Frère Rufin (portada)

Capítulo XII: Tú, sígueme. El compromiso

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Cristo nos invita a seguirlo: “Tú, sígueme”, dice a cada uno y a cada una de nosotros. Esta apremiante invitación suscita una interrogante: ¿Por qué se hizo carne el Verbo? Al responder a esta pregunta descubriremos la razón de esa apremiante invitación: Tú, sígueme.

Para ayudarnos en nuestro discernimiento respecto al compromiso, volveremos a leer con provecho la carta que san Francisco dirige a todos los fieles de todos los tiempos. Verdadera pequeña encíclica, este escrito ofrece una síntesis de la teología de san Francisco de Asís y de su dinámica de conversión.

Finalmente, tras haber descubierto los últimos artículos de nuestra regla, que tratan de la vida en fraternidad, profundizaremos juntos sobre el compromiso al que aspiras respondiendo a varias preguntas, y en especial a las siguientes: ¿Qué es el compromiso¿ ¿A qué nos comprometemos? ¿Cómo nos comprometemos?

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TÚ, SÍGUEME

El Señor, tu Dios, te suscitará un profeta

Encontramos en el Antiguo Testamento (más precisamente en el libro del Deuteronomio) algo particular, único. Moisés anuncia a Israel que el Señor, tu Dios, te suscitará de en medio de ti, de entre tus hermanos, un profeta como yo; a él escucharéis (Dt 18, 15). En un primer momento podríamos pensar que Moisés instituye ahí el profetismo en Israel. Sin embargo, al final del mismo libro encontramos una nueva evocación de esta promesa, que toma entonces un giro sorprendente, que va mucho más allá de la institución del profetismo y que da así su sentido específico a la figura del profeta. En efecto, en este pasaje se puede leer: No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, con quien trataba el Señor cara a cara (Dt 34, 10). La conclusión del quinto libro de Moisés está dominada por un tono extrañamente melancólico. La promesa de un profeta como yo no se ha realizado todavía. Se manifiesta que esas palabras no señalan tan solo la institución del profetismo, puesto que este último ya existía, sino algo más, y mucho más importante: el anuncio de un nuevo Moisés cuyo signo particular será que reencontrará a Dios cara a cara, como lo hace un amigo con un amigo. La marca distintiva de este nuevo profeta es una gran cercanía con Dios, de modo que puede comunicar su voluntad y su Palabra sin intermediarios. Y ese es el elemento salvífico que Israel espera, que la humanidad espera.

Sin embargo, en un pasaje del Éxodo encontramos una extraña historia concerniente a la relación de Moisés con Dios: relata la súplica que Moisés dirige a Dios: Te lo ruego, permíteme contemplar tu gloria (Éx 33, 18). Esta súplica no es concedida: Tú no puedes ver mi rostro (Éx 33, 20). Se le asigna a Moisés un lugar cerca de Dios, en el hueco de un peñasco, ante el cual pasará Dios con su gloria. Mientras pasa delante de él Dios lo cubre con su propia mano, y luego la aparta: Y verás mi espalda, pero no verás mi rostro. Nadie debe verlo (Éx 33, 23). En este pasaje del Éxodo vemos que la cercanía de Moisés con Dios tiene sus límites. No ve el rostro de Dios, incluso si se le permite sumergirse en la nube de su cercanía y hablarle como a un amigo. De este modo, la promesa de “un profeta como yo” entraña de manera implícita una espera aún más grande: que se conceda al último profeta, al nuevo Moisés, lo que el primer Moisés no pudo obtener –ver real y directamente el rostro de Dios y así poder hablar a partir de esta visión plena, y no tan solo porque haya visto a Dios de espaldas. El resultado es que esto implica también, de forma casi natural, la esperanza de que el nuevo Moisés sea el mediador de una alianza superior a la que Moisés había podido contraer en el Sinaí.

Es en este contexto donde encontramos la clave de la lectura del final del prólogo del evangelio de Juan: A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, Dios, el que está en el seno del Padre, él es quien lo dio a conocer (Jn 1, 18). Es en Jesús que se cumple la promesa de un nuevo profeta. En él se realiza plenamente lo que había permanecido incompleto en Moisés: vive ante el rostro de Dios, no solamente en calidad de amigo, sino en calidad de hijo; vive en la unión más íntima con el Padre.

Quien ve a Jesús ve al Padre (Jn 14, 9). Así el discípulo que acompaña a Jesús se ve implicado en la comunión con Dios. Tal es el elemento propiamente redentor. * Las líneas del conjunto de este apartado están tomadas de Joseph Ratzinger Benedicto XVI, “Introducción” (extractos), Jésus de Nazareth, Flammarion, París, 2007, pp. 21-28. (Versión castellana: Joseph Ratzinger Benedicto XVI, Jesús de Nazareth, La esfera de los libros, Madrid, 2007)

¿Por qué se hizo carne el Verbo?

El catecismo de la Iglesia católica * Del que se ha tomado una parte de estas líneas – CIC 456-460. nos refiere los cuatro motivos de la encarnación del Verbo.

El Verbo se hizo carne para hacernos partícipes de la naturaleza divina (2Pe 1, 4): “porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, al entrar en comunión con el Verbo y recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios” * San Irineo, Adversus haereses, 3, 19, 1.. Y en formulaciones que podrían parecernos audaces, cuando lo único que hacen es afirmar el insondable Amor de Dios hacia nosotros, encontramos: el Verbo se hizo carne “porque el hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios” * San Atanasio, De incarnatione, 54, 3.. Y Santo Tomás de Aquino añade: “El hijo unigénito de Dios, queriendo hacernos partícipes de su divinidad, asumió nuestra naturaleza, para que, habiéndose hecho hombre, hiciera dioses a los hombres” * Santo Tomás de Aquino, Oficio de la festividad del Corpus, Lectura 1: Opera Omnia..

La teología franciscana gusta profesar que si el hombre no hubiese conocido la caída del pecado, la Encarnación del Hijo de Dios de todas formas habría tenido lugar. Es verdad que la primera razón de la Encarnación, recordada líneas arriba, se basta a sí misma. Si referimos aquí esta teología franciscana (que ha sido objeto de un amplio debate), no es para debatirla, sino sencillamente para subrayar con insistencia esta realidad: el volvernos partícipes de su naturaleza divina entra en el plan divino. Esto es una realidad que nos invita, a semejanza de san Francisco, a interrogarnos sobre el insondable Amor que Dios nos tiene. “¿Quién eres tú, y quién soy yo?”, preguntaba Francisco.

Desafortunadamente hay “algo” que obstaculiza esta participación en la naturaleza divina. Ese “algo” es el pecado, y el salario del pecado es la muerte. Muerte corporal, verdadero drama humano, pero sobre todo muerte de la vida divina en nosotros. Pero la caída del hombre no modifica el plan divino con respecto a la criatura creada a su imagen. Asimismo, el Verbo se hizo carne para salvarnos reconciliándonos con Dios: Dios nos amó y nos envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados (1 Jn 4, 14). “Enferma, nuestra naturaleza pedía ser sanada; caída, ser levantada; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se nos devolviese. Encerrados en las tinieblas, era necesario traernos la luz; cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador. ¿Carecían estas razones de importancia? ¿No merecían conmover a Dios al punto de hacerlo bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desdichado?”. * San Gregorio de Nisa, Oratio catechetica 15.

El Verbo se hizo carne para que conociésemos así el amor de Dios: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él” (1Jn 14, 6). “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).

El Verbo se hizo carne para ser nuestro modelo de santidad: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí…” (Mt 11, 29). “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Y el Padre, en la montaña de la Transfiguración, ordena: “Escuchadle” (Mc 9,7). Él es, en efecto, el modelo de las bienaventuranzas y la norma de la Ley nueva: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15, 12). Este amor implica la ofrenda efectiva de sí mismo en pos de Él: “Y llamando junto a sí al pueblo, juntamente con sus discípulos, les dijo: ‘El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame’” (Mc 8, 34).

Tú, sígueme

En el Evangelio encontramos varias veces esta apremiante invitación del Señor: sígueme. Además de la invitación en sí misma, notemos el lugar que ocupa en el libro de los evangelios.

La primera vez que escuchamos al Verbo dirigirse a nosotros en los evangelios según san Mateo, san Marcos y san Juan, es para invitarnos a dos acciones:

  1. Cambiar nuestros corazones: Convertíos, porque el reino de los cielos está cerca (Mt 4, 17); Se ha cumplido el tiempo, el reino de Dios está cerca: convertíos y creed en el evangelio (Mc 1, 15).
  2. Y seguirle: Venid en pos de mí (Mt 4, 18; Mc 1, 17); ¿Qué deseáis?... Venid y lo veréis (Jn 1, 38-39). * Sólo san Lucas parece exceptuar la primacía de esta doble invitación. Decimos “parece” porque la primera palabra que Jesús dirige al hombre en el evangelio según san Lucas es para decirle: “¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que que tenía que estar en los asuntos de mi Padre?” (Lc 2, 49). De hecho, cuando Cristo nos invita a seguirlo está plenamente en los asuntos de su Padre.

De este modo, la respuesta del hombre al llamado de Cristo invitándole a seguirle, exige en primer lugar una conversión del corazón del hombre. Se pide un cambio radical, es decir, sin medias tintas. En pocas palabras, un corazón que debe transformarse de la piedra que tal vez es en un corazón de carne, es decir, en un corazón que renuncie al mal y haga el bien. Únicamente a ese precio se puede seguir a Cristo. Este cambio radical en el corazón del hombre debe retomarse cada día, en razón de la fragilidad humana. Pero si el corazón lo logra, y con la gracia del Señor, entonces el hombre puede “pisarle los talones” a Cristo y seguirle con alegría, pues su yugo es llevadero y su carga ligera (Mt 11, 30).

Pero, ¿seguirle para ir adónde?

Cristo bajó del Cielo para acogernos. Cristo, don del amor del Padre, es el camino hacia el Padre (artículo 4 de nuestra regla). Desde que inicia su labor en la tierra Cristo nos dice: seguidme. Esta invitación, al principio de los evangelios, significa que nos invita a realizar, de la misma manera, todas las obras que llevará a cabo y que serán transcritas en el Evangelio, a saber: anunciar que el reino de los cielos está cerca, curar a los enfermos (de cuerpo y alma), resucitar a los muertos (del alma), purificar a los leprosos (de cuerpo y alma), expulsar a los demonios (de las almas), dar de forma gratuita (a los cuerpos y a las almas), etc.

Ahora bien, justo antes de la ascensión, en las orillas del mar de Tiberíades, Cristo se aparece a sus discípulos, que representan la Iglesia en ese momento. Y, como pasó en la apertura de su misión en la tierra, Jesús insiste en las disposiciones del corazón: Pedro, ¿me amas?, le pregunta tres veces. Y, tras confirmar la disposición de su corazón, del pobre corazón de Pedro contrito por el triple cuestionamiento que le recuerda su triple negación, la última palabra que escuchamos de Cristo en el Evangelio es la siguiente: Tú, sígueme (Jn 21, 22). No es sorprendente que todo el contenido del Evangelio esté como enmarcado por esta disposición del corazón y por esta misma invitación. Dios nos ama. Tiene sed de nuestras almas (Jn 19, 28) y nos dice: venid en pos de mí. Y, en particular, tiene sed de mi alma,3 y me dice: ¿Me amas? y Tú, sígueme, pues estas palabras no se dirigen únicamente a Pedro. Se dirigen a todo hombre. Sí, en este hoy de mi existencia humana, el Hijo me invita a seguirle: Tú, sígueme.

Ser uno solo con Dios Trinitario

Tú, sígueme: dos palabras tan sencillas que, sin embargo, contienen el plan divino en todo mi ser.

Cuando, en la montaña Horeb, Moisés interroga a Yahveh sobre el nombre que debe dar a los hijos de Israel respecto a Aquel que lo envía, Dios le responde: Así hablarás a los israelitas: el “Yo soy” me envía a vosotros (Éx 3, 14).

Cuando Jesucristo se dirige a los judíos que se preguntan quién es, Jesús les afirma su naturaleza divina utilizando tres veces el mismo nombre divino:

  1. En vuestros pecados moriréis si no creéis que yo soy el que soy (Jn 8, 24).
  2. Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy el que soy y que nada hago por mi cuenta (Jn 8, 28).
  3. De verdad os aseguro: antes que Abraham existiera, yo soy (Jn 8, 58).

Y ese “Yo soy” me dice de golpe: ¡Tú, sígueme!

¿Podríamos tomarnos la libertad de proponer la siguiente lectura de esta invitación divina, lectura que consiste en abandonar la puntuación y los espacios, para hacerse uno solo con el “Yo soy”: Túsígueme?

CARTA A LOS FIELES, SEGUNDA REDACCIÓN

Tenemos la dicha de disponer de un cierto número de cartas escritas (o dictadas) por el mismo san Francisco de Asís. Algunas están destinadas a una persona en particular: es el caso de las cartas a fray León, a san Antonio de Padua o a un ministro. Otras están destinadas a un conjunto de personas: carta a los fieles, a los clérigos, a toda la Orden, a las autoridades de los pueblos, a los custodios. Cuando leemos estas cartas constatamos su contemporaneidad. Aunque fueron escritas hace cerca de ocho siglos todavía son de actualidad.

Referiremos aquí, in extenso, la Carta a los fieles en segunda redacción. Verdadera pequeña encíclica destinada a todos los fieles (religiosos, clérigos o laicos) ofrece una síntesis de la teología de Francisco y de su dinámica de conversión. Al término de este trayecto de noviciado nos parece oportuno rehacer una lectura de ese resumen de la espiritualidad del Poverello. Sin duda contribuirá a concluir el discernimiento previo al compromiso, compromiso durante el cual el candidato promete vivir el Evangelio tomando como modelo a san Francisco de Asís.

Intención y objetivo de la carta

En el nombre del Señor, Padre e Hijo y Espíritu Santo. Amén.

A todos los cristianos: religiosos, clérigos y laicos, hombres y mujeres, a cuantos habitan en el mundo entero, el hermano Francisco, su siervo y súbdito: mis respetos con reverencia, paz verdadera del cielo y caridad sincera en el Señor.

Puesto que soy siervo de todos, a todos estoy obligado a servir y a administrar las fragantes palabras de mi Señor.

Por eso, considerando detenidamente que, dada la enfermedad y debilidad de mi cuerpo, no puedo visitaros personalmente a cada uno, me he propuesto haceros llegar, por medio de esta carta y de este mensaje, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que son palabra del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son Espíritu y Vida.

I. El misterio redentor

1. La encarnación

Esta palabra del Padre, tan digna, tan santa y gloriosa, fue anunciada por el mismo altísimo Padre desde el cielo, por medio del santo ángel Gabriel, y vino al seno de la santa y gloriosa Virgen María, en el que recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad. Y Él que era tan rico quiso escoger la pobreza en este mundo, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre.

2. La Eucaristía

Poco antes de su Pasión celebró la Pascua con sus discípulos: y tomando el pan, dio gracias, lo bendijo y lo partió, diciendo: Tomad y comed, este es mi cuerpo. Y tomando el cáliz, dijo: Esto es mi sangre, sangre de la nueva Alianza, que será derramada por vosotros y por todos en perdón de los pecados.

3. La ofrenda voluntaria

Después oró al Padre, diciendo: Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz. Y sudó como gruesas gotas de sangre que chorreaban hasta el suelo. Sin embargo puso su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad; no sea como yo quiero, sino como quieres tú.

4. La cruz

Y la voluntad del Padre fue que su bendito y glorioso Hijo, a quien nos dio y que por nosotros nació, se ofrecieses a sí mismo, por medio de su propia sangre, como sacrificio y hostia en el altar de la cruz; no por sí, por quien todo fue hecho, sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas. Y quiere que todos seamos salvados por Él y que lo recibamos con un corazón puro y con un cuerpo casto. Pero desafortunadamente son pocos los que quieren recibirlo y ser salvados por Él, por más que su yugo sea suave y su carga ligera.

II. Las exigencias de la vida cristiana

1. Amor y adoración de Dios

Los que no quieren gustar cuán suave es el Señor y aman las tinieblas más que la luz, no queriendo cumplir los mandatos de Dios, son malditos, y de ellos dice el profeta: ¡Malditos los que se apartan de tus mandatos!

En cambio, ¡oh, cuán dichosos y benditos son los que aman a Dios y hacen lo que dice el Señor mismo en el Evangelio!: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda el alma, y a tu prójimo como a ti mismo. Amemos, pues, a Dios y adorémoslo con corazón puro y mente pura, porque Él, buscando esto por encima de todo, dice: Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad; todos los que lo adoran deben adorarlo en espíritu de verdad. Dirijámosle alabanzas y oraciones día y noche diciendo: “¡Padre Nuestro que estás en los cielos!”, porque es necesario que oremos siempre y no desfallezcamos.

2. Vida sacramental

Tenemos también la obligación de confesar todos nuestros pecados al sacerdote. Y recibamos de él el cuerpo y la sangre de nuestro señor Jesucristo: Quien no come su carne y no bebe su sangre no puede entrar en el reino de Dios. Pero cómalo y bébalo dignamente, porque quien lo recibe indignamente, come y bebe su propia sentencia, no distinguiendo el cuerpo del Señor, es decir, sin discernirlo. Hagamos además actos concretos de penitencia.

3. Amor al prójimo

Luego, amemos al prójimo como a nosotros mismos. Y si alguno no quiere amarlo como a sí mismo, al menos no le haga mal, sino hágale el bien.

Y los que han recibido la potestad de juzgar a otros, juzguen con misericordia, como ellos mismos quieren tener misericordia del Señor, pues tendrán un juicio sin misericordia aquellos que no tuvieron misericordia.

4. Limosna y ayuno

Tengamos, por tanto, caridad y humildad; y demos limosna, porque ésta limpia en las almas las manchas de los pecados. Pues los hombres pierden todo lo que dejan en este mundo, pero llevan consigo la recompensa de la caridad y las limosnas que hicieron, por las que recibirán del Señor premio y digna remuneración. También debemos ayunar y abstenernos de los vicios y pecados, y de la demasía en el comer y el beber, y ser católicos.

5. Respeto a las iglesias y a los sacerdotes

Debemos también visitar con frecuencia las iglesias y venerar y reverenciar a los clérigos, no tanto por ellos mismos, en el caso de que sean pecadores, sino por su oficio y por la administración del santísimo cuerpo y sangre de Cristo, que ellos sacrifican sobre el altar y reciben y administran a los demás. Y sepamos todos que ninguno puede salvarse sino por las santas palabras y la sangre de nuestro Señor Jesucristo que los clérigos dicen, anuncian y administran; sólo ellos deben administrar y no otros.

6. Exigencias particulares para los religiosos

De manera especial los religiosos, que renunciaron al mundo, están obligados a hacer más y mayores cosas, sin omitir éstas.

Debemos aborrecer nuestros cuerpos con sus vicios y pecados, porque dice el Señor en el Evangelio: todos los vicios y pecados salen del corazón. Debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a los que nos odian. Debemos observar los preceptos y consejos de nuestro Señor Jesucristo. Debemos, también, negarnos a nosotros mismos y poner nuestros cuerpos bajo el yugo de la servidumbre y de la santa obediencia, según lo que cada uno prometió al Señor. Y nadie está obligado por obediencia a obedecer a alguien en aquello en lo que se comete delito o pecado.

Pero aquel a quien se debe obediencia y que es tenido por mayor, sea como el menor y siervo de los otros hermanos. Y practique y tenga con cada uno de los hermanos la misericordia que quisiera que se tuviera con él si estuviese en una situación semejante. Y no se deje llevar de la ira contra el hermano por algún pecado de éste, sino amonéstelo y sopórtelo benignamente, con toda paciencia y humildad.

No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino, más bien, sencillos, humildes y puros. Y hagamos de nuestros cuerpos objeto de oprobio y desprecio, porque todos, por nuestra culpa, somos míseros y podridos, hediondos y gusanos, como dice el Señor por el profeta: Yo soy un gusano y no un hombre, deshonra de la gente y deshecho del pueblo. Nunca debemos desear estar sobre los demás, sino, más bien, debemos ser siervos y estar sometidos a toda humana criatura por Dios.

III. Las maravillas de la vida cristiana

Sobre todos aquellos y aquellas que hagan estas cosas y perseveren hasta el fin reposará el Espíritu del Señor y hará en ellos habitación y morada. Y serán hijos del Padre celestial, cuyas obras hacen. Y son esposos, hermanos y madres de nuestro Señor Jesucristo. Sus esposos cuando el alma fiel se une a Jesucristo, por el Espíritu Santo. Sus hermanos cuando cumplimos la voluntad de su Padre, que está en el cielo. Sus madres cuando lo llevamos en el corazón y en nuestro cuerpo por el amor y por una conciencia pura y sincera, y lo damos a luz por las obras santas, que deben ser luz para los demás por el ejemplo.

¡Oh, cuán glorioso y santo y grande es tener en el cielo un padre! ¡Oh, cuán santo, y hermoso, magnífico y admirable es tener en el cielo un esposo! ¡Oh, cuán santo y cuán amado es tener un tal hermano e hijo, agradable, humilde, pacífico, dulce y amable y más que todas las cosas deseable!, que dio su vida por sus ovejas y oró al Padre por nosotros diciendo: “Padre santo, guarda en tu nombre a los que me diste. Padre, todos los que me diste en el mundo, tuyos eran y tú me los diste. Y las palabras que me diste se las he dado yo a ellos; y ellos las han aceptado, y han conocido verdaderamente que salí de ti y han creído que tú me enviaste. Ruego por ellos y no por el mundo; bendícelos y conságralos. También yo me consagro a mí mismo por ellos, para que sean consagrados en la unidad, como también nosotros somos uno. Y quiero, Padre, que donde estoy yo también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria en tu reino”.

A quien tanto ha soportado por nosotros, tantos bienes nos ha traído y nos ha de traer en el futuro, toda criatura del cielo, de la tierra, del mar y de los abismos, rinda alabanza, gloria, honor y bendición; porque Él es nuestra fuerza y fortaleza, el solo bueno, el solo altísimo, el solo omnipotente, admirable, glorioso, y el solo santo, laudable y bendito por los infinitos siglos de los siglos. Amén.

IV. La esclavitud del pecado

1. Los engaños del demonio

Por el contrario, todos aquellos que no viven en penitencia ni reciben el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, sino que viven en el vicio y el pecado, y van tras la concupiscencia y los malos deseos, y no cumplen lo que prometieron, y sirven corporalmente al mundo con los deseos carnales, las preocupaciones y afanes de este mundo y las preocupaciones de esta vida, engañados por el diablo, cuyos hijos son y cuyas obras hacen, son unos ciegos, pues no ven al que es la luz verdadera, nuestro Señor Jesucristo. No tienen sabiduría espiritual, porque no tienen en sí al Hijo de Dios, que es la verdadera sabiduría del Padre. De ellos se dice: su sabiduría ha sido devorada. Ven, conocen, saben y hacen el mal, y a sabiendas pierden sus almas.

Mirad, ciegos, engañados por nuestros enemigos, es decir: la carne, el mundo, el diablo, que al cuerpo le es dulce cometer el pecado y amargo servir a Dios, pues todos los males, vicios y pecados salen y proceden del corazón del hombre, como dice el Señor en el Evangelio. Y nada tenéis en este mundo ni en el futuro. Y pensáis poseer por mucho tiempo las vanidades de este mundo, pero estáis engañados, porque vendrán el día y la hora que no pensáis, que desconocéis e ignoráis.

2. Ilustración concreta: la muerte del pecador

Enferma el cuerpo, se acerca la muerte, vienen los parientes y amigos diciendo: “¡Dispón de tus bienes!”.

He aquí que su mujer, y sus hijos, y los parientes y amigos fingen llorar. Y, al mirarlos y verlos llorar, se siente movido por un mal impulso y, pensando para sí, dice: “He aquí que pongo en vuestras manos mi alma, y mi cuerpo y todas mis cosas”. Verdaderamente es maldito este hombre que confía y pone su alma y su cuerpo, y todas sus cosas en tales manos, pues dice el Señor por el profeta: Maldito el hombre que pone su confianza en el hombre.

Enseguida hacen venir al sacerdote que le dice:

- ¿Quieres recibir la penitencia de todos tus pecados?

- Quiero, responde.

- ¿Quieres reparar con tus bienes, en cuanto te es posible, los pecados cometidos y lo que defraudaste y engañaste a los hombres?

- No.

- ¿Por qué no?, le dice el sacerdote.

- Porque todo lo he dejado en manos de los parientes y amigos.

Y comienza a perder el habla, y así muere aquel mísero.

Pero sepan todos que, dondequiera y comoquiera que muera un hombre en pecado mortal sin haberlo reparado, y pudiendo haberlo hecho no lo hizo, el diablo arrebata el alma de su cuerpo con tanta angustia y tribulación como nadie lo puede imaginar, sino el que las padece. Y todos los talentos, y el poder, y la ciencia que creía tener, le serán arrebatados. Y lo deja a los parientes y amigos, y éstos toman y reparten su hacienda, y dicen luego: “¡Maldita sea su alma, pues pudo habernos dejado más y haber ganado más de lo que ganó!”. El cuerpo se lo comen los gusanos, y así pierde el cuerpo y el alma en este mundo caduco, e irá al infierno, donde será atormentado sin fin.

Conclusión

Practicar y difundir la palabra de Dios

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Yo, el hermano Francisco, vuestro menor siervo, os ruego y suplico encarecidamente, por la caridad que es Dios y con la voluntad de besar vuestros pies, que os sintáis obligados a acoger, poner en obra y observar con humildad y caridad éstas y las demás fragantes palabras de nuestro Señor Jesucristo. A todos aquellos y aquellas que benignamente las acojan, las entiendan y envíen copias a otros, si perseveran en ellas hasta el fin, bendígalos el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.

CAPÍTULO III (de la Regla): LA VIDA EN FRATERNIDAD

Tras haber descubierto y estudiado el capítulo I de nuestra regla, titulado La orden Franciscana Seglar, después el capítulo II titulado Forma de vida y antes de abordar de forma específica el compromiso (que se desarrollará más adelante), vamos a recorrer y a comentar de manera muy sucinta los últimos artículos de la regla, a saber: el capítulo III titulado La vida en fraternidad.

Una lectura demasiado rápida del último capítulo de nuestra Regla podría hacer pensar que se trata de un capítulo un tanto administrativo. Lo es en parte, y es además una necesidad. La orden Franciscana Seglar está dotada de una estructura que, en cada grado, tiene medios de acción apropiados. Pero abordar estos últimos artículos únicamente bajo su aspecto administrativo sería dejar de lado lo esencial. Una fraternidad seglar no es un hermano aislado, más otro hermano aislado, y así. Es un nuevo ser, organizado, compuesto por todos los miembros y sin embargo distinto de ellos. Por eso el título de este capítulo III es La vida en fraternidad. Es esto lo que da el tono general de la lectura del final de nuestra Regla. A este respecto, dejemos a nuestro soberano pontífice Juan Pablo II * El lector de este manual de formación habrá podido notar la frecuente utilización de esta misma designación cuando se trata del Vicario de Cristo: nuestro soberano pontífice, incluso cuando el soberano puede ya haber partido hacia nuestro Padre Celestial. Esta apelación no es un error tipográfico. Está destinada a demostrar el carácter permanente de ese eminentísimo Vicariato: “Tú eres Pedro; sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no podrán contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, atado será en los cielos; y todo lo que desates en la tierra, desatado será en los cielos” (Mt 16, 18-19). decirnos algunas palabras respecto a la vida en fraternidad. Se trata de un extracto del discurso que dirigió a los participantes en la asamblea internacional de la Tercera Orden Regular de san Francisco, reunida en fecha del 8 de marzo de 1982. Nuestro soberano pontífice comentaba así el primer artículo del Testamento de Siena:

Que se amen siempre mutuamente. Ante la perspectiva de su próxima muerte, san Francisco meditó ciertamente todo lo que Jesús dijo e hizo en el transcurso de las últimas horas que vivió sobre la tierra. Desde hacía años se había conformado a Cristo en su vida; deseaba serle conforme hasta en la muerte. Puede pensarse entonces que esta consigna es como el eco de las palabras del Señor a sus discípulos en su discurso de despedida: Os doy un nuevo mandamiento: amaos los unos a los otros como yo os he amado (Jn 13, 34). Que os améis como hermanos y hermanas, tal es la voluntad de vuestro padre san Francisco, pero hay que agregar que Francisco no tenía más voluntad que la de Jesús.

Hijas e hijos queridísimos, ciertamente habéis sentido la importancia de este amor mutuo por vuestra asamblea. Os decía hace un momento que sólo el Espíritu Santo puede mantener la unidad. Ahora añado que el cimiento fundamental de esta unidad es el amor fraternal. No podéis limitaros a formar un grupo de estudio y de investigación. Sois en primer lugar hermanos y hermanas que se encuentran para amarse con un amor mutuo en Cristo.

Notad que tal es también vuestro primer apostolado: vivir en medio de los hombres una vida evangélica en el amor fraternal. Que los hombres de nuestro tiempo puedan, al veros, reencontrar la admiración que se tenía por los primeros cristianos: “¡Ved cómo se aman!”, Entonces os convertiréis, en nuestro mundo desgarrado, en profetas eficaces de su unidad por la comunión fraternal.

ESTRUCTURAS DE LA FRATERNIDAD

En varias ocasiones se hará referencia a las constituciones en los artículos relativos a las estructuras de la fraternidad. Las constituciones forman un documento de organización de la Orden Franciscana Seglar en el mundo entero. Hacen hincapié en la forma de vida y en la presencia en el mundo. Insisten en el carácter seglar de la espiritualidad y de la vida apostólica de los miembros de la Orden Franciscana Seglar.

Artículo 20

La Orden Franciscana Seglar se divide en Fraternidades de diversos niveles o grados: local, regional, nacional e internacional. Cada una de estas Fraternidades tiene su propia personalidad moral en la Iglesia * C.D.C. (antiguo), can. 687.. Las Fraternidades se coordinan y unen entre sí, de acuerdo con lo que se establece en esta Regla y en las Constituciones.

Puedes ver que la fraternidad existe en el mundo entero. Por eso existe una estructura internacional, situada en Roma, y denominada Consejo Internacional de la Orden Franciscana Seglar (abreviado CIOFS). El Consejo Internacional ha puesto en línea un sitio web, accesible en varias lenguas, que te permite informarte de la vida franciscana internacional e incluso formarte, ya que con frecuencia se ponen en línea, a disposición de los internautas, documentos muy interesantes.

Tu consejo nacional puede disponer también de un sitio web. Si tal es el caso, no dudes en visitarlo con regularidad. Será para ti fuente de contactos y de información (encuentros, marchas, colectas, noticias, etc.).

En lo concerniente al nivel regional y local, te invito a dirigirte a tu maestro de novicios y a tu fraternidad para todo tipo de información. Las cosas pueden variar de un país a otro o de una región a otra. Sin embargo, hay tres cosas que permanecen inmutables sean cuales sean los países o las regiones: el Evangelio, nuestra forma de vida, y la vida fraternal.

Artículo 21

En los diferentes niveles, cada Fraternidad es animada y guiada por un Consejo y un Ministro (o Presidente), elegido por los profesos en conformidad con las Constituciones * C.D.C. (antiguo), can. 697..

Su servicio, que dura un tiempo limitado, es un compromiso que implica disponibilidad y responsabilidad para con cada uno y para con el grupo.

Las Fraternidades, según lo establecido en las Constituciones, se estructuran internamente de manera diversa, conforme a las necesidades de sus miembros y de las regiones, bajo la dirección del Consejo respectivo.

Artículo 22

La Fraternidad local necesita ser canónicamente erigida, y se convierte así en la primera célula de toda la Orden y en signo visible de la Iglesia, que es una comunidad de amor. La Fraternidad deberá ser el lugar privilegiado para desarrollar el sentido eclesial y la vocación Franciscana, y, además, para animar la vida apostólica de sus miembros * Pío XII, Discurso a los terciarios, 3, 1 de julio de 1956..

LA ENTRADA A LA FRATERNIDAD

Artículo 23

Las peticiones de admisión en la Orden Franciscana Seglar se presentan a una Fraternidad local, cuyo Consejo decide la aceptación de los nuevos hermanos * C.D.C. (antiguo), can. 694..

El proceso de incorporación a la Fraternidad comprende el tiempo de iniciación, el período de formación de la Regla de al menos un año y finalmente el compromiso de vivir según la Regla * 1ª Regla de la TOF, 29-30.. En este itinerario gradual está comprometida toda la Fraternidad y su estilo de vida. Por lo que se refiere a la edad para la Profesión, y a los signos distintivos franciscanos * Tomás de Celano, Vida primera, 22., procédase según los Estatutos.

La Profesión es, por sí misma, un compromiso perpetuo * 1ª Regla de la TOF, 31..

Los hermanos o hermanas que se encuentren en dificultades particulares, procurarán tratar sus problemas en fraterno diálogo con el Consejo. La separación o definitiva dimisión de la Orden, si fuere necesaria, es un acto que compete al Consejo de la Fraternidad, en conformidad con las Constituciones * C.D.C. (antiguo), can. 696..

LOS ENCUENTROS: LUGARES DE COMUNIÓN

Artículo 24

Para estimular la comunión entre los miembros de la Fraternidad, el Consejo organice reuniones periódicas y encuentros frecuentes, no sólo entre los miembros de la Fraternidad, sino también con otros grupos franciscanos, especialmente de jóvenes, adoptando los medios más adecuados para el crecimiento en la vida franciscana y eclesial, estimulando a todos a la vida de Fraternidad * C.D.C. (antiguo), can. 697..

Esta comunión se prolonga a los hermanos y hermanas difuntos a través de la oración * 1ª Regla de la TOF, 23..

Artículo 25

Todos los hermanos y hermanas ofrezcan una contribución en proporción a las posibilidades de cada uno, para sufragar los gastos necesarios a la vida de la Fraternidad o para obras de culto, de apostolado y de caridad. Las fraternidades locales procuren contribuir al pago de los gastos del Consejo de la Fraternidad de nivel superior * 1ª Regla del TOF, 30..

Artículo 26

Como signo concreto de reciprocidad vital, comunión y de corresponsabilidad, los Consejos de los diferentes niveles, según las Constituciones, pedirán religiosos idóneos y preparados para la asistencia espiritual a los superiores de las cuatro Familias religiosas franciscanas, a las cuales, desde hace siglos, está unida la Fraternidad Seglar.

Para fomentar la fidelidad al carisma y a la Regla, y para recibir mayor ayuda en la vida de fraternidad, el Ministro, de acuerdo con su Consejo, debe preocuparse en pedir periódicamente a los superiores competentes * 2ª Regla del TOF, 16. un religioso para la revisión de la forma de vida -la visita pastoral- y a los responsables laicos del nivel superior, la visita fraterna, según las Constituciones.

“Y todo el que observe estas cosas, sea colmado en el cielo de la bendición del altísimo Padre, y sea colmado en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el santísimo Espíritu Paráclito…”.

(Testamento de san Francisco: Bendición)

El asistente espiritual de la fraternidad es una persona nombrada por los superiores competentes de la primera Orden y de la TOR. Se puede comprobar que la historia franciscana así como las Constituciones de las Primeras Órdenes franciscanas y de la TOR dicen claramente que esas órdenes se reconocen comprometidas, en virtud de su origen y carisma comunes, y por la voluntad de la Iglesia, a la asistencia espiritual y pastoral de la OFS * Constituciones OFM 60; Constituciones OFM 116; Constituciones OFM capítulo 95; Constituciones TOR 120; Regla de la Tercera Orden del papa León XIII 3, 3; Regla aprobada por Pablo VI 26.. Ese cuidado espiritual y pastoral “tiene como finalidad el garantizar la fidelidad de la OFS al carisma franciscano, la comunión con la Iglesia y la unión con la Familia Franciscana, valores que representan para los franciscanos un compromiso de vida” (Constituciones Generales de la Orden Franciscana Seglar 85, 2).

Visita pastoral y visita fraterna: el objetivo de estas visitas es reanimar el espíritu evangélico franciscano, asegurar la fidelidad al carisma y a la Regla, ofrecer una ayuda a la vida de las Fraternidades, afianzar el lazo de la unidad de la OFS y promover una inserción más eficaz en la Familia Franciscana y en la Iglesia (Constituciones Generales de la Orden Franciscana Seglar 92, 1).

EL COMPROMISO

Exhortaciones pontificales

Todas las explicaciones que contiene este manual demuestran, si acaso era necesario, que la Orden Franciscana Seglar es una Orden religiosa que pertenece por completo a la Iglesia de Cristo y que tiene, como vicario en este mundo, a su Santidad el Papa.

Numerosos papas, a veces ellos mismos miembros de la Orden Franciscana Seglar (o de lo que se llamaba hasta 1978 La Tercera Orden Seglar) han recomendado a los fieles entrar en ella. A título de ejemplo citemos a:

  1. León XIII: “Exhortamos vivamente a los cristianos a no rechazar su inscripción en esta santa milicia de Jesucristo… Plazca a Dios que las poblaciones cristianas acudan a la Regla de la Tercera Orden con tanto ardor y en tan gran número como afluían antaño ante el mismo Francisco” (Encíclica Auspicato Concessum).
  2. Benedicto XV: “Es deseable que ya no haya una sola ciudad, un solo pueblo, una sola aldea donde la Tercera Orden no encuentre un buen número de miembros… que se desvivan con celo y generosidad por su propia salvación y por la salvación del prójimo” (Encíclica Sacra propediem).
  3. Pío XI (a un grupo de 1650 peregrinos de Milán, el 15 de septiembre de 1925): “Quisiéramos decir aquí a todos aquellos que todavía no son Terciarios: ¡convertíos! Esto es necesario, si no en el sentido estricto de la palabra, al menos indirectamente, pues el espíritu de la Tercera Orden no es tan solo el espíritu de san Francisco, sino también el espíritu de Jesucristo y este espíritu nos es necesario a todos”.

Y nuestro soberano pontífice, el papa Pablo VI, aprobaba la Regla de Vida de la Orden Franciscana Seglar en estos términos el 24 de junio de 1978: “… aprobamos y confirmamos con nuestra autoridad apostólica la Regla de vida de la Orden Franciscana Seglar y le damos el apoyo de la ratificación apostólica”.

  1. Juan Pablo II (el 19 de junio de 1986, a los representantes de la Orden Franciscana Seglar): “Amad, estudiad, vivid vuestra Regla porque los valores que contiene son eminentemente evangélicos. Vivid estos valores en la fraternidad y vividlos en el mundo donde, por vuestra vocación seglar, estáis comprometidos y enraizados. Vivid estos valores evangélicos en vuestras familias, transmitiendo la fe por medio de la oración, el ejemplo y la educación, y vivid las exigencias evangélicas del amor recíproco, de la fidelidad y del respeto de la vida”.

¿Quién puede comprometerse?

Sacerdote o laico, todo hombre o toda mujer, que no pertenezca ya a una de las otras ramas de la familia franciscana, puede presentar su petición de compromiso evangélico o profesión. Las condiciones requeridas en miras de la admisión, por supuesto vigentes todavía, son, a saber (Constituciones Generales de la Orden Franciscana Seglar 39, 2):

  1. Profesar la fe católica.
  2. Vivir en comunión con la Iglesia.
  3. Tener una buena conducta moral.
  4. Mostrar signos claros de vocación.

A esto se agregan las condiciones propias al compromiso (Constituciones Generales de la Orden Franciscana Seglar 41, 2):

  1. Haber llegado a la edad establecida por los estatutos nacionales.
  2. Haber participado activamente durante al menos un año en la formación inicial.
  3. Haber obtenido el consentimiento de la Fraternidad local.

Pero entonces, ¿qué es el compromiso?

Comprometer, comprometerse, compromiso, son palabras que se emplean en campos tan diversos (comprometer su seguridad a causa de una negligencia, por ejemplo) que nos es necesario precisar bien de qué se trata en lo que respecta al compromiso en la Orden Franciscana Seglar. Cuando el término compromiso se emplea en las relaciones que rigen la vida de los ciudadanos, se refiere al acto por medio del cual dos partes se ligan a través de una promesa. Por ejemplo, en una relación comercial, uno se compromete a vender algo al otro (y por lo tanto a darle a ese otro el bien en cuestión); el otro, por su parte, se compromete a comprar algo (y por lo tanto a pagar el precio para obtener dicho bien). Una vez realizada la transacción cesa el compromiso entre las dos partes. En un campo muy diferente, el matrimonio es también un compromiso recíproco. El compromiso matrimonial consiste en que cada uno de los esposo recibe al otro y se le da, y se compromete a amarlo fielmente todos los días de su vida. A diferencia de la transacción comercial, el compromiso del matrimonio dura hasta que la muerte separe a los esposos. Estos dos últimos ejemplos (muy diferentes a pesar de todo) nos permiten sin embargo acercarnos al sentido de la palabra compromiso en lo que respecta al pronunciado en el marco de la Orden Franciscana Seglar: se trata de un compromiso que concierne a dos “partes”.

El compromiso en la Orden Franciscana Seglar es, ante todo, un don de Dios. Es ese don que Dios concede al nuevo hermano (o a la nueva hermana) de llamarlo a vivir el espíritu de las Bienaventuranzas en medio del mundo * Rito de profesión (o compromiso de vida evangélica), admonición del rito de entrada.. Al leer atentamente el texto de las Bienaventuranzas nos damos cuenta de que éstas constituyen, de manera velada, una biografía interior de Jesús, un retrato de su persona. Él, que no tiene sitio donde reclinar su cabeza (Mt 8, 20) es el verdadero pobre; Él, que puede decir de sí mismo “(volveos mis discípulos) porque soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29), es en verdad manso; es el verdadero corazón puro que gracias a esto contempla a Dios permanentemente. Es el artesano de la paz, es aquel que sufre por amor a Dios. Las Bienaventuranzas revelan el misterio de Cristo mismo, nos llaman a entrar en comunión con Cristo. A causa de su carácter cristológico, las Bienaventuranzas constituyen, para cada fiel, indicaciones para seguir a Cristo, incluso si es de manera diferente, en función de la diversidad de vocaciones * Ratzinger, Joseph, Benedicto XVI, op. cit., pp. 95-96..

Indicábamos líneas antes que un compromiso concernía a dos partes. La “parte” principal del compromiso franciscano es Dios Trinitario, Dios que se me entrega. El compromiso en la Orden Franciscana Seglar es mi respuesta a ese don que Dios me hace de sí mismo, a esa apremiante e insistente invitación de Cristo: Tú, sígueme. Para ser más precisos es el Espíritu Santo quien, habiendo comenzado esta obra en mí, la confirma a través de mi compromiso. Éste se inscribe en una vocación específica: seguir a Cristo pobre y crucificado; y en el marco de una identidad precisa: según el ejemplo de san Francisco de Asís. Que la gracia del Espíritu Santo, la intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de san Francisco, y la comunión fraterna me asistan siempre para conseguir la perfección de la caridad cristiana * Ritual del compromiso evangélico, final de la fórmula de profesión..

Para concluir este apartado señalemos ahora la definición que dan nuestras constituciones generales (42, 1) sobre lo que es el compromiso. Resume de maravilla todo lo que acaba de ser expresado: “la profesión (o compromiso), a través de la promesa de la vida evangélica, es el solemne acto eclesial con el que el candidato, consciente de la llamada recibida de Cristo, renueva las promesas bautismales y afirma públicamente el compromiso de vivir el Evangelio en el mundo, según el ejemplo de San Francisco y siguiendo la Regla de la Orden Franciscana Seglar”.

¿A qué nos comprometemos?

Respondamos a esta pregunta procediendo a una lectura comentada de la fórmula del ritual de compromiso.

En primer lugar, el candidato comienza recordando el don que ha recibido de Dios a través del Bautismo y el don que va a recibir al comprometerse: Yo, N.N., habiendo recibido esta gracia de Dios… No puede encontrarse introducción más feliz a la fórmula de compromiso: una fórmula que comienza agradeciendo a Dios por los dones concedidos. De paso, podemos notar que justo después de haberse pronunciado el compromiso del candidato, el ministro de la Fraternidad que admite al comprometido introduce la fórmula de admisión en términos similares: “Demos gracias a Dios”.

Luego el candidato profesa las dos grandes afirmaciones que resumen todo:

Renuevo las promesas del bautismo: recordemos que “el santo Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión” * CIC 1213. . Cada año, en la noche Pascual, la Iglesia renueva las promesas del Bautismo que consisten en renunciar a Satanás y a sus obras, y en profesar la fe de la Iglesia. Del mismo modo, por medio de la ceremonia del compromiso, el candidato renueva los compromisos de su bautismo, renuncia con fuerza a Satanás, afirma esta muerte del pecado que significa y realiza el agua del Bautismo, y renueva esa entrada en la vida de la Santísima Trinidad a través de la configuración del misterio pascual de Cristo.

Y me consagro al servicio de su Reino. La consagración es separar nuestro pensamiento y nuestras obras del uso profano y transferirlos al dominio de lo divino. Es evidente que esta consagración se expresa primero en una relación cultual. Debemos pensar particularmente en la participación en la Santa Misa y en la oración de la Iglesia en una de las formas que propone. ¡Pero cuidado! La consagración consiste, además, en la búsqueda constante del designio de Dios (Ro, 12, 1-2) bajo la conducta del Espíritu (Rom 8, 13-14) en todos los actos de la vida cotidiana.

Puesto que se trata del Reino de Dios, ¿dónde debe encontrársele? ¿Acaso no dijo Jesús que el Reino de Dios está cerca? (Mt 4, 17). Entonces, ¿en qué lugar se sitúa? A decir verdad, ningún mapa del mundo podría situarlo. Asimismo, no se trata de un “reino” por llegar o incluso por instaurarse, sino de la soberanía de Dios en el mundo que, de forma nueva, se vuelve realidad en la historia. De manera aún más explícita podemos decir: sencillamente, al hablar del Reino de Dios, Jesús anuncia a Dios, es decir, al Dios vivo que puede actuar de forma concreta en el mundo y en la historia, y que precisamente actúa ahora. Nos dice: Dios existe. E incluso: Dios es en verdad Dios, es decir, que toma las riendas de mundo en sus manos * Ratzinger, Joseph, Benedicto XVI, op. cit., p. 76. Una parte de las líneas que siguen está tomada de la misma obra, p. 79.. En definitiva el candidato, al consagrarse al servicio del Reino de Dios, se consagra a Dios.

El candidato se consagra al servicio del Reino de Dios. Sí, el señorío de Dios necesita servidores. En el mensaje de Jesús con relación al Reino están inscritas afirmaciones que expresan la pobreza de este reino en la historia: es como una semilla de mostaza, la más pequeña de todas las semillas. Es como la levadura, cantidad ínfima en comparación con la masa, pero elemento determinante en su devenir. El Reino es comparado constantemente a la simiente que se expande en el campo del mundo y que conoce diversas suertes: comida por los pájaros, asfixiada bajo las zarzas o, por el contrario, llegada a su madurez para dar muchos frutos. El candidato se consagra así a convertirse en esa semilla de mostaza, en esa levadura de la masa, y a aceptar el riesgo de ver que a su lado el enemigo siembra la cizaña que crece al mismo tiempo y que a fin de cuentas no será separada más que al final (Mt 13, 24-30).

Tras estas dos grandes afirmaciones viene la promesa de vida evangélica en sí misma, la cual es como una consecuencia de lo que la precede, así como una precisión de la “coloración” que da el candidato a su compromiso:

Por tanto, prometo vivir el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo en la Orden Franciscana Seglar observando la Regla según mi estado laical (o mi estado de sacerdote diocesano) todo el tiempo de mi vida.

Esta fórmula de compromiso, finalmente muy breve, orienta sin embargo todo lo que puede ser vivido por el candidato, y además durante toda su vida. Es en verdad un proyecto de vida completa que sintetiza, en pocas palabras muy sencillas, lo que constituye el tema, entre otras cosas, de las preguntas planteadas por el celebrante al candidato justo antes del compromiso:

  1. Voluntad de abrazar la forma de vida evangélica inspirada en los ejemplos y las palabras de san Francisco de Asís y propuesta en la Regla de la Orden Franciscana Seglar.
  2. Voluntad de llevar el testimonio del Reino de Dios y de construir con los hombres de buena voluntad un mundo más evangélico.
  3. Voluntad de permanecer fiel a esta vocación y de cultivar el espíritu de servicio propio a los franciscanos laicos.
  4. Voluntad de ligarse más estrechamente a la Iglesia y de trabajar en su reedificación permanente y en su misión entre los hombres (de ser como el fermento de la masa).
  5. Voluntad de trabajar con todos los hermanos y hermanas en hacer de la Fraternidad un grupo eclesiástico auténtico y una comunidad franciscana viva, signo visible de la Iglesia y comunidad de fe y de amor.

¿Durante cuánto tiempo?

En sus escritos, es frecuente que Francisco nos exhorte a la fidelidad radical hacia el Señor: Según el Evangelio, nadie que pone la mano en el arado y mira atrás es apto para el reino de Dios (1R 2, 10, según Lc 9, 62). O incluso: Perseverad en la disciplina y en la santa obediencia, y cumplid lo que prometisteis con propósito bueno y firme (CtaO 10). Esto nos señala ya un poco el tono del ¿durante cuánto tiempo?.

El artículo 23 de nuestra Regla precisa que “la profesión es, por sí misma, un compromiso perpetuo” * Puede formularse un compromiso temporal por un año, renovable pero sin sobrepasar los tres años, ya que se trata de una preparación al proyecto definitivo. Esta opción se sugiere con motivos pedagógicos, en relación con la formación y el ingreso gradual de los miembros en una fraternidad seglar (Anotaciones previas al ritual de la Orden Franciscana Seglar, apartados 18 y 19).. Lo hemos visto, el mismo ritual lo precisa con claridad: “…todo el tiempo de mi vida…”. La respuesta a la pregunta del ¿cuánto tiempo? no es entonces: el tiempo que quiera, o el tiempo que tenga ganas, sino que es por toda la vida.

Entonces, ¿qué es lo que puede justificar el carácter definitivo del compromiso? El artículo 23 de nuestra Regla ofrece un inicio de respuesta: por sí misma, por su misma naturaleza. Planteémonos entonces la pregunta: ¿cuál es la naturaleza del compromiso?

La naturaleza de alguien o de algo es el conjunto de los caracteres, de las propiedades que definen al ser o a la cosa. Ahora bien, la naturaleza misma del compromiso se profesa en la formulación del candidato durante la celebración. El compromiso es un don de Dios, como don de Dios es la gracia del Bautismo, recibido una sola vez, de manera definitiva. El hecho de que el candidato vincule su consagración a su bautismo significa que inscribe su consagración al servicio del Reino, por medio de su promesa de vida evangélica en la Orden Franciscana Seglar, de manera tan definitiva como lo es el don del Bautismo que Dios da. El don de Dios está inscrito bajo el signo de la fidelidad absoluta (definitiva). Así, el compromiso queda sellado (consagrado) en ese don y en esa fidelidad. Podemos entonces retomar sin audacia la doxología final de la oración eucarística y transponerla a la naturaleza misma del compromiso franciscano:

El compromiso es por Él, con Él y en Él… a ti Dios Padre Todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén.

¿Por qué comprometerse?

Para aquel que tiene fe es una pregunta que bien podría no plantearse. Pero los seres queridos o la familia del candidato, que no conocen necesariamente con precisión lo que es la familia franciscana, podrían plantearse la pregunta: ¿por qué te comprometes? Además podemos agregar que sucede con frecuencia que un contexto social irreligioso desarrolle la visión de un mundo autosuficiente: no hay necesidad de Dios para vivir. De ahí se desprende que frecuentemente pueda objetarse al candidato: ¿por qué te comprometes? o, ¿por qué te comprometiste? Dicho de otro modo, ¿por qué formular de manera pública tu compromiso? ¿Es que no basta con vivir nuestra fe, en el espíritu de san Francisco, y ya? En el mismo registro, podría formularse una objeción similar a los futuros esposo: ¿por qué casarse? Basta con amarse, ¿no?

La primera razón, que se basta a sí misma, es rendir culto al Señor, es decir, establecer una relación visible entre Dios y yo. La iniciativa de esta relación corresponde al Dios vivo que se ha revelado y que me llama: Tú, sígueme. Como respuesta, adoro a Dios en este  compromiso de seguirlo: me consagro al servicio de su Reino. Hago de mi vida un culto que se rinde a Dios. Este compromiso, que formulo en la primera persona del singular: “yo me”, sin embargo toma inmediatamente una forma comunitaria: prometo vivir… en la Orden Franciscana Seglar. Es la respuesta a la invitación del Señor: Venid, seguidme. Entonces no lo seguiré solo, sino que lo seguiré en el seno de una familia espiritual que, ella también, desea escuchar públicamente mi voluntad de entrar en esta familia. Este culto comunitario que consiste en servir a Dios no expresa tan sólo la necesidad que tengo de mi Creador, del cual dependo por completo, sino también la necesidad de cumplir un deber: servir a Dios y, así, convertirme en su testigo en la tierra en el seno de una familia particular: la familia franciscana.

La segunda razón, que en ningún caso puede excluir a la primera, es a la vez razón y consecuencia: el compromiso contribuye a la construcción de un lazo social. Una sociedad en la que los ciudadanos ya no se comprometen se vuelve una sociedad que ya no merece tal nombre.  Los hombres “viven” como objetos, unos al lado de otros, o más bien, los unos sin los otros. Ahora bien, curiosamente, si la sociedad “muere”, los individuos que la constituyen son los que resultan afectados. Si las personas ya no se comprometen en los oficios cuyo primer objetivo es servir a los demás (los médicos, los enfermeros, la investigación médica, los bomberos, etc.) la sociedad se deshace y los individuos son los que a fin de cuentas sufren las consecuencias. La peste podría sobrevenir y no habrá más médicos para erradicarla. Podrían producirse incendios y ya no habrá bomberos que se arriesguen a venir a apagarlos…

Por último, una tercera razón es la ayuda que aporta el compromiso en la voluntad del candidato por seguir a Cristo. El hecho de profesar públicamente su compromiso contribuye a ayudar al candidato a asumirlo en la fidelidad * Por otra parte y a título anecdótico, Francisco no dudaba en clamar públicamente las faltas que cometía (o que creía cometer) para ayudarlo a alejar todo deseo terrestre en su favor. Así sucedió un día en el que había comido pollo mientras estaba enfermo. Comer pollo no debía acontecerle con mucha frecuencia puesto que Tomás de Celano nos relata (1C 52) que este hecho le había devuelto las fuerzas. Pero Francisco, avergonzado, se va a Asís en compañía de un hermano al que ordena atarle una cuerda al cuello y jalarlo por las calles de Asís gritando: “¡Aquí lo tenéis; mirad a este glotón, que está bien cebado de carne de gallina sin que vosotros lo supierais!”. Es una gracia que recibe. La visibilidad de un compromiso contribuye siempre a ayudar a aquellos que lo profesan a permanecer firmes en su compromiso.

¿Cómo comprometerse?

Estos meses de itinerario te han permitido madurar el llamado que has escuchado y discernir si en verdad quieres comprometerte a vivir el Evangelio siguiendo los pasos de san Francisco de Asís. Efectivamente, si el postulante mira y el novicio prueba, el profeso, por su parte, se compromete.

En concreto, debes presentar tu petición al consejo de la fraternidad local. Se recomienda presentar esta petición por escrito. El consejo estatuirá tu petición y te responderá, de preferencia también por escrito.

Llega la ceremonia del compromiso. Ya que el compromiso es, en sí mismo, un acto público y eclesial, debe ser celebrado en presencia de la Fraternidad. Es conveniente que se realice en el transcurso de una celebración eucarística o al menos en el transcurso de una celebración apropiada de la palabra de Dios * Preliminar del Ritual de la Orden Franciscana Seglar, apartado 13.. A través de su oración pública, la Iglesia pide para el que se ha comprometido la ayuda de la gracia de Dios, le transmite su bendición y asocia al sacrificio eucarístico el proyecto en el que se compromete * Preliminar del Ritual de la Orden Franciscana Seglar, apartado 9..

Al principio de la ceremonia, el celebrante o el ministro da gracias a Dios por el don de este llamado que has oído, así como del don que se hace a la comunidad al enviarle un nuevo hermano o una nueva hermana.

Tras la lectura del Evangelio formulas tu petición de compromiso públicamente. El ministro responde a tu petición rogando al Espíritu Santo que confirme en ti la obra que Él mismo ha comenzado.

Después de la homilía vienen las preguntas que plantea el celebrante, cuyo contenido hemos podido descubrir al final del apartado titulado “¿Qué es el compromiso?”.

Finalmente, llega el compromiso que pronuncias siguiendo la fórmula cuyo contenido hemos descubierto en el apartado titulado “¿Qué es el compromiso?”.

El ministro, tras haber agradecido a Dios, te admite en la Orden Franciscana Seglar.

Luego el celebrante, en nombre de la Iglesia, formula esta oración: “En nombre de la Iglesia, yo confirmo tu compromiso. El mismo Seráfico Padre os exhorta con estas palabras de su Testamento: ‘Si guardáis estas cosas, seréis colmados en el cielo de la bendición del Padre altísimo, y seréis colmados en la tierra de la bendición de su amado Hijo, con el santísimo Espíritu Paráclito y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos’. Amén”.

Oración

Dejemos ahora que san Francisco de Asís concluya este período de formación a través de estas líneas extraídas de su Carta a toda la Orden. Se trata de la oración final “una de las perlas de la literatura espiritual, sorprendente resumen de la vida cristiana: nada del hombre, llamado de Dios, meditación de Cristo” * Desbonnets, Théopile y Vorreux, Damien, Saint François d’Assise. Documents, OFM, 1968, p. 121.:

Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, concédenos por ti mismo a nosotros, míseros, hacer lo que sabemos que quieres y querer siempre lo que te agrada, a fin de que, interiormente purificados, iluminados interiormente y encendidos por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y llegar, por sola tu gracia, a ti, Altísimo, que en perfecta Trinidad y en simple Unidad vives y reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos. Amén.

preguntas

¿He aprendido bien?

  1. ¿Por qué se hizo carne el Verbo?
  2. En su Carta a los fieles, san Francisco desarrolla cuatro aspectos del misterio redentor, así como seis exigencias de la vida cristiana. ¿Soy capaz de enumerar de memoria esos aspectos y esas exigencias?
  3. En su comentario al Testamento de Siena, Juan Pablo II afirma que sólo el Espíritu Santo puede mantener la unidad. Añade que hay un cimiento fundamental de esta unidad. ¿Cuál es ese cimiento?

Para profundizar

  1. Haced esto en conmemoración mía (Lc 22, 19). Esta frase de Jesucristo, pronunciada en el momento de la institución de la Eucaristía y retomada en cada misa en el momento de la consagración, ¿debe aplicarse únicamente a la Eucaristía? Para ayudarme a encontrar mi respuesta, puedo apoyarme en el apartado titulado “Excelencias de la vida en penitencia” de la Carta a los fieles, segunda redacción.
  2. La Orden Franciscana Seglar ha editado un libro que contiene la Regla, las constituciones generales y el ritual de la fraternidad franciscana seglar. Si te es posible, te invito a que te lo procures y, evidentemente, a que lo leas bien, deteniéndote en particular en el ritual de la Orden Franciscana Seglar. A modo de estudio, te invito a detenerte en cada palabra del ritual de compromiso para que “te impregnes” bien de la naturaleza de la promesa de vida evangélica que vas a pronunciar.
  3. Es bien sabido que un compromiso que no se cultiva, se renueva y se enriquece se altera hasta olvidarse * Anatrella, Tony, Epoux, heureux époux… Essai sur le lien conjugal, Ed. Flammarion, París, 2004, p. 138.. Si esta afirmación se verifica respecto al compromiso matrimonial, el compromiso franciscano no se le escapa. ¿Qué preparativos contemplas adoptar desde ahora para cultivar, renovar y enriquecer tu promesa de vida evangélica en el futuro?
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Realizado por www.pbdi.fr Ilustrado por Laurent Bidot Traducción : Lenina Craipeau