Frère Rufin (portada)

Capítulo X: Respeto de la creación

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Estas nuevas páginas se abrirán por medio de la Luz: gozosa luz del Cordero, resplandor eterno del Padre. Esta Luz nos iluminará sobre la vocación de la creación. Después nos detendremos para alabar al Altísimo con la ayuda del Cántico del hermano sol, que Francisco compuso hacia el final de su vida. Descubriremos ahí el amor fraternal que Francisco siente por las criaturas y veremos que este cántico, aunque es un cántico de alabanza, entraña también otra lectura que aborda las profundidades del alma. Por último terminaremos con la meditación del artículo 18 de nuestra regla, que trata sobre el respeto que se debe a la creación.

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GOZOSA LUZ, RESPLANDOR ETERNO DEL PADRE

La lámpara es el Cordero

(Un ángel) me llevó en espíritu a un monte grande y elevado y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, de parte de Dios (…)

La ciudad no necesita del sol ni de la luna para que la iluminen, porque la ilumina la gloria de Dios y su lámpara es el Cordero.

(Ap 21, 10-23)

Al principio ya existía el Verbo

La liturgia nos hace escuchar ese inicio del prólogo del evangelio según san Juan durante la festividad de la Natividad del Señor. La Iglesia no pudo elegir mejor fecha para proponernos la meditación de esta página del Evangelio. En verdad es justo y necesario proclamar en ese día en que Jesús toma la condición de Hijo del hombre que Él es el Hijo de Dios; que “ya” lo era al principio del mundo; que es Dios mismo; que la creación se hizo por Él y con Él; que la vida de los hombres no es posible más que en Él desde los orígenes de la humanidad; que la vida que Él es y que Él da es la luz de los hombres…

Jesús nació a la medianoche y, en nuestro calendario planetario, en una de las noches cuya duración es la más larga del año. Esta particularidad no es el fruto de un venturoso azar. Significa que la historia de la humanidad había sido sumergida en las tinieblas a causa del pecado del hombre y que Jesús Creador descendió a lo más profundo de esas tinieblas para redimirnos; para darnos la vida se hizo Redentor. La mayoría de las antiguas civilizaciones orientales (Egipto, Babilonia, Irán) habían asociado la luz al bien, a la vida, al ser, mientras que la noche y la oscuridad eran los reinos del mal, de la muerte y de la nada. Las creencias judías y cristianas no se opusieron a esta antítesis fundamental. La noche Santa de la Víspera Pascual traduce maravillosamente, en su desarrollo litúrgico, esta victoria de la vida sobre la muerte, de la luz sobre las tinieblas. Al principio de esta liturgia de la luz, mientras que el edificio religioso está sumergido por entero en la oscuridad, el padre, cerca del fuego nuevo, dice una oración:

“Señor, Padre Nuestro, por medio de tu Hijo que es la luz del mundo has dado a los hombres la claridad de tu luz. Dígnate bendecir esta llama que brilla en la noche y enciende en nosotros, durante estas fiestas pascuales, un deseo tan grande del cielo que podamos llegar con un corazón limpio a las fiestas de la eterna luz. Por Jesucristo nuestro Señor”.

El padre enciende entonces el cirio pascual con la llama proveniente del fuego nuevo y prosigue:

“Que la luz de Cristo gloriosamente resucitado disipe las tinieblas de la inteligencia y del corazón”.

Los profetas habían anunciado que el día del Señor sería de tinieblas para los malvados (Is 13, 10; Ez 32, 7; Am 5, 18), pero que sería de luz para los justos (Is 9, 1), como durante el Éxodo. En el Nuevo Testamento la predicación de Jesús realiza esta perspectiva escatológica anunciada por Isaías (Mt 4, 16). A través de sus milagros y de sus palabras Cristo anuncia la luz a los paganos (Hch 26, 23); las curaciones de los ciegos revisten un importante significado a partir de entonces (Jn 9, 5). Cristo mismo es la luz que revela (Jn 12, 46) y que da la vida a todos los hombres (Jn 1, 4-9); por lo tanto, el drama del que es víctima corresponde a una lucha entre la luz y las tinieblas (Jn 1, 4; 3, 19; 13, 30; Lc 22, 53). La transfiguración pone de manifiesto, bajo el humilde envoltorio de la carne, la esencia divina de ese Cristo de luz (Mt 17, 2; 2 Cor 4, 6) que arranca a los hombres del imperio de las tinieblas (Ef 4, 18; 5, 8): Cristo anuncia la luz (Ap 26, 33) de la revelación que Dios desea (1 Pe 2, 9) y nos ilumina (Heb 6, 4). Nos llama a optar libremente por la conversión, que no es más que un movimiento de la oscuridad hacia la luz (Ef 5, 8). Los cristianos que han elegido vivir como “hijos de la luz” (1 Tes 5, 5; Lc 16, 8; Jn 12, 36), rechazar las obras de las tinieblas (Rom 13, 12 y siguientes) y comulgar con Dios de luz (1 Jn 1, 5 y siguientes), participan de la herencia de los santos en la luz (Col 1, 12). Al final de los tiempos los justos alcanzarán  la luz eterna que inunda la Jerusalén celeste (Mt 13, 43; Ap 21, 23 y siguientes); contemplarán a Dios cara a cara, iluminados por siempre (Ap 2, 4) * Petit dictionnaire encyclopédique de la Bible, Brepols, 1992, pp. 543-544 (extractos de la definición Luz)..

Dependencia de la creación a Cristo

La creación es el fundamento de todos los designios salvíficos de Dios, el comienzo de la historia de la salvación que culmina en Cristo. Y de manera inversa, el misterio de Cristo es la luz decisiva sobre el misterio de la creación. Revela el objetivo en vista del cual al principio creó Dios el cielo y la tierra (Gn 1, 1): desde el principio Dios preveía la gloria de la nueva creación en Cristo * CIC 280. Por esto las lecturas de la Noche Pascual, celebración de la creación nueva en Cristo, comienzan con el relato de la creación (CIC 281).. La Encarnación sobrepasa infinitamente la creación del mundo. Se trata de una afirmación doctrinal muy importante para situar bien la noción de lo grande y lo pequeño. Desde el punto de vista de las dimensiones materiales, la creación del mundo parece infinitamente más importante. En comparación el pequeño suceso de Belén, ignorado por los historiadores en un primer momento, no merece siquiera ser mencionado. Según el aspecto cuantitativo, la creación es entonces más importante que la Encarnación. Pero, considerando que un solo corazón humano representa un nuevo orden de grandeza con respecto a todo el cosmos, como diría Pascal, podemos comprender –y sólo entonces- que lo que sucede ahí pertenece a otro orden de importancia: Dios se hace hombre; Él, el Creador, el eterno Logos, se rebaja a esta existencia humana. Se abre una nueva dimensión ante la cual la dimensión material, en apariencia inconmensurable, le resulta en realidad muy inferior * Cardenal Joseph Ratzinger, Voici quel est notre Dieu, Plon/Mame, París, 2005, pp. 152-153. (Versión castellana: Dios y el mundo. Creer y vivir en nuestra época, Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2005).

Los pasajes del Evangelio que revelan que la naturaleza entera está, no tan sólo en un nivel inferior, sino sometida a Cristo, sometida al Verbo encarnado, son numerosos: el agua cambiada en vino, la tempestad apaciguada, la sanación de los enfermos, la resurrección de los muertos… La última noche Cristo dice sobre el pan: “Este es mi cuerpo”, y el pan se convierte en su cuerpo; y sobre el vino: “Esta es mi sangre”, y el vino se convierte en su sangre. Y a través de esos cambios nos deja, no el asombro de verlo, sino la alegría de creerlo. En todos esos milagros Jesús le pide a la naturaleza que lo obedezca, y ella lo obedece. Pero en el momento de su muerte, la naturaleza reconoce su propio padecimiento a través de sus obras vivas: las tinieblas que se extienden, el sol que se oscurece, la tierra que tiembla, las peñas que se resquebrajan, los muertos que resucitan. ¿En qué terminaría esto si Aquel que acaba de morir no estuviese en la cruz precisamente para salvarlo todo? San Pablo resumirá estos hechos evangélicos en su fórmula: Todo tiene en Él su consistencia (Col 1, 17). También escribirá a los cristianos de Roma que la creación, en anhelante espera, aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, está sometida a la frustración, no por propia voluntad, sino a causa del que la sometió, pero con una esperanza: que esta creación misma se verá liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Pues lo sabemos bien: la creación está hasta ahora toda ella gimiendo y sufriendo dolores de parto (Rom 8, 19-22). A pesar de estos gemidos, a pesar de los dolores de parto, la creación entera tiene la vocación de alabar y cantar al Creador, de participar en su descanso.

La creación tiene la vocación de participar en el descanso divino

El primer relato de la creación tiene dos puntos culminantes: 1. La creación del hombre y de la mujer; y 2. El descanso divino. Este último es mencionado con insistencia: El día séptimo descansó de todo cuanto había hecho. Bendijo Dios el día séptimo y lo santificó, porque en él descansó de toda su obra creadora (Gn 2, 2-3). Podemos interrogarnos sobre la insistencia del descanso divino. Hay que notar que la fórmula empleada para los otros días aquí está omitida de manera intencional: y transcurrió la tarde y la mañana. El descanso divino, en efecto, no tiene límite de tiempo: es eterno. Y si bien Dios quiere que el hombre trabaje en la tierra, le enseña, por medio de la ley del Sabbat, que su vocación última no es el trabajo, sino la participación en el descanso divino.

Israel veía en el Sabbat uno de los signos característicos de la alianza divina que lo convertía en el pueblo elegido. Ahora bien, ¿cuál es el sentido del Sabbat que se dio a Israel? El Sabbat relativiza las obras del hombre, el contenido de los seis días hábiles. Protege al hombre que ocuparía todo su tiempo en someter a la tierra. Previene la perversión que haría decir: “el trabajo fue su vida”. Señala al hombre que no cumplirá su humanidad en la relación con el mundo que transforma, sino cuando vuelva su mirada hacia lo alto. La esencia del hombre no es el trabajo. El hombre está ante todo relacionado con Dios, puesto que es su imagen. Pero, ¿qué significa la presentación de la obra divina “al principio” como el arquetipo de la semana humana, sino que el hombre debe vivir a imagen de Aquel que lo creó?

En el Nuevo Testamento el beneficio de la alianza se extiende a todos los hombres y el capítulo 4 de la Carta a los hebreos asigna a los cristianos, como fin último y como vocación, participar en el descanso divino. Sepamos entonces “probar” cuán sublime es el final del relato sacerdotal de la creación, que nos sugiere con discreción la participación del hombre en un bien divino propiamente inefable * Feuillet, André, Histoire du Salut de l’humanité d’après les premiers chapitres de la Genèse, Ed. Pierre Tequi, París, 1995, pp. 54-55 (el propio André Feuillet tomaba como referencia, en algunas de estas líneas, a G. Von Rad, La Gènese, pp. 59-60, y a H. Blocher, Révélation des origines, Lausanne, 1979, pp. 49-50).: descansar en Dios.

La Creación entera canta

Desde el principio del cielo, las cohortes angélicas cantan las alabanzas a Dios. Podemos estar seguros y afirmarlo, no porque algún humano haya tenido la oportunidad de escucharlas “en vivo”, sino porque Dios mismo nos lo enseña cuando su sapiencia creadora confunde a Job: Entonces Yahvhe respondió a Job desde el seno de la tempestad y le dijo: ¿Quién es ese que oscurece mis planes con razones vacías de sentido? Cíñete los flancos como valiente: yo te preguntaré y tú me enseñarás. ¿Dónde estabas tú cuando fundé la tierra? Dilo, si por ventura lo sabes. ¿Sabes quién fijó sus dimensiones o quién la midió con el cordel? ¿En qué se apoyan sus cimientos? ¿Quién colocó su piedra angular, mientras cantaban las estrellas de la mañana y aclamaban todos los hijos de Dios? (Job 38, 1-7). Entonces, en el momento en que la tierra fue creada las estrellas cantaban y todos los hijos de Dios, es decir los ángeles mismos, también cantaban. ¿Y qué cantaban? Cantaban los cánticos que sólo Dios ha escuchado porque los hombres no existían todavía. Sin embargo hay uno que conocemos. El profeta Isaías lo escuchó y lo recogió más tarde de boca de los serafines: Santo, Santo, Santo es Yahveh Sebaot; toda la tierra está llena de su gloria (Is 6, 3). En cada misa la liturgia nos hace proclamar, junto con los ángeles y todos los santos, ese mismo canto: ¡Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo! Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo. * Si se toma consciencia de la santidad de Aquel a quien se dirige este canto; si igualmente se toma consciencia de la universalidad de la asamblea que lo proclama (los ángeles y todos los bienaventurados del cielo, los difuntos que consuman su purificación, los peregrinos que somos sobre la tierra y todas las criaturas) podemos, de paso, sacar la conclusión de que el Sanctus es el canto principal de toda la liturgia de la Iglesia. Si, por uno u otro motivo, no pudiésemos cantar más que un solo canto en el transcurso de la misa, debería ser ése.

Los tres estadios de la Creación

El texto de san Pablo al que nos referíamos más arriba (Rom 8, 19-22): la creación, en anhelante espera… nos recuerda que hay tres estadios en las relaciones del hombre y de la creación * El contenido del este apartado titulado Los tres estadios de la creación está tomado de la obra de Olivier Rousset, Par la bouche des enfants, Ed. Pierre Tequi, París, 1973, pp. 102-105.. El primero, antes de la caída, está definido en ese pasaje del Génesis donde Dios dice (en resumen): Hagamos al hombre a nuestra  imagen, semejante a nosotros, y domine sobre todo lo que está vivo y sobre toda la tierra (Gn 1, 26-31). El segundo estadio, tras la caída, se describe así en el mismo libro: Dios dice a Adán: Porque has hecho esto maldita será la tierra por tu causa; con trabajo sacarás de ella el alimento (Gn 3, 14-20). Pero, a través de san Pablo, el Espíritu Santo agrega algo más a esta doble revelación: nos da a conocer el tercer estadio de la creación. Podemos releer la carta de san Pablo a los romanos; nos precisa muy bien que si la creación está sometida a la frustración, no (es) por propia voluntad, sino a causa del que la sometió. Por sí misma, rehusaría servirle. El mar arrojaría a los piratas hacia la costa, pero Dios no le permite rebelarse, por lo que debe llevarlos hacia el camino de su botín.

Henos aquí ante un misterio bien grande, que además está en el corazón mismo de la naturaleza. Sabemos que ha sido creada por el Hijo bien amado del Padre, Por Él y para Él, dice la Carta a los colosenses: Todo tiene en Él su consistencia. Sin embargo, en cuanto a tal, la ha establecido bajo la dependencia del hombre y la ha sometido a él, para su propia alegría. Pero cuando el hombre peca esta alegría se troca en pena porque está entonces al servicio del mal. Rehusaría esta esclavitud, pero Dios la obliga a aceptarla. Ahora bien, en esta misma violencia que sufre encuentra una razón de esperar. Dios actúa así porque tiene el designio de devolver al hombre esa libertad de amar que ha perdido. Toda la creación está unida en la servidumbre, pero también está vuelta toda hacia la libertad de los hijos de Dios. Y sabemos que esta esperanza ya está colmada porque, en el alma de los santos, las criaturas verdaderamente forman parte de esta libertad y porque, siendo el cristiano Cristo mismo (siendo cristiano ya no vivo yo; es Cristo quien vive en mí, Gál 2, 20), encuentran incluso en el niñito al que se acaba de bautizar a Aquel por quien y para quien han sido creadas y en quien subsisten.

Este doble dominio que los hombres tienen sobre la naturaleza, en el mal y en el bien, también nosotros lo ejercemos y lo ejercen todos los que están a nuestro alrededor. Pero, ¿formamos parte de los santos por medio de quienes las criaturas han recobrado ya su alegría? Sabemos que faltaban diez justos en Sodoma para retener las cataratas de azufre y de fuego. Pero también tenemos a Francisco de Asís que convirtió en corderito al lobo de Gubbio; a santa Escolástica que desencadenó una tormenta para impedir que su hermano, san Benedicto, la abandonara tan rápido, él que no quería más que obedecer a la regla de su convento; al perro de san Juan Bosco que aparece para ser su guardián en calles de mala reputación; a la montaña que Gregorio desplaza con una palabra; a los pájaros que se reúnen para cantar bajo las ventanas de la habitación donde muere santa Teresita del Niño Jesús. Todo esto es sencillo, natural, no hace más que retomar y prolongar las maravillas del Evangelio: los enfermos sanados, los muertos resucitados, las tempestades apaciguadas, la multiplicación de los panes.

¡Qué semejanza misteriosa entre la naturaleza y el Reino de los Cielos! Todo en la naturaleza nos habla de Él: el pozo de Jacob, los campos que blanquean para la siega, la higuera estéril, los pájaros de los campos y, remontando el Evangelio, el pez de Tobías, el asna de Balaán, la complicidad del mar Rojo… Siempre y por todos lados es la misma creación que se revela, lista para participar en la libertad de los hijos de Dios, hasta ese momento por fin alcanzado, esa alegría definitiva poseída al fin de la que san Juan es testigo en el Apocalipsis: Y oí que todos los seres creados que están en el cielo y sobre la tierra y debajo de la tierra y en el mar, y todo cuánto en éstos hay, respondían: “Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición y el honor y la gloria y la fortaleza por los siglos de los siglos” (Ap 5, 13).

EL CÁNTICO DE LAS CRIATURAS

Circunstancias de la composición del Cántico de las criaturas

Se ha dicho que este poema acompaña como un refrán la vida entera de Francisco de Asís, y que en el curso ordinario de sus propósitos a cada instante se encuentran pizcas de él. No es menos verdad que brota, bajo su forma acabada, al término de un largo itinerario espiritual. Han pasado cerca de veinte años desde la conversión de Francisco a la vida evangélica. Veinte años durante los cuales se ha aplicado, días tras día, a seguir las huellas del Señor, meditando sin cesar sobre “el advenimiento de dulzura” y la pasión del Altísimo Hijo de Dios. Y he aquí que acaba de recibir en su carne, en el monte Alverna, los estigmas que lo vuelven plenamente semejante a Cristo crucificado. Perdiendo sangre por todas sus heridas, agotado por los ayunos y la enfermedad, ciego y casi agonizante, Francisco es entonces, “junto con Cristo, una sola cosa sufriente y redentora”, según los términos de Claudel * En esta parte del capítulo que trata sobre el Cántico de las criaturas, una parte muy importante de los comentarios está tomada de Leclerc, Eloi (ofm), Le Cantique des créatures-Une lecture de Saint François d’Assise, Desclée de Brouwer, 1988 (pp. 8-10 para los comentarios de este apartado, desde el principio hasta: …que acaba de componer). Estos extractos no pueden reemplazar en ningún caso la lectura meditativa del libro de Eloi Leclerc, recomendado a quien quiera profundizar de verdad en el Cántico de las criaturas. Sin embargo, el subtítulo de la obra que ha elegido el hermano Eloi (es decir, Una lectura de san Francisco de Asís) sugiere al lector que la riqueza espiritual contenida en el Cántico del hermano sol ciertamente se encuentra muy lejos de estar agotada, así como los rayos del sol están lejos de extinguirse… Corresponde a cada uno, entonces, cantar este cántico y hacerlo resonar en lo más íntimo de su alma..

Es entonces que se produce el evento. Francisco, volviendo de Alverna, totalmente agotado, se detiene en el monasterio de san Damián donde viven Clara y sus hermanas. Clara lo instala en una celda cerca del convento. Pero los sufrimientos no le dan ni un respiro a Francisco. “Llevaba más de cincuenta días sin poder soportar de día la luz del sol, ni de noche el resplandor del fuego (…) Tenía grandes dolores en los ojos día y noche, de modo que casi no podía descansar ni dormir durante la noche…”. Entonces, una noche, reflexionando en todas las tribulaciones que debía soportar, sintió piedad de sí mismo y se dijo interiormente: “Señor, ven en mi ayuda en mis enfermedades para que pueda soportarlas con paciencia” (LP 83). Celano da a entender que se está librando un combate en el alma de Francisco y que reza para resistir a la tentación del desaliento. En el transcurso de esta agonía de repente escucha en su espíritu una voz: “Dime, hermano: si por estas enfermedades y tribulaciones alguien te diera un tesoro tan grande que, en su comparación, consideraras como nada el que toda la tierra se convirtiera en oro; todas las piedras, en piedras preciosas, y toda el agua, en bálsamo; y estas cosas las tuvieras en tan poco como si en realidad fueran sólo pura tierra y piedras y agua materiales, ¿no te alegrarías por tan gran tesoro?”. El bienaventurado Francisco responde: “En verdad, Señor, ése sería un gran tesoro, inefable, muy precioso, muy amable y deseable”. “Pues bien, hermano -dijo la voz-; regocíjate y alégrate en medio de tus enfermedades y tribulaciones, pues por lo demás has de sentirte tan en paz como si estuvieras ya en mi reino” (LP 83 – 2C 213).

Enseguida una alegría sobrenatural invade el alma de Francisco: la alegría de la certeza del Reino. Ahora sabe que el camino que ha seguido –el del sufrimiento con Cristo- es el camino “que conduce a la tierra de los vivientes” (2R 6, 5). En ese instante en su alma hay como un espléndido amanecer. En la mañana llama a sus compañeros; henchido de alegría, se pone a cantarles el Cántico de las criaturas que acaba de componer.

El Cántico de las criaturas propiamente dicho termina con la estrofa consagrada a “nuestra hermana la madre tierra”. Sin embargo Francisco quiso agregar a su canto otras dos estrofas. Éstas le fueron inspiradas de golpe y en circunstancias muy particulares. Mientras que toda la primera parte del cántico data del otoño de 1225, la penúltima estrofa fue compuesta hasta julio de 1226, en el palacio del obispado de Asís, para poner fin a la lucha entre el obispo y el podestá de la ciudad. Es en esencia una alabanza de perdón y de paz * Ibid, p. 175 (extractos).. La última estrofa fue compuesta a principios de octubre de 1226, cuando Francisco está ya casi agonizante (recordemos que Francisco murió la noche del 3 al 4 de octubre de 1226); es un saludo de bienvenida que el autor dirige a su propia muerte * Ibid, p. 187 (extractos)..

Alabanza cósmica y canto de las profundidades íntimas

Desde entonces parece imposible comprender este cántico sin vincularlo directamente a la experiencia profunda de Francisco, a su áspero sufrimiento, a su heroica paciencia, a su cotidiano combate por los valores evangélicos, a su alegría sobrenatural, en pocas palabras, a su existencia íntima con Cristo. Ese canto brota de las profundidades de una existencia. Es su desenlace y, sin duda, su más alta expresión. Ahora bien, hay algo sorprendente a primera vista: ese hombre cuyos ojos enfermos no soportaban más la luz, que ya no goza de la visión de las criaturas y que sólo tiene ojos para el esplendor del Reino; ese hombre, para expresar su alegría, canta a la materia: a la materia ardiente y resplandeciente, al sol, al fuego; a la materia nutricia, al aire, al agua y a la tierra. ¡Y en todo ese canto no hay una sola referencia, no hay la menor alusión al misterio sobrenatural de Cristo y de su Reino! Sólo son evocadas y celebradas, para gloria del Altísimo, las realidades materiales * Ibid, p. 10 (extractos)..

Pero esta dimensión cósmica, por muy real que sea, no se separa, en Francisco, de otra dimensión de su vida espiritual: la de su unión con Dios por los humildes caminos de la encarnación del Altísimo Hijo de Dios * Ibid, p. 12 (extractos).. Lo que induce a tal interpretación es el haber añadido las dos últimas estrofas de alabanza, en las que no se cita ningún elemento cósmico. ¿Por qué Francisco agrega estrofas que no comprenden elementos cósmicos a un cántico que los utiliza de manera sistemática en su primera composición? Para hablar del perdón o de la muerte corporal, Francisco habría podido simplemente escribir otro cántico, o incluso una admonición. ¿Por qué agregar esas dos últimas estrofas a las primeras? Si esto se da así es porque seguramente hay un lazo que une al conjunto y hace que las dos estrofas agregadas estén “en su lugar” en el Cántico del hermano sol que Francisco compone.

Sucede entonces que estamos ante un texto cuya riqueza no hemos agotado. Las realidades cósmicas evocadas y celebradas aquí son a la vez cosas y símbolos. Son cosas, por supuesto. No hay que perder de vista este aspecto realista del Cántico de las criaturas. Cuando Francisco canta al sol, a la luna y las estrellas, al viento, al agua, al fuego y a la tierra, saltan a la vista realidades que todo el mundo puede ver. Pero ese canto no es tan sólo una designación de elementos materiales. Esas realidades cósmicas debidamente valorizadas expresan también otra cosa: ellas mismas son un lenguaje inconsciente * Ibid, pp. 26-27 (extractos)., un canto de las profundidades íntimas del alma. El camino seguido por el alma de Francisco, y de modo más amplio por el alma humana, es el lazo que asegura la perfecta cohesión del conjunto del cántico.

Estructura del Cántico

El Cántico de las criaturas no es una simple sucesión de imágenes. Éstas están ligadas entre sí y forman un conjunto construido. Si por el momento dejamos de lado las dos últimas estrofas de alabanza que tratan del perdón y de “nuestra hermana la muerte”, ¿cómo se presenta la obra?

En este cántico se pueden ver siete estrofas. La primera es una estrofa de homenaje, una especie de dedicatoria; indica a quién está dirigida la alabanza: “Altísimo, omnipotente, buen Señor…”. Luego viene el Cántico de las criaturas propiamente dicho, repartido en seis estrofas cuyo orden de sucesión es:

Basta con considerar atentamente esta disposición de elementos cósmicos para convencerse de que este poema obedece a cierta estructura que, aunque de seguro es inconsciente en su autor, no por eso es menos rigurosa y altamente significativa. Dos cosas llaman la atención, en efecto, en esta composición:

En primer lugar la alternancia regular de las denominaciones “hermano” y “hermana”. Estas denominaciones no están distribuidas al azar. Van por parejas. Tenemos así tres parejas fraternales que se suceden:

A la imaginación le ha gustado desde siempre acoplar ciertos elementos cósmicos. Los mitos y las religiones primitivas ofrecen numerosos ejemplos de tales acoplamientos, como la pareja “Cielo-Tierra” evocada por Hesíodo, uno de los temas de la mitología universal. Las parejas que Francisco pudo formar en su Cántico pertenecen a la simbología universal. Revelan estructuras imaginativas fundamentales, los arquetipos del inconsciente colectivo. Con esas grandes estructuras el hombre se ha ayudado desde siempre para representarse a sí mismo sus experiencias más profundas y más decisivas respecto a su destino. A este nivel podemos concluir de la misma manera que en el apartado precedente: lo que se expresa en el Cántico de las criaturas bajo la apariencia de una alabanza cósmica, interesa a las profundidades del hombre * Ibid, pp. 35-38 (extractos, desde el principio de este párrafo hasta la referencia de la presente nota de pie de página). .

Hay un segundo rasgo que retiene la atención en la estructura de este poema: Francisco comienza alabando al Señor hermano sol, ese lejanísimo elemento cósmico, símbolo del Altísimo; luego prosigue su alabanza bajando gradualmente hacia realidades cada vez más cercanas, terminando así con nuestra hermana la madre tierra que nos lleva en su seno y nos alimenta. Ese movimiento descendente recuerda el modo de intervención que Dios escogió para reparar el loco orgullo de Adán y Eva, que habían querido llegar a ser como Dios (Gn 3, 5), que habían querido tomar el lugar de su Creador y convertirse en su propio sol. Dios de Amor, Él, se rebajó. Bajó. Tomó nuestra condición humana. El amor no es lo que se eleva, sino lo que se rebaja. El amor muestra que es este descenso lo que constituye la verdadera promoción. Nos elevamos cuando nos rebajamos, cuando nos volvemos sencillos, cuando nos inclinamos hacia los pobres, hacia los humildes. Dios se rebaja para desinflar al hombre y ponerlo en su sitio. Vista así, la ley del descenso es el modelo fundamental del obrar divino. Nos permite conocer algo esencial de Dios y de nosotros mismos * Ratzinger, Joseph, op. cit., p. 151.. Y Francisco canta este descenso en su Cántico. Francisco dirige su canto al Altísimo, al que ningún nombre es digno de nombrar, pero lo hace a la manera de Jesucristo, que se rebajó tomando nuestra condición humana. Y al cantar su cántico dirigido al Padre, es entonces Cristo que vive en Francisco quien lo canta, y no Francisco por sí mismo. Esa es la razón por la cual Cristo no está mencionado expresamente en el canto, porque a los ojos de Francisco es Cristo quien lo dirige al Padre a través de él, el estigmatizado de Alverna.

Altísimo, omnipotente, buen Señor

El Cántico del sol se abre por medio del adjetivo calificativo Altísimo que se da al Señor. Mientras que los otros adjetivos calificativos (omnipotente y buen) no son retenidos para designar a Dios en la continuación del texto, el adjetivo calificativo Altísimo se repite otras tres veces en el cántico. No hay duda de que traduce una mirada profunda del alma, su aspiración más elevada, su impulso hacia lo divino. Ese movimiento vertical es poderosamente afirmado en las primeras estrofas:

Ahora bien, resulta que este movimiento hacia el Altísimo tropieza con una toma de consciencia: y ningún hombre es digno de pronunciar tu nombre. No se trata de una frase edificante, dicha de paso. Esas pocas palabras expresan una actitud fundamental: una pobreza esencial ante la trascendencia de Dios. Ninguna alabanza, por muy elevada que sea, sabría expresar el misterio de Dios. Francisco es consciente de ello; lo reconoce y lo acepta * Leclerc, Eloi, op. cit., pp. 43-44 (extractos)..

Loado seas con todas tus criaturas

Francisco se torna entonces hacia las criaturas: Loado seas, mi Señor, con todas tus criaturas. Este versículo es, a decir verdad, mucho más que una simple transición: marca un movimiento decisivo en el movimiento del cántico. La primera estrofa concluye con el reconocimiento de la indignidad del hombre. Sin embargo Francisco no renuncia a cantar la inaccesible alabanza. Pero su mirada se torna ahora hacia el mundo de aquí abajo, hacia las criaturas. Junto con ellas alabará al Altísimo poniéndose al mismo nivel que ellas. Pues Francisco experimenta por todas las criaturas una simpatía muy particular: ¿Quién podrá expresar aquel extraordinario afecto que le arrastraba a (todas las criaturas)? escribe Celano. ¿Quién será capaz de narrar de cuánta dulzura gozaba al contemplar…? Esta consideración le llenaba muchísimas veces de admirable e inefable gozo viendo el sol, mirando la luna y contemplando las estrellas y el firmamento (1 C 80). Esta simpatía y esta alegría no se quedaban en la superficie; iban a lo más profundo: a todas las criaturas las llamaba hermanas, como quien ha llegado a la gloriosa libertad de los hijos de Dios, y con la agudeza de su corazón penetraba, de modo eminente y desconocido para los demás, los secretos de las criaturas (1 C 81) * Ibid, pp. 44-45, 60 (extractos)..

La celebración del Sol

La primera de las imágenes cósmicas del cántico es la del señor hermano sol. El autor del Speculum nos dice al respecto: Pensaba y decía que el sol es la más hermosa de todas las criaturas y la que más puede asemejarse a Dios y que en la Sagrada Escritura el Señor es llamado sol de justicia; así, al titular aquellas alabanzas de las criaturas del Señor que compuso con motivo de que el Señor le cercioró de que estaría en su reino, las quiso llamar Cántico del hermano sol (Ep 119). Esto demuestra la importancia de esa imagen del sol. No sólo es la primera, sino que el Cántico de las criaturas por entero se encuentra  bajo su influencia. La celebración franciscana del sol es en primer lugar la expresión de un deslumbramiento ante “la cosa espléndida”. El hombre que, con gran humildad, ha renunciado a nombrar al Altísimo y se ha tornado hacia las realidades de aquí abajo para abrir paso a su alabanza, se une a la sustancia inagotable y sabrosa de las cosas. Nadie comprenderá el Cántico del sol si no ve en él la expresión de una inmensa y profunda alegría, valuada en la realidad de las cosas. Ahora bien, ante todo esta alegría fue para Francisco la alegría de la luz. Hecho notable: el adjetivo calificativo bello, que se repite tres veces en su cántico, se otorga cada vez a una realidad cósmica que, por una u otra razón, es fuente de luz: el sol, la luna y las estrellas, el fuego. Para Francisco la materia bella por excelencia es la materia resplandeciente. El cosmos es para él ante todo una epifanía de luz. Y en esta epifanía, el sol tiene el papel principal.

El final de la estrofa, de ti, Altísimo, lleva significación, da a la alabanza toda su magnitud, una magnitud que habla al alma y no solamente a los ojos. El esplendor y la generosidad con que resplandece en las alturas del cielo son para el alma una especie de incentivo y de símbolo de una realidad soberana. Al comulgar con esta elevada imagen por medio de la imaginación, el alma recibe el beneficio de una revelación trascendente; ve así la manifestación y la cifra del Altísimo, el símbolo de Aquel al que se juzga indigna de nombrar, pero al que no cesa de aspirar y de referir en su alabanza.

No se puede negar que hay en Francisco una experiencia cósmica de lo sagrado * Para ayudarnos a comprender bien todo esto, escuchemos a san Pablo que nos dice: os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis (en sacrificio) vuestras propias personas como víctima viva, santa, agradable a Dios; sea éste vuestro culto espiritual (Rom 12, 1). Se sabe que el verbo “sacrificar” (sacrum facere) quiere decir “volver sagrado”; es sagrado todo lo que está en relación con Dios; entonces, podríamos traducir así a san Pablo: “Os exhorto a hacer de vuestras propias personas, de vuestra vida, una relación permanente con Dios”.. Pero es importante medir bien la profundidad de esta experiencia. No se le puede separar de una exploración de lo sagrado en la misma alma. Para convencernos, remitámonos a nuestro texto. Vemos ahí algo sorprendente, paradójico: aunque Francisco acaba de reconocerse indigno de nombrar al Altísimo, se considera hermano del sol, que nos ha dicho que es el símbolo del Altísimo. ¿Qué significa entonces esta declaración de fraternidad respecto a una imagen tan elevada? Saludar a un hermano en el señor sol, ¿no es acaso reconocer, entre el sol y aquel que lo alaba, un profundo parentesco? ¿No es confesar una consanguinidad? Es así como ese sol que Francisco encuentra tan bello y con el cual se descubre un estrecho parentesco no cae únicamente de las alturas del cielo cósmico; resplandece en medio de él mismo, a partir de las profundidades del alma * El alma que está inundada del sacramento del bautismo, sacramento que no solamente purifica de todos los pecados, sino que hace también del neófito “una nueva criatura” (2 Cor 5, 17), un hijo adoptivo de Dios (Gál 4, 5-7) que ha sido hecho partícipe de la naturaleza divina (2 Pe 1, 4), miembro de Cristo (1 Cor 6, 15), coheredero con Él (Rom 8, 17) y templo del Espíritu Santo (1 Cor 6, 19). CIC 1265., como una profecía de su total devenir. Aunque inconscientemente, el alma de Francisco reconoce y celebra su propia transfiguración, su gran metamorfosis en el Reino. Como si estuvieras ya en mi reino…, le dice la voz. Esta substancia maravillosa del sol, toda de luz, tan fraternal y no obstante marcada con la huella del Altísimo, es la imagen inconsciente, pero cuán expresiva, del alma que se capta en la plenitud de sus energías y de su destino * Leclerc, Eloi, op. cit, pp. 67-85 (extractos)..

Las claridades de la noche

No podemos dejar de notar que la luna y las estrellas son objeto, como antes el sol, de un afecto fraternal: se les llama hermanas, y esta expresión significa algo para Francisco; deja translucir los lazos íntimos entre él y las realidades cósmicas. Éstas no son simplemente evocadas: son imaginadas, soñadas. Tan sólo el adjetivo calificativo precioso dice ya mucho al respecto; revela una valorización de la materia cósmica que, hay que reconocerlo, no tiene “sentido” objetivo. Estrellas preciosas, he aquí una alianza de palabras que rompe su sentido habitual.

Lo primero que la alabanza de Francisco saca a la luz es el lugar privilegiado que esas realidades cósmicas ocupan en el conjunto de la creación: en el cielo las has formado. El cielo, en el lenguaje poético y religioso, designa la esfera del Altísimo. Ya también la hermana luna y las estrellas llevan la mirada más allá de este mundo. Pero esos elementos cósmicos aparecen como la expresión de una realidad trascendental sobre todo por la manera en que Francisco sabe verlos y contemplarlos: en el cielo las has formado claras y preciosas y bellas. Detengámonos en estos adjetivos calificativos. Expresan en su sencillez un deslumbramiento. Para Francisco, la luna y las estrellas son hermanas luminosas (claras). Es ante todo su claridad lo que le encanta, y no el lado tenebroso de esas criaturas. Pero de los tres adjetivos calificativos que se ha dado a la luna y a las estrellas, el de preciosas merece una atención particular. Ese adjetivo calificativo evoca una realidad a la que se le concede un alto valor. Francisco sólo lo utiliza en sus Escritos para designar la calidad que deben tener los objetos que sirven para la celebración del misterio eucarístico, así como a los lugares en los que se conserva el santísimo Cuerpo del Señor (Test 11, 2; CtaCle 11; 1CtaCus 4). Esos objetos y esos lugares deben ser preciosos. Es así como, en el lenguaje de los Escritos de Francisco, la calidad preciosa de las cosas se evoca siempre en estrecha relación con una realidad sagrada. Es requerida por esta realidad: debe, en cierto modo, expresarla. El objeto precioso no es deseado por sí mismo, sino que se le mira como un signo de lo sagrado. Al retomar el adjetivo calificativo precioso en su Cántico y al aplicarlo esta vez a la luna y a las estrellas, Francisco valoriza estos elementos en un sentido religioso; por medio de esto nos significa que las realidades cósmicas están revestidas para él de una expresividad sagrada, que son un lenguaje de los sagrado.

Francisco contempla también en esta imagen de una fascinante belleza un inmenso tesoro que no le resulta extraño. Él mismo lo reconoce implícitamente al designar con el nombre de hermana a esta materia clara, preciosa y bella. ¿No es acaso el reconocimiento de un estrecho parentesco? El alma explora su propia sacralidad descifrando la del mundo. Clara, preciosa y bella es el alma de Francisco, creada a imagen de Dios, a su semejanza… * Ibid, pp. 87-101 (extractos)..

La canción del viento

El Cántico del sol toma el color de la Tierra de modo imperceptible. Se convierte en el canto de las cosas sencillas, extrañamente cercanas. Además el viento, el aire, son elementos que dejan el alma entre el cielo y la tierra. Pero, ¿se puede separar al hermano viento de su hermana agua? Juntos forman una pareja fraternal. En la Biblia encontramos numerosos ejemplos de esta asociación del viento con el agua. Al principio del Génesis leemos: El hálito de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas (Gn 1, 2). En el Éxodo, el viento y el agua están unidos y conjugan esfuerzos por la liberación del pueblo: Yahveh hizo que se retiraran las aguas mediante un fuerte viento de oriente (…) las aguas se dividieron (Éx 14, 21). Ya volveremos a esta pareja fraternal al final del apartado que nos habla de la hermana agua.

Hermano viento: esas dos palabras asociadas nos introducen en un mundo que no es solamente el relativo a la meteorología. El viento tiene un rostro, un alma. Cuando se habla así del viento, hay alguien en el viento. En realidad, el que dice Hermano viento se sabe admitido, emparentado,  desde el interior de sí mismo, a cierto ambiente cósmico. El ambiente del viento es el de un mundo expuesto, abierto, en el que se precipita un poder que no nos deja en reposo y que nos lleva siempre más lejos, un poder que no sufre ninguna instalación y que arrolla toda barrera. Para fraternizar con el viento hay que desprenderse de muchas cosas, abrirse a cambios interiores. Hay que ser pobre. Y mientras Francisco escucha la canción del viento y se expone a su soplo fraternal, su alma desnuda aspira a abrirse cada vez más al Espíritu del Señor. Su deseo supremo, según confiesa él mismo, es formar parte de ese Espíritu y ser tomado en cuenta en la gran inspiración de Dios (2R 10).

Tras la apelación Hermano que se da al viento, vayamos a las otras cualidades que Francisco reconoce. Pero, para nuestra gran sorpresa, no encontramos ningún adjetivo calificativo. Mientras que todos los otros elementos cósmicos del canto son ricamente calificados, el hermano viento, por su parte, queda de alguna manera abandonado a sí mismo. Pero por otra parte el hermano viento es celebrado en todas sus manifestaciones: por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo. ¡Todo tiempo! ¡El buen y el mal tiempo! Francisco no escoge su tiempo. Esta abierto y acoge a los cuatro vientos de la creación. Para él no hay mal tiempo. La celebración poética del viento en la plenitud de sus manifestaciones es significativa de un alma que aspira a abrirse a la totalidad del Ser y de sus aspiraciones. Francisco explica la razón de esta alabanza en todo tiempo: por el cual a tus criaturas das sustento. Acogido en la totalidad de sus manifestaciones, el hermano viento se asocia aquí directamente a la obra creadora.

Por supuesto, podemos interrogarnos: ¿Conoce Francisco las manifestaciones del viento bajo la forma de un tornado o de un huracán? Están éstas, en efecto, muy lejos de sustentar a las criaturas. De cualquier modo, vemos que esta imagen del viento en boca de Francisco está agrandada, como “sobrevalorada”. Es un lenguaje simbólico, soñado, la expresión de lo que el alma busca a profundidad. Es un lenguaje que expresa la relación del alma con lo sagrado. Se trata de una valorización esencialmente religiosa. En el fondo, lo que el poeta pide a la imagen del hermano viento es que le manifieste algo del Altísimo y le permita unirse a Él. El hermano viento no es celebrado aquí como el artesano de una tarea cósmica sino como la expresión de una presencia atenta y activa de Dios en su creación entera. * Ibid, pp. 103-121 (extractos).

…y del agua

Hemos visto que el hermano viento es celebrado como aquel por medio del cual el Señor da sustento a sus criaturas; está asociado a la obra creadora. En este caso la valoración se hace en el sentido del dinamismo y de la acción. El hermano viento es el artesano de una tarea. En lo concerniente a la hermana agua la situación es diferente. Los valores están directamente ligados a la substancia misma: “Loado seas, mi Señor, por la hermana agua,  que es muy útil y humilde y preciosa y casta”. Esta alabanza no comporta ningún verbo de acción. No se le reconoce ninguna tarea precisa a la hermana agua. Su valor está en su mismo ser. Notemos que sucedía lo mismo a propósito de la luna y las estrellas. En el Cántico de Francisco habría entonces una alternancia de dos tipos de valorización: uno que va hacia afuera, hacia la acción viril, con una alegría de inmensidad –es el caso del sol, del viento y, como veremos, también del fuego-, otro que va en el sentido de la intimidad y de las profundidades del ser –es el caso de la luna y las estrellas, del agua e igualmente de la tierra-.

De los cuatro adjetivos calificativos que se dan a la hermana agua, hay tres que evidentemente no pueden recibir un “sentido” objetivo. Sólo el primero es evidente: la hermana agua que es muy útil. Implica una idea de servicio, de obsequiosidad. Contribuye a formar la imagen que aparece en filigrana en la sustancia del elemento cósmico, la de una presencia femenina servicial, bienhechora, a la vez que reservada, secreta y pura. Pero en esta valorización del agua son sobre todo los dos últimos adjetivos calificativos los que llaman la atención: preciosa y casta. Es la segunda vez que encontramos el adjetivo calificativo precioso en este cántico. La primera vez etiquetaba a las estrellas y, según lo hemos oído por boca de Francisco, a todo lo que toca a lo sagrado. Es verdad que la hermana agua, rivalizando con el cielo estrellado, sabe destellar como las piedras preciosas. La repetición de tal adjetivo calificativo a propósito de realidades tan diferentes como lo son las estrellas con respecto al agua, nos invita a pensar que yendo de una imagen inmaterial a otra, la mirada interior de Francisco persigue inconscientemente una misma realidad preciosa, una misma realidad fascinante y de gran valor: un tesoro sagrado. Por lo tanto no hay que sorprenderse al ver este adjetivo calificativo precioso asociado al de casto en la imagen de la hermana agua. Los dos atributos van en el mismo sentido. El agua preciosa es una agua viva que brota de profundidades invioladas, de una fuente escondida, sagrada.

Podemos relacionar esta alabanza de la hermana agua, asociada a la del hermano viento, con lo que dice Francisco en su Carta a los fieles: No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino, más bien, sencillos, humildes y puros (…) Nunca debemos desear estar sobre los demás, sino, más bien, debemos ser siervos y estar sometidos a toda humana criatura por Dios. Y sobre todos aquellos y aquellas que hagan estas cosas y perseveren hasta el fin, reposará el Espíritu del Señor y hará de ellos habitación y morada. Y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras hacen. Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo (CtaCle 45-50). El hombre que renuncia a su sabiduría y a su deseo de dominio, ¿no es precisamente aquel que consiente en ser lo que simboliza la hermana agua muy útil y humilde y preciosa y casta? Ahora bien, tal hombre se ve unido de forma misteriosa al Espíritu del Señor. El espíritu reposa en él como el hálito creador sobre las aguas primordiales, como el hermano viento sobre su hermana agua. El Espíritu del Señor lo penetra en lo más íntimo y establece su morada ahí. Y de esta unión resulta un nuevo nacimiento, el nacimiento divino del hombre, el nacimiento del divino niño en el hombre: Toda la tierra (convertida) en oro; todas las piedras, en piedras preciosas, y toda el agua, en bálsamo (LP 83; 2C 213). Y el Cántico del sol canta esta curiosa metamorfosis en el corazón del hombre. * Ibidem (extractos).

Hermano Fuego

El Cántico de las criaturas manifiesta una preferencia muy marcada por las imágenes de la luz. Éstas predominan: viene en primer lugar la imagen deslumbrante del hermano sol; la siguen inmediatamente las imágenes de la hermana Luna y las estrellas, que son también imágenes de luz, claras y preciosas y bellas; luego, en la hermana agua, Francisco reencuentra el destello precioso de las estrellas. ¡Y he aquí al hermano Fuego! El bello, el alegre, el robusto hermano fuego que ilumina la noche. El adjetivo calificativo bello se repite tres veces en este cántico, y cada vez se atribuye a un elemento luminoso. Parece que para Francisco la materia bella por excelencia, la materia de elección de sus sueños, es la materia resplandeciente: la luz, el fuego.

Los términos utilizados por Francisco para calificar al fuego muestran que, para él, el fuego no es algo anónimo. Se convierte en una presencia viva y que irradia alegría, bello y alegre, un ser desbordante de vida y de dinamismo, robusto y fuerte. El vigor, el impulso, la fuerza invencible, junto con la alegría y el ánimo, es lo que Francisco contempla en ese compañero que ilumina la noche. Y en esta imagen dinámica en esencia, Francisco reconoce una presencia fraternal; la experimenta como tal, se siente ligado a ella, íntimamente, como por lazos de sangre; en pocas palabras, lo llama hermano Fuego.

A través de su resplandor y de su energía el hermano fuego es análogo al hermano sol. Como él, es imagen del Padre y de Dios, del poder vital y creador. Sin embargo, el hermano fuego está relacionado explícitamente con la imagen de la noche: por el cual alumbras la noche. El sol es celebrado como la luz del día; el fuego es celebrado como la luz de la noche. Como el hermano sol, el hermano fuego expresa la reconciliación del alma, pero nos la hace ver ligada a una travesía nocturna. No hay que olvidar que el hombre que, en el ocaso de su vida, canta a la luz en el Cántico del sol, es el mismo que ha pasado una parte de su existencia retirado en la profundidad y oscuridad de las cavernas, suplicando a Dios, en la noche del alma, dignarse en purificarlo, iluminarlo y encenderlo interiormente por el fuego del Espíritu Santo (CtaO 51). * Ibid, pp. 123-145 (extractos).

Nuestra hermana la madre tierra

Aquí la tierra es celebrada como la madre: nos sustenta y gobierna, de la misma manera en que una madre sustenta a sus hijos. Su fecundidad se manifiesta en toda clase de frutos. Detalle significativo: al lado de los frutos son mencionadas las flores de colores y hierbas. La tierra no se contenta con alimentar a sus hijos. Al igual que una madre atenta, rodea de belleza a los seres que viven cerca de ella.

Pero lo sorprendente en la manera franciscana de designar a la tierra es el nombre de hermana que se le da al mismo tiempo que el de madre. Para Francisco la madre tierra tiene también el rostro de una hermana. Este hecho le confiere una nueva juventud. De manera más profunda, crea entre él y la tierra una nueva relación. La apelación hermana que se da a la tierra no destruye ni debilita su maternidad, sino que marca el límite. Significa que si la tierra es nuestra madre, de la que dependemos vitalmente, no es por tanto la fuente absoluta del ser y de la vida; ella misma es una criatura, con el mismo título que las otras realidades cósmicas. Ambos dependemos finalmente del mismo origen trascendental, del padre que ha creado todas las cosas. Así, la veneración y la gratitud que Francisco expresa a la tierra maternal remonta, a través de aquella, a una fuente más alta: Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la madre tierra…

En la vida de Francisco siempre podemos sentirnos tentados a ver tan sólo el lado pintoresco, maravilloso y enternecedor de su vida y de sus relaciones con las otras criaturas. Es así como se retiene una amable historia de pájaros, de lobo o de conejo. Nuestro héroe es promovido así al rango de príncipe encantador de la creación. No obstante, y ahora comenzamos a darnos cuenta, las fuerzas imaginativas de Francisco excavan el fondo del ser: quieren encontrar en el ser a la vez lo primitivo y lo eterno. Mirémoslo escalar las estribaciones de los Apeninos. ¿Qué es lo que lo atrae en esas alturas? ¿Acaso la superficie brillante de las cosas? Por supuesto que no. Al llegar a la cima, no hay duda de que ha encontrado alguna hendidura, gruta o grieta del peñón para ocultarse. Había hecho su nido en las hendiduras de las rocas, escribe Celano (1C 71). Cosa curiosa: este paso material de Francisco traduce el mismo movimiento interior que expresa en su cántico: un inmenso impulso hacia las alturas (hacia el Altísimo), ligado a un descenso hacia las profundidades y a una comunión con lo que hay de más humilde. Penetrar en la caverna para pasar tiempo en ella, significa entrar en relación con el mundo subterráneo y arcaico del alma, dejándose atraer por el misterio que nos habita. En el fondo de la caverna brilla siempre algún precioso tesoro. * Ibid, pp. 147-173 (extractos).

El perdón y la paz

A primera vista no hay ningún lazo que parezca relacionar esta nueva estrofa con la precedente. Los temas y las preocupaciones no son los mismos. Mientras que el poema entero se tornaba hasta aquí  hacia las realidades de la naturaleza y formaba una alabanza cósmica, resulta que de manera brutal se concentra sobre las realidades humanas, sobre el destino del hombre en contacto con sus semejantes, con la enfermedad y con adversidades de todo tipo. La atmósfera también es otra. La alabanza de los elementos cósmicos se desarrollaba enteramente bajo el signo de una fraternidad sin nubes y sin sombras; por el contrario, la penúltima estrofa nos sumerge en un mundo en el que hay tensiones, conflictos y sufrimientos.

No obstante, a pesar de estas diferencias, Francisco tuvo a bien incorporar esta estrofa en su Cántico de las criaturas. No hay duda de que para Francisco esta copla era consonante a la obra entera y que brotaba de una misma inspiración fundamental. ¿No es acaso una misma voluntad de reconciliación que se expresa en una y otra parte, allá en la celebración fraternal de los elementos cósmicos, aquí en la alabanza del perdón y de la paz? La misericordiosa ternura que desbordaba el corazón de Francisco por todos los hombres no podría traducirse mejor que citando los consejos que daba a un ministro de la Orden: En esto quiero conocer si amas al Señor y si me amas a mí, siervo suyo y tuyo, si procedes así: que no haya en el mundo ningún hermano que, habiendo pecado todo lo que pudiera pecar, se aleje jamás de ti, después de haber visto tus ojos, sin tu misericordia, si es que busca misericordia. Y, si no buscara misericordia, pregúntale tú si quiere misericordia. Y, si mil veces volviera a pecar ante tus propios ojos, ámalo más que a mí, para atraerlo al Señor… (CtaM 9-11).

Es notable que este canto que celebra la gran fraternidad cósmica se prolongue en una celebración del perdón y de la paciencia heroica. La visión franciscana de un universo fraternal no es la evocación nostálgica de un paraíso perdido. Es la visión del mundo, dominada por la primacía de la conciliación sobre el desgarramiento, de la unidad sobre la escisión. Hay que buscar esta unidad y esta plenitud en una presencia más profunda en sí mismo y en los otros.

La alabanza concluye con una bienaventuranza: Bienaventurados aquellos que las sufren en paz, pues por ti, Altísimo, coronados serán. El hombre coronado por el Altísimo es el hombre solar, misericordioso con toda criatura. Deslumbra al igual que el sol con un gran resplandor. Al igual que él es el símbolo del Altísimo, que ofrece a todos esta presencia total y el don entero de sí mismo, que no son otra cosa que la expresión de la presencia y del don que Dios hace de sí mismo en todo momento y a todos los seres. * Ibid, pp. 175-185 (extractos).

Nuestra hermana la muerte

Francisco compuso esta última estrofa del Cántico del sol en los días que precedieron su muerte, su pascua. Se mostraba alegre ante su encuentro con ella y la invitaba a su casa: Bienvenida sea mi hermana muerte, decía (2C 217). Esta estrofa se abre, como todas las demás, con un impulso de alabanza. Pero aquí el impulso se apoya, no en una criatura, sino en aquella que Francisco llama nuestra hermana la muerte corporal. La caracteriza de un tirón: de la cual ningún hombre vivo puede escapar. ¡Extraña hermana que tiene el rostro de la implacable necesidad! La expresión nuestra hermana la muerte corporal revela su sentido de golpe: el de un encuentro fraternal con la dura e implacable necesidad de morir. Encuentro vivido y celebrado en “lo abierto” de la alabanza como un camino hacia lo sagrado.

Francisco fraterniza con esta necesidad crepuscular, así como fraterniza con el sol, sin la menor angustia. Si no conociésemos a Francisco no veríamos, en este saludo fraternal, más que el llamado del agonizante por la liberación de sus intolerables males. No es nada de eso. Está muy lejos de significar el deseo de acabar con la existencia: al saludar a la muerte como a una hermana Francisco se abre a una dimensión que no puede circunscribir y a la que se abre solamente por un acto de desprendimiento total del yo. En él se verifica lo que pedía a sus hermanos: Nada de vosotros retengáis para vosotros mismos, para que enteros os reciba el que todo entero se os entrega (CtaO 29). Desprendido de su yo Francisco se abre por completo al Ser. El Cántico de las criaturas resulta ser así la expresión de una conversión radical. El centro de gravedad de la existencia se ha desplazado: ya no se sitúa en el yo ni en los intereses particulares, aunque sean espirituales; se sitúa en el misterio del Ser.

El hombre que se remite así al Ser ve todas las cosas en “lo abierto” del Ser, incluso la muerte. Ésta ya no es para él la extraña ni la devastadora. Sólo es así para el hombre replegado sobre sí mismo: Ay de aquellos que morirán en pecado mortal. El pecado mortal, el pecado que provoca la muerte del alma, es precisamente este encierro del yo consciente en sí mismo y en su individualidad, es esa posesión del yo a todo precio. El hombre que se corta así del Ser está muerto espiritualmente.

Para bendecir a la muerte y a su necesidad, hay que elevarse a la forma de ser de lo Eterno: Bienaventurados los que encontrará en tu santísima voluntad,  pues la muerte segunda no les hará mal. Aquel que ha aceptado desprenderse del yo y remitirse al Ser y a su designio creador, se baña desde ahora en lo Eterno. Ya no vive una vida separada. Participa en la vida misma del Ser. Está abierto a la gran esperanza. Lo eterno mismo es su esperanza: Tú eres nuestra esperanza (…) tú eres nuestra vida eterna (AlD 6), canta Francisco en sus alabanzas a Dios.

Francisco puede mirar con la misma mirada fraterna al sol y a la muerte, y con la misma alegría en el corazón. A través de uno y otro habla y celebra a un mismo misterio del ser. Pero la muerte le parece así porque primero ha aceptado, con gran humildad, fraternizar con el sol y con todas las criaturas, y porque ha aprendido, al contacto maravilloso de éstas, a descubrir en la necesidad “de abajo” la figura del Altísimo. En esta luz aparece el lazo profundo y oculto que une la última estrofa del cántico al conjunto de la obra. Esta estrofa pone el sello de lo Eterno en la alabanza cósmica. El camino de las criaturas es también un camino de eternidad. * Ibid, pp. 187-197 (extractos).

Load y bendecid a mi Señor

Esta fórmula de conclusión casi podría pasar inadvertida. Sin embargo merece que nos detengamos algunos instantes en ella.

Hemos visto que el principio de cada estrofa del Cántico testimonia, sin ambigüedad, que este cántico se dirige al Altísimo: Loado seas, mi Señor. El Señor es el “destinatario” de la alabanza de Francisco. Ahora bien, si el Cántico de las criaturas es la expresión de su oración que traduce igualmente el camino seguido por su alma, Francisco no quiere terminar su alabanza sin invitarnos a formar parte de ella: Load y bendecid a mi Señor. Estas últimas líneas se dirigen a nosotros, las otras criaturas, sus hermanos y hermanas. Pero aunque esta invitación se dirige a nosotros, está orientada por entero hacia el Señor: y dadle gracias y servidle.

Y, como colofón, Francisco resume en tres palabras la ineludible actitud que hay que adoptar en la alabanza y en el servicio del Señor: con gran humildad. Ninguna alabanza del Señor puede ser auténtica si no se acompaña de una gran humildad por parte de aquel que la pronuncia. Ningún servicio litúrgico puede ser agradable a Dios si no traduce, de entrada, el humilde reconocimiento de que toda bondad proviene del Altísimo. Recordemos la parábola del fariseo y del publicano que suben al Templo para orar. Ambos comienzan su oración de la misma manera: ¡Oh Dios! Gracias te doy. Pero el fariseo, de pie en el templo, inmediatamente evacua a Dios de su oración poniéndose él mismo en valor: YO no soy como los demás… YO ayuno… YO pago… El publicano, por su parte, se mantiene a distancia y ni siquiera se atreve a alzar los ojos al cielo. Golpeándose el pecho, se reconoce pobre, pequeño y pecador: ¡Oh Dios! Ten misericordia de mí, que soy pecador. Y Cristo concluye así la parábola: Os digo que éste descendió a su casa justificado, y aquél no; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado (Lc 18, 9-14).

San Buenaventura, en su Leyenda mayor, nos refiere la humildad de Francisco, calcada en la humildad del Redentor, nuestro hermano: La humildad, guarda y decoro de todas las virtudes, llenó copiosamente el alma del varón de Dios. En su opinión, se reputaba un pecador, cuando en realidad era espejo y preclaro ejemplo de toda santidad. Sobre esta base trató de levantar el edificio de su propia perfección, poniendo –cual sabio arquitecto- el mismo fundamento que había aprendido de Cristo. Solía decir que el hecho de descender el Hijo de Dios desde la altura del seno del Padre hasta la bajeza de la condición humana tenía la finalidad de enseñarnos –como Señor y Maestro, mediante su ejemplo y doctrina- la virtud de la humildad (LM 6, 1).

RESPETO DE LA CREACIÓN

Artículo 18

Sientan, además, respeto por las otras criaturas, animadas e inanimadas, que "son portadoras de la significación del Altísimo" * 1C 80. y procuren con ahínco superar la tentación de abuso, con el concepto franciscano de la fraternidad universal.

Sientan respeto por las otras criaturas

Pero, ¿cuáles son entonces las otras criaturas a las que se refiere este artículo de nuestra regla?

Notemos que este artículo sigue inmediatamente al que trata sobre la familia. Esta situación es importante pues ofrece una aclaración necesaria para comprender cuáles son las criaturas a las que refiere este famoso artículo 18. Puesto que se trata de la familia en el artículo precedente y, más precisamente, de los esposos y los hijos del hogar, son en primer lugar las criaturas, esposos e hijos, a quienes se refiere y, junto con ellos, (también) a las otras criaturas. Entonces hay que entender este nuevo artículo en un sentido muy amplio: entre las criaturas animadas *  “Animado”, del latín animāre, de anĭma, soplo vital. encontramos entonces, por supuesto, el mundo animal y vegetal hacia el que nuestro espíritu se dirige de forma espontánea; pero, a la cabeza de las criaturas animadas encontramos a nuestra propia familia y a la humanidad entera. El Cántico del hermano sol, con su estrofa sobre el perdón y la paz, en apariencia tan alejada de la alabanza cósmica que la precede, nos introduce de manera luminosa en esta visión de las cosas. Durante toda la meditación de este artículo de nuestra regla será necesario tenerla en cuenta siempre, sin excluir por tanto a las otras criaturas animadas.

Las criaturas inanimadas son, por su parte, las que no tienen vida o que, a causa de su inmovilidad, parecen no tenerla. Se trata entonces del mundo mineral. ¿No es sorprendente que se nos invite también a respetar a las criaturas inanimadas? Por otra parte, ¿acaso es posible faltarle al respeto al sol, a la luna, al agua…? Encontraremos en los siguientes dos apartados los elementos que nos permiten dar respuesta a estas preguntas.

Discípulos de san Francisco de Asís, habríamos podido imaginar que nuestra regla nos invitaría a cantar la Creación por medio del Cántico del hermano sol. Pues bien, no es así, en todo caso en apariencia. Nuestra regla nos invita a cantar al Altísimo de manera particularmente concreta: respetando a las otras criaturas. Hacerlo es cantar al Creador en nuestra vida de todos los días. Pero, ¿qué es entonces el respeto?

En la lengua española el respeto conoce varias definiciones. Aunque se excluyan aquellas que de manera manifiesta no tienen ninguna relación con el contexto del artículo de nuestra regla, sin embargo hay dos que tienen la posibilidad de ilustrarnos plenamente: la primera de ellas define al respeto como la actitud que consiste en no perjudicar nada; perjudicar algo es la acción que causa un perjuicio moral o material a ese “algo”. En el contexto de nuestro artículo, respetar a la creación consiste, a la luz de esta primera definición, en no efectuar ninguna acción perjudicial hacia las otras criaturas, tanto moral como materialmente. Respetar moralmente al prójimo es, por ejemplo, no hablar mal de él: Francisco aborrecía cual si fuera mordedura de serpiente venenosa  el vicio de la detracción, enemigo de la fuente de piedad y de gracia, y afirmaba ser una peste atrocísima y abominable a Dios, sumamente piadoso, por razón de que el detractor se alimenta con la sangre de las almas, a las que mata con la espada de la lengua (LM 8, 4).

Respetar materialmente a la naturaleza es, por ejemplo, tomar en cuenta su propia capacidad de vivir y reproducirse, es decir, no causarle el perjuicio de hacerla desaparecer de la faz de la tierra. A los hermanos que hacen leña prohíbe cortar del todo el árbol, para que le quede la posibilidad de echar brotes (2C 165). Francisco seguía en esto la instrucción divina que nos refiere el Génesis, carente de ambigüedad sobre el debido respeto a la creación: Dios los bendijo diciéndoles: “Sed fecundos y multiplicaos; llenad la tierra y dominadla” (Gn 1, 28). Este “dominadla” que nuestro Creador dirige al hombre no significa de ninguna manera que el hombre pueda “destruir” la tierra, sino que quiere decir que la tierra está puesta al “servicio” del hombre por Dios mismo. Más adelante volveremos a esta noción.

La segunda definición de respeto consiste en ese sentimiento de veneración que se rinde a Dios o a lo que es sagrado. Resulta que el resto del artículo de nuestra regla, que abordaremos ahora, se aplica perfectamente a esta segunda definición.

Que son portadoras de la significación del Altísimo

Podemos respetar a las otras criaturas porque son útiles, o incluso porque son bellas. Estos motivos son loables, pero insuficientes. Las criaturas creadas por Dios deben ser respetadas porque son portadoras de la significación del Altísimo. En efecto, como lo precisa el catecismo de la Iglesia católica, todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de Dios * CIC 41.. Las múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su belleza) reflejan la perfección infinita de Dios. De ahí que podamos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de esas criaturas, pues partiendo de la grandeza y hermosura de las criaturas, se contempla por analogía a su hacedor (Sab 13, 5). Pero del mismo modo en que Francisco no divinizaba a las criaturas, reconozcamos a nuestra vez que Dios en infinitamente más grande que sus obras: Sobre los cielos mismos tu majestad se eleva (Sal 8, 2), su grandeza, insondable (Sal 145, 3).

Francisco, al cantar señor hermano sol, ve en éste el símbolo del Altísimo. Y esta significación de Dios Altísimo que portan las criaturas Francisco la ve desde que abre los ojos, desde que torna su alma hacia una criatura: Anda con respeto sobre las piedras, por consideración al que se llama Piedra * 1 Cor 10, 4: …bebían de la roca sobrenatural que los seguía; y la roca era el Cristo. (2C 165).

La tentación de abuso

El uso medido y ordenado de algo no es un acto condenable en sí mismo. Por ejemplo, el consumo de vino no es malo en sí en la medida en que se le use en justa medida. Pero abusar es el mal uso, el exceso, la exageración, la demasía. La tentación a la que sucumbe el borracho es que, finalmente, no conoce otro bien que desear y que buscar que la botella. Abusar de algo no es entonces solamente una perversión de la voluntad (sucumbir a la tentación de la bebida para retomar nuestro ejemplo), sino una perversión del juicio (el mal, ante los ojos del borracho, es una fuente de agua clara). Partiendo de esto interroguémonos sobre lo que debe entenderse por la tentación de abuso de la creación. Pero antes de responder a esta pregunta, recordemos brevemente el por qué de la creación * Podemos tal vez releer con provecho las primeras páginas del capítulo I de este manual de formación, las primeras páginas tituladas AL PRINCIPIO..

Dios es amor y es infinitamente bueno: “Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad: Y vio Dios que era bueno (…) muy bueno (Gn 1, 4.10.12.18.21.31). Porque la creación es querida por Dios como un don dirigido al hombre, como una herencia que le es destinada y confiada” * CIC 299..

El hombre, puesto a la cabeza de la creación y en su respuesta de amor a Dios, debía llevar con él todo lo creado hacia Dios. Adán y Eva, al rechazar este orden y queriendo “ser como Dios”, apartan toda la creación de su objetivo, apropiándosela. Consecuencia inmediata de este pecado: el hombre se aparta de Dios. Y tras su ruptura con Dios, la codicia reemplaza en el corazón del hombre y de la mujer el amor que se tenía el uno al otro. El hombre había visto primero en la mujer al hueso de sus huesos y a la carne de su carne (Gn 2, 23). A los dos amores en los que el Génesis hace ver el alma y el motor de la vida familiar (Gn 2, 23-24) se suceden ahora dos egoísmos: Ansiarás a tu marido y él te dominará (Gn 3, 16). * Feuillet, André, op. cit., pp. 77-79 (extractos).

Ahora bien, Jesucristo, que vino a restablecer todo, habla a sus discípulos de su venida en su gloria y del juicio final (Mt 25, 31-46). Les recuerda primero que están benditos por su Padre y que tomen en herencia el reino que está preparado para ellos desde la creación del mundo. Y Cristo explica los motivos del recibimiento de esta herencia: Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber… Es esa la manera en que nos indica que hay que llevar a Dios, a través de él, todo el mundo creado. Y cuando los justos lo interroguen: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer;  sediento y te dimos de beber? (…), el rey les responderá: Os lo aseguro: todo lo que hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.

Abusar de la creación es desviarla de su finalidad. Esa desviación es un robo. Podemos, de paso, citar a Pascal: “la inclinación hacia sí mismo es el principio de todo desorden”. El Señor nos dice: No robarás (Ex 20, 15; Mt 19, 18). El séptimo mandamiento no concierne tan sólo a lo que se entiende tradicionalmente por robo, es decir, el acto que tiene por efecto sustraer a un ser un bien que le pertenece; prescribe también la justicia y la caridad en la gestión de los bienes terrestres y en los frutos del trabajo de los hombres. En miras del bien común, pide el respeto del destino universal de los bienes. Y el evangelio del juicio final nos indica con claridad lo que nos espera si desviamos a la creación de su objetivo: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber. Y si respondemos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento…? nos responderá: Os lo aseguro: todo lo que dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, conmigo lo dejasteis de hacer.

No dudemos en ir hasta el final de la búsqueda del Señor contenida en esta página del Evangelio: tuve hambre y sed (de vuestra alma) y no me la habéis ofrendado. El alma humana, humilde y ofrendada a la voluntad del Padre es la cima de la creación divina. Esta ofrenda de nuestra alma a la voluntad del Padre es, tras la Eucaristía, la ofrenda más bella que podemos dirigir a nuestro Dios Creador, Redentor y Salvador.

La concepción franciscana de fraternidad que se extiende a todo el universo

Hemos consagrado numerosas páginas de este capítulo a descubrir el Cántico del hermano sol. Estas páginas, tomadas en lo esencial del libro del hermano Eloi Leclerc sobre el Cántico de las criaturas, constituyen el comentario de lo que debe entenderse por la concepción franciscana de fraternidad que se extiende a todo el universo. Agreguemos simplemente algunas líneas más (también del hermano Eloi):

Este cántico que une el impulso hacia el Altísimo con la comunión fraternal con todas las criaturas constituye uno de los puntos esenciales del mensaje franciscano. La vida espiritual no podría construirse por encima de la naturaleza, haciendo abstracción de ésta; no podría edificarse por encima de la parte oscura de nuestro ser, despreciando nuestras raíces cósmicas y psíquicas. No puede ser más que un crecimiento total, abierto a todo lo que es. El hombre que quiere renacer del Espíritu debe aceptar fraternizar con el agua. Y no tan sólo con el agua, sino también con el fuego, con el viento, con la tierra… Debe fraternizar, en la admiración y el canto, con todas las criaturas. Incluso con la noche y sus oscuras claridades. Debe aceptar penetrar bajo el peñasco, en la gruta secreta y sombría, para ver despertarse al divino Niño entre el buey y el asno. El Cántico de las criaturas celebra este nacimiento divino en las profundidades del hombre.

No nos sorprendamos entonces si esta alabanza cósmica se metamorfosea al fin en una celebración del perdón y de la paz. El hermano del sol, del viento, del agua y de todas las criaturas se ha convertido en un hombre maravillosamente humano: Loado seas, mi Señor, por los que perdonan por tu amor,  y sufren enfermedad y tribulación.  Bienaventurados aquellos que las sufren en paz. ¡La paz, el perdón! He aquí los verdaderos signos del nuevo nacimiento. Todo desprecio, toda agresividad, han desaparecido. También toda turbación. Sabemos que para Francisco la turbación del alma, la irritación, son signos de una posesión secreta de sí; indican que el hombre es llevado a sus profundidades por algo diferente al Espíritu del Señor (Adm 4, 13, 14). El hombre que verdaderamente forma parte del Espíritu del Señor no se turba ni se irrita por nada, ni siquiera de las faltas del prójimo (Adm 11, 15, 27, 2R 7, 1R 5).

La comunión franciscana con la naturaleza se presenta entonces como un camino de reconocimiento, en la doble acepción del término: a la vez acción de gracia y exploración de la presencia divina en el alma. El universo que Francisco celebra encierra un tesoro. Su alabanza se esfuerza por sacar a la luz este tesoro. Una presencia viva, a la vez misteriosa e íntima,  habita todas esas cosas “preciosas”. Fraternizando en la admiración con el sol, la luna y las estrellas, el viento, el agua, el fuego y la tierra, Francisco explora paradójicamente sus profundidades íntimas.

El hombre moderno debe comprender que, en su acción sobre la naturaleza, se las ve de forma inconsciente consigo mismo, con su parte más secreta, la más determinante también. Según la manera en la que el hombre trata a su prójimo o a las otras criaturas, se abre o se cierra a sus propias profundidades. No puede haber una reconciliación verdadera y total consigo mismo y con sus semejantes sin una fraternización con la naturaleza misma. No se trata de una simple actitud sentimental, sino de una experiencia difícil que compromete a todo hombre desde sus profundidades inconscientes hasta su relación con la Trascendencia. Fraternizar con todas las criaturas, con todo el universo, como lo hace Francisco de Asís, es en definitiva optar por una visión del mundo en la que la conciliación supera al desgarramiento; es abrirse, más allá de todas las separaciones y todas las soledades, a un universo de comunión en el que el “misterio de la tierra se une al de las estrellas”, en un soplo inmenso de perdón y reconciliación. * Lo fundamental de estas líneas está tomado de Leclerc, Eloi, op. cit., pp. 229, 232, 234 y 235 (extractos).

PREGUNTAS

¿He aprendido bien?

  1. Al releer el apartado de este capítulo que se titula “Al principio ya existía el Verbo” y teniendo presente el Cántico de las criaturas, ¿puedo señalar las analogías entre ambos textos?
  2. El Cántico de las criaturas de Francisco es un cántico de alabanzas dirigidas al Altísimo. Pero expresa también algo más. Entonces, ¿qué es ese “algo”?
  3. Nuestra regla nos invita a respetar a las criaturas. Pero, ¿qué motivo invoca para justificar tal respeto?

Para profundizar

  1. La liturgia apela a nuestros sentidos para hablarnos del Altísimo, para dirigirnos a Él… “El cirio dice la flama a la que está destinado. No es una ofrenda que se conserva intacta, es una ofrenda destinada a consumirse para iluminar alrededor de ella. Sacrificio de sí, luz para el prójimo, eso es lo que significa el cirio” (Nuestro soberano pontífice Pablo VI, 2 de febrero de 1967). ¿Puedo ahondar en los símbolos y la mística de la misa: qué simboliza y/o cuál es la función del altar, del incienso, del tabernáculo, del ambón, del cáliz, de los cirios, de la estola, la casulla…?
  2. Hemos visto que el adjetivo calificativo precioso, utilizado en la estrofa de la luna y las estrellas, remite discretamente al sacramento eucarístico. Tenemos que cada estrofa (el Cántico cuenta un total de diez) remite con esta misma discreción sea a una de las tres personas de la Trinidad, sea a uno de los siete medios de salvación, es decir los sacramentos (¡y no se repiten!). ¿Puedo intentar descubrirlos de forma que mi mirada se ejercite en ver, a través de las criaturas, la significación de Dios Altísimo?
  3. Pobre pequeña criatura débil y miserable, con frecuencia “arrojo” a Dios de mi alma al no respetar a las otras criaturas. ¿Puedo, con gran humildad, intentar identificar lo que no funciona en mi comportamiento hacia las otras criaturas animadas e inanimadas? Con la ayuda de la Santa Gracia, ¿qué resolución(es) concreta(s) puedo tomar hoy para “dar a luz” a Cristo por las obras santas, que deben ser luz para los demás por el ejemplo (2CtaF 53)?
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Realizado por www.pbdi.fr Ilustrado por Laurent Bidot Traducción : Lenina Craipeau