está sujeta a ningún voto de religión...». compuesta por personas que, sin abandonar el mundo exterior, y sin hacer ningún voto, hacen profesión de tender a la perfección cristiana, según el espíritu evangélico de San Francisco, a través del cumplimiento de su deber de Estado y la observancia de una regla aprobada para ellos por el soberano Pontífice.
La Regla
Acabamos de escribir, por partida doble, la palabra regla. Hay que saber que, tras la Carta a todos los fieles escrita en 1221, fueron redactadas sucesivamente tres reglas, de las cuales la más reciente siempre abroga y reemplaza a la precedente. Nuestra actual regla fue aprobada y confirmada por nuestro soberano Pontífice, el papa Pablo VI, el 24 de junio de 1978. Estos dos términos, aprobar y confirmar, podrían considerarse como una redundancia inútil. No es el caso. Aprobar, es reconocer que el estilo de vida franciscana es evangélico. Confirmar, es comprometer a la Iglesia, al encargar a los franciscanos que vivan de acuerdo al modo de vida que la Iglesia toma bajo su responsabilidad.
Hambrientos de libertad, no siempre nos gusta, de forma natural o espontánea, tener que seguir reglas. Frecuentemente, preferimos fiarnos de nuestro propio juicio. De ahí que puedan desprenderse las inevitables preguntas referentes a la regla: ¿la regla es útil? Y si lo es, ¿es indispensable? Dejemos a Tomás de Celano, biógrafo de San Francisco, así como a nuestro soberano Pontífice, el papa Juan Pablo II, ofrecernos sus respuestas a estas cuestiones.
«El Padre santísimo (Francisco) tuvo, respecto a la Regla, una visión acompañada de una voz que venía del cielo. Era el tiempo en que se trataba entre los hermanos acerca de la confirmación de la Regla; al santo, preocupado con vivo interés por este asunto, se le dio a ver en sueños lo que sigue: le parecía que había recogido del suelo pequeñísimas migajas de pan, que tenía que distribuir a numerosos hermanos que le rodeaban hambrientos. Temía mucho distribuir migajas tan menudas, ante el riesgo de que se le deslizasen por las manos partículas tan diminutas; pero una voz del cielo le anima con voz poderosa: “Francisco, haz con todas las migajas una hostia y dala a comer a los que quieran comerla”. Hizo el santo como se le había dicho, y cuantos no la recibían devotamente o, recibida, tenían a menos el don, aparecían después notoriamente tocados de lepra. A la mañana siguiente, doliéndose el santo de no poder descifrar el misterio de la visión, la refiere a sus compañeros. Pero poco más tarde, permaneciendo él en vela en oración, se le dio a oír del cielo esta voz: «Francisco, las migajas de la noche pasada son las palabras del Evangelio; la hostia es la Regla; la lepra, la maldad”». * 2C 159, 209.
El 19 de junio de 1986, Juan Pablo II se dirigió a la Orden Franciscana Seglar en estos términos: «Amad, estudiad, vivid vuestra Regla para que los valores que contiene sean eminentemente evangélicos. Vivid estos valores en la fraternidad y vividlos en el mundo donde, por vuestra vocación secular, os habéis comprometido y enraizado. Vivid estos valores evangélicos en vuestras familias, transmitiendo la Fe por medio de la oración, del ejemplo y de la educación, y vivid las exigencias evangélicas del amor recíproco, de la fidelidad y del respeto a la vida».
La regla, condensado evangélico a la intención de los hermanos seculares de San Francisco, comporta tres capítulos:
Capítulo I: la Orden Franciscana Seglar (artículos 1 al 3)
Capítulo II: la Forma de vida (artículos 4 al 19)
Capítulo III: la vida en fraternidad (artículos 20 al 26)
- Estructura de la fraternidad
- Entrada en la fraternidad
- Encuentros
Los artículos que componen el capítulo II de la regla serán estudiados a todo lo largo de este manual de formación. El capítulo III será estudiado al final del manual. Por el momento, abordaremos sucesivamente los tres artículos del primer capítulo.
Capítulo I : La Orden Franciscana Seglar * Se designa igualmente a la Orden Franciscana Seglar con las siguientes denominaciones : «Fraternidad Seglar Franciscana», o incluso «Tercera Orden Franciscana», o con las siglas T.O.F.
Artículo 1
Entre las familias espirituales, suscitadas por el Espíritu Santo en la Iglesia * Lumen Gentium, 43. , la Familia Franciscana comprende a todos aquellos miembros del Pueblo de Dios, laicos, religiosos y sacerdotes, que se sienten llamados al seguimiento de Cristo, tras las huellas de San Francisco de Asís * Pío II : Discurso a los Terciarios, I, del 1-VII-1956..
En maneras y formas diversas, pero en recíproca comunión vital, todos ellos se proponen hacer presente el carisma del común Seráfico Padre, en la vida y en la misión de la Iglesia * Apostolicam Actuositatem 4, m. «La espiritualidad de los laicos debe revestir características particulares atendiendo a la condición de vida de cada uno: vida conyugal y familiar, soltería y viudez, estado de salud, actividad profesional y social. Cada uno debe entonces desarrollar sin cesar las cualidades y los dones recibidos y en particular aquellos que están adaptados a sus condiciones de vida, y servirse de los dones personales del Espíritu Santo. En fin, los laicos que según su vocación particular se han afiliado a asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, siempre deben esforzarse por concretizar de la mejor forma los caracteres de su propia espiritualidad. Que estimen en alto grado la competencia profesional, el sentimiento familiar y cívico, y las virtudes que atañen a la vida social, tales como la probidad, el espíritu de justicia, la sinceridad, la delicadeza, la fuerza del alma. Sin ellas, no hay verdadera vida cristiana...»..
En el primer apartado, se subraya primeramente el aspecto familia espiritual. No se trata solamente de la Orden Franciscana Seglar, objeto de estudio de estas líneas introductorias, sino de toda la familia franciscana: hermanos menores, clarisas, hermanos seculares, y también de todas aquellas ramas que hayan podido surgir a continuación: capuchinos, franciscanos de difererentes filiaciones, etc.
Además, se trata de una familia espiritual suscitada por el Espíritu Santo en la Iglesia. La familia franciscana no tiene por vocación rivalizar con la Iglesia de Cristo, sino formar parte de ella plenamente. La imagen más socorrida para representar a un mismo tiempo esta pertenencia a la Iglesia y el matiz particular de San Francisco de Asís, es la de una orquesta: la orquesta representa a la Iglesia y San Francisco toca allí una sinfonía, la de la vida evangélica. Pertenecer a la familia franciscana, es tocar con la orquesta entera la misma sinfonía, pero utilizando un instrumento particular.
Hablaremos con frecuencia de la Orden Franciscana Seglar como de una tercera orden. Si la O.F.S. * A partir de ahora, utilizaremos indistintamente la denominación “Orden Franciscana Seglar” o su abreviatura O.F.S. es la tercera de las órdenes fundadas por Francisco, ocupa este tercer lugar tan sólo en el orden cronológico de la creación de dichas órdenes. Efectivamente, ninguna de ellas ocupa el primer puesto, sino que cada una tiene por vocación vivir en comunión y reciprocidad vital con las otras.
Artículo 2
En el seno de dicha familia, tiene un puesto peculiar la Orden Franciscana Seglar, la cual se configura como una unión orgánica de todas las fraternidades católicas esparcidas por el mundo entero y abiertas a todo grupo de fieles, en las cuales los hermanos y las hermanas, impulsados por el Espíritu a alcanzar la perfección de la caridad en su estado seglar, se comprometen con la Profesión a vivir el Evangelio a la manera de San Francisco con la ayuda de la presente Regla confirmada por la Iglesia * CDC (antiguo), Canon 702, I..
Cómo ya lo habíamos precisado líneas antes, la O.F.S. está abierta a todos los cristianos que no pertenecen ya a las dos primeras órdenes * Abierta a todos los cristianos salvo «a quienes ya están vinculados, mediante la Profesión, a otra familia religiosa». Constituciones Generales de la O.F.S., cap. I, art. 2, 1. (y no solamente a los laicos * «Los sacerdotes que se sienten llamados por el Espíritu a participar del carisma de San Francisco en la Fraternidad seglar, encuentren en ésta atención específica, conforme a su misión en el Pueblo de Dios». Constituciones Generales de la O.F.S, cap. III, art. 35, 1.). Este aspecto es una constante desde el principio, por lo que encontramos, entre las figuras conocidas de la O.F.S., bautizados de toda índole, a saber: San Luis de Francia (†1270) y Santa Elizabeth de Hungría (†1231), santos patronos de la Orden (además de San Francisco).
Entre los papas recientes: Pío IX (†1878), León XIII (†1903), San Pío X (†1914), Benedicto XV (†1922), Pío XI (†1939), Pío XII (†1958). Entre los santos y beatos: San Ivo de Treguier (†1303), Santa Juana de Arco (†1431), Santo Tomás Moro (†1535), Santa Ángela de Merici (†1540), San Ignacio de Loyola (†1556), San Vicente de Paul (†1660), San Juan Eudes (†1680), San Juan Bautista de la Salle (†1719), San Juan María Vianney, cura de Ars (†1859), San Juan Bosco (†1888), beata Zélie Martin - la madre de Santa Teresa del Niño Jesús - (†1877),beato Antonio Chevrier. Entre las otras figuras: Rafael (†1520), Miguel Ángel (†1564), Palestrina (†1594), Galvani (†1798), Volta (†1827), León Harmel (†1915), Martha Robin (†1981)... y tú, que lees estas líneas.
El artículo 2 habla también de compromiso. Desarrollaremos el punto del compromiso en el último capítulo de este manual. Sin embargo, precisemos desde ahora que el término se traduciría por: «a través de la Profesión se persigue encarnizadamente vivir el Evangelio como lo hizo San Francisco», sabiendo que en latín, el término profesión se entiende como un compromiso público.
La última frase del artículo precisa igualmente a qué nos comprometemos: «a vivir el Evangelio a la manera de San Francisco con la ayuda de la presente Regla confirmada por la Iglesia». Será entonces un compromiso cuyos campos de aplicación no tendrán límites. La frase “vivir según el Evangelio” invita a no detenerse en el texto, sino, bien al contrario, a ir más allá de la letra y de la ley; abre un espacio virgen, ilimitado, donde las reservas y los cálculos están ausentes, y donde reina la calidad y la libertad. Este es un punto en particular que, entre otros, distingue a la O.F.S. de cofradías * Las cofradías son asociaciones piadosas, cuyo objetivo es frecuentemente la asistencia mutua o la práctica de tal o cual devoción bien precisa (por ejemplo, la devoción al Sagrado Corazón). o de asociaciones caritativas * Las asociaciones caritativas militan de manera eficaz en favor de alguna obra en particular (por ejemplo, en pro de los leprosos o de los ciegos). de cualquier confesión.
Artículo 3
Esta Regla, después del «Memoriale propositi» (1221) y de las Reglas aprobadas por los Sumos Pontífices Nicolás IV y León XIII, acomoda la Orden Franciscana Seglar a las exigencias y a las esperanzas de la santa Iglesia, en las nuevas condiciones de los tiempos. Su interpretación corresponde a la Santa Sede, mas la aplicación será hecha por las Constituciones Generales y por los Estatutos particulares.
Para la mayoría de las Órdenes ya antiguas * Exceptuando sin embargo a la Orden de los Hermanos Menores, cuya Regla, escrita por San Francisco, es lo suficientemente abierta en sus aplicaciones prácticas como para tomar en cuenta las mutaciones propias de la evolución de los tiempos., la Iglesia ha adaptado las diferentes reglas de vida para armonizarlas con sus exigencias y expectativas, y para tomar en cuenta las exigencias ligadas a la evolución del mundo. La Orden Franciscana Seglar no se ha mantenido al margen de estas adaptaciones. En particular, nuestra nueva Regla se aproxima al “estilo” de Francisco en su redacción. Por ejemplo, no encontramos prescripciones de tipo numérico, como hacer cada día tantas oraciones, o visitar cierto número de veces a los enfermos, etc. Sucede que la diversidad de situaciones de los miembros de las fraternidades no autoriza este género de precisiones. ¿Esto quiere decir que cada quien puede encontrar y hacer lo que quiera con ella? Pues bien, tampoco se trata de eso. Estas dos tentaciones son sin embargo muy grandes: o bien se tiene una línea de conducta a seguir a ciegas, que podría hacernos creer que nos hemos librado del amor evangélico (¿pero acaso no sería arriesgarnos a imitar el defecto de los fariseos con sus famosos preceptos?); o bien, nos sustraemos de la generosidad auténtica y de la sumisión al Espíritu no haciendo nada. Esta falsa alternativa no es nueva. Uno de los compañeros del Santo, Fray León, pide un día al hermano Francisco precisiones sobre cierto punto de observancia. Como respuesta, esto es lo que el segundo le escribió:
«Hermano León, tu hermano Francisco: salud y paz.
Esto te digo, hijo mío, como una madre: que todas las palabras que hemos dicho en el camino, te las resumo brevemente en una palabra y en un consejo, y si después tienes necesidad puedes venir a mí en busca de consejo. Esto es lo que te aconsejo:
Que hagas, con la bendición de Dios y mi obediencia, como mejor te parezca que agradas al Señor Dios y sigues sus huellas y pobreza.
Y si es necesario para tu alma por ser para tu consuelo, y quieres venir a mí, ven, León» * CtaL..
Francisco rehúsa proponer a sus hermanos un modelo que no sea el de Cristo. Pero sobre el “cómo imitarlo”, Francisco finalmente remite a fray León a sí mismo, invitándolo a reflexionar sobre la mejor manera de agradar a Dios y a seguir sus huellas de pobreza. Por haberla meditado y vivido, la siguiente frase de San Pablo está muy presente en el espíritu de Francisco: «El hombre no se justifica por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo» (Gál 2, 16). Así, cada hermano o hermana seglar debe vivir el Evangelio a la manera de San Francisco y, en el plano práctico, haciendo fructificar los talentos con los que el Señor lo ha colmado. Estos talentos, debe vivirlos en la comunidad cristiana donde cada uno tiene su lugar. Y en esta comunidad, las cualidades de un hermano no compiten con las de otros. Enriquecen al conjunto.
Las constituciones generales mencionadas al final del artículo 3 tienen por objetivo «aplicar la Regla e indicar en concreto, las condiciones para pertenecer a la O.F.S., la organización de la vida de fraternidad y la sede» * Constituciones Generales de la O.F.S, cap. I, art. 4, 3..
Los estatutos particulares tienen como objetivo organizar el funcionamiento de la O.F.S. al interior de una misma nación. Sobre todo, se encargan de determinar la edad mínima requerida para la Promesa de Vida Evangélica (el compromiso) * Que, en cualquier caso, no puede ser inferior a los 18 años cumplidos. y el signo distintivo de pertenencia a la O.F.S. (La “Tau” u otro símbolo franciscano) * Constituciones Generales de la O.F.S, cap. III, art. 43. 1..
Tres veces ya, hemos mencionado la cuestión de la familia. No podemos cerrar entonces este primer capítulo sin responder a esta pregunta: ¿qué es la fraternidad?
La fraternidad
Es fácil descubrir en el significado de la palabra “fraternidad” la presencia de la palabra “hermano”. Pero, ¿qué es un hermano? El diccionario nos responde que un hermano es aquel que nace del mismo padre y de la misma madre, o de uno de los dos solamente. Entonces, nuestra hermandad es en primer lugar la consecuencia directa de una paternidad común a todos. Si somos hermanos, es porque todos somos hijos de un mismo Padre: Nuestro Padre. Cómo no evocar la oración de Nuestro Padre que nos ha enseñado Jesús, el Cristo, nuestro hermano: «si recitamos en verdad el “Padre nuestro”, salimos del individualismo, porque de él nos libera el Amor que recibimos. El adjetivo “nuestro” al comienzo de la Oración del Señor, así como el “nosotros” de las cuatro últimas peticiones, no es exclusivo de nadie. Para que se diga en verdad, debemos superar nuestras divisiones y los conflictos entre nosotros» * CIC 2792.. Pero, ¿para qué sirve una fraternidad?
Podemos decir que la fraternidad tiene como objetivo el logro en común del bienestar de todos * Ut salvi essent in idipsum : es una de las fórmulas-tipo del ideal franciscano, una de las que expresan con mayor concisión que, si los cristianos son hermanos, la vida cristiana es una vida en fraternidad.. Es la imagen que ofrecen nuestras hermanas las hormigas. Observémoslas en un episodio de su tarea cotidiana: una de ellas descubre un pedazo de pan que un hombre ha dejado caer durante su comida. Este pedazo de pan es quinientas veces más grande que ella; es incapaz de transportarlo sola a sus hermanas para quienes, sin embargo, será un objeto de alegría. Entonces, corre a advertir a sus hermanas: «Venid pronto. He descubierto un enorme pedazo de pan a sólo unos pasos de aquí. Vayamos pronto antes de que un pájaro se lo lleve». Y he aquí que parten. Entre varias, y con el riesgo de romperse una pata, levantan este alimento y lo acercan a su hormiguero. Tras múltiples esfuerzos, llegan por fin. Sin embargo, el trabajo no está terminado. Otras vienen a ayudarles a cortar el pan en minúsculas migajas y a transportar a las galerías el alimento que servirá para todas. Este es el ejemplo que nos dan nuestras hermanas las hormigas de lo que es una faternidad: lograr en común el bienestar de todos. Evidentemente, este bienestar general no se limita, como en el ejemplo de las hormigas, al lado material de la naturaleza (incluso si éste forma parte de aquel). Este logro en común del bienestar de todos concierne al lado espiritual del ser: a su alma.
Con estas líneas concluye la parte dedicada a la enseñanza del primer capítulo de este manual. Ahora, vamos a abordar las preguntas que tradicionalmente cerrarán cada capítulo.
preguntas
¿He aprendido bien?
1) ¿Cuál es la verdadera llave de toda la Revelación?
2) ¿Qué significa la palabra penitencia?
3) ¿Cómo puede definirse la Orden Franciscana Seglar?
Para profundizar
1) Al principio del ofertorio, el padre vierte el vino en la copa y añade un poco de agua diciendo, frecuentemente en voz baja:
«Así como esta agua se mezcla con el vino para el sacramento de la Alianza, así podamos nosotros unirnos a la divinidad de Aquel que tomó nuestra humanidad».¿Qué significado(s) puede darse a estas palabras?
2) El encuentro con el leproso ha sido para Francisco el instante más importante de su propia conversión. ¿He conocido, también yo, algún momento impactante en mi vida gracias al cual mi propia visión del mundo y mi jerarquía de valores se han trastocado?
3) Estoy dando mis primeros pasos en la vida de la fraternidad o tal vez acojo a este(os) novicio(s). En cualquier caso, ¿puedo expresar de forma sencilla lo que me ha impulsado a querer buscar esta vida fraternal?